Sé que mi padre decía, de Willy Uribe, es una buena novela negra. Uno de nuestros libros imprescindibles. De aquellos que siempre deben estar en Negra y Criminal. De aquellos que nos siguen acompañando cuando ya hace mucho que dejan de ser novedad. De aquellos que difícilmente se encuentran en las librerías convencionales, aquellas que tienen pura novedad.
El caso es que hace tiempo que notábamos su ausencia. Ha faltado mucho tiempo de nuestras estanterías.
Acabamos de recuperarlo. Los libros del lince, lo ha recuperado para aquellos lectores que no lo leyeron en su día. La acción transcurre en Bilbao y en algunos pueblos de su entorno.
(…) Cuando me dirigí hacia la parada del autobús comenzó a llover con fuerza. El mar, doscientos metros a mi espalda, conseguía introducir entre el aguacero sus golpes de salitre. Aún quedaba media hora para la llegada del autobús y entré en el bar que quedaba junto a la parada. Poca luz, mesas para el mus y el tute, carteles del Athletic, viejas redes cargando polvo colgadas de las paredes y al fondo, tras una barra desierta, el camarero. Le pedí un cortado pero me contestó que la cafetera aún no estaba caliente. Era lunes y el reloj marcaba las once y diez de la mañana. Armintza era un pueblo para fin de semana con tiempo bonito, sol alegre y una pandilla de gaviotas sobre el rompeolas coronando la postal. El resto de la semana, nada. El mejor lugar que podía haber elegido, un agujero a desmano para ganar o perder la partida.
Pedí permiso para ojear el periódico y dejar pasar unos minutos. La fotografía de una manifestación ocupaba media portada; Bilbao, miles de personas y tras ellas la silueta del Sagrado Corazón. En las fotos no se ven los gritos, al fin y al cabo aire, pero sí las bocas abiertas, los gestos, las miradas lanzadas hacia delante. Levanté mis ojos del periódico y se encontraron con los del camarero.
_ Más de medio millón de personas_ dijo_. Espero que esta vez les haya quedado claro a los de Madrid lo que queremos. ¿ O vamos a tener que sacar al perro a pasear otra vez?
En una de las columnas del bar había un rincón con algunos anuncios fotocopiados. Nathanael se ofrecía para reparaciones domésticas y jardinería. Lucía cuidaría niños durante todo el día. Eloísa, enfermera titulada, decía ser especialista en guardias nocturnas. Jon vendía una guitarra. Todos los anuncios se prolongaban en flecos de papel con un número de teléfono. Arranqué el de Eloísa y, cuando ya regresaba hacia la parada del bus, volviendo sobre mis pasos, arranqué también el de Jon.”
Los protagonistas de las novelas de Julián Ibáñez (Santander, 1940) son tipos solitarios. No tienen amigos ni perrito que les ladre. Los otros personajes que les rodean, están allí, pero casi no se rozan con ellos.
En las novelas de Julián Ibáñez, lo que menos importa es el argumento o la intriga. Los diálogos, los personajes, las situaciones, la atmósfera, es lo que las hace adictivas. A Julián Ibáñez le gusta recrearse en el ambiente de los bares y en los bares “de ambiente”. Los extractos que siguen son de su novela Giley. Los bares de esta novela están situados en Puertollano y alrededores, pero bares, bares de copas, bares cutres, desangelados, sin encanto, con chicas de alterne, vacíos, o con pocos parroquianos, podemos encontrar en toda su obra.
Es un autor idóneo para esta sección: Bares de novela negra.
(…) Giro a la derecha y entro en La Estrella. Un minuto para la una y media.
Atrae mi atención, como a unos cien metros, casi al final de la calle, el rótulo del Aurelio todavía encendido. Es un letrero de letras azules, picudas, no demasiado grandes, tiene carácter, quiero decir que encendido o apagado llama la atención. A esta hora, quizás un poco antes, es aquí, o en El Charro, donde para Caballo. Puedo echar el último trago con él y contarle parte de mi historia, quizá tenga alguna información para mi. Aparco en el primer hueco que encuentro, a treinta metros de la puerta.»
………….
(…) Todavía no han aparecido. Es probable que no se presenten, suele suceder, cuando llega la hora lo piensan mejor y se echan atrás. Es aquí, en La Pesga, donde Caballo me ha dicho que tengo que esperar. Él se encuentra ahí, al fondo, sentado en una silla con el brazo sobre el respaldo y los ojos puestos en la televisión. Creo que es la primera vez que le veo sentado.»
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(…) El Embajada no es un tugurio como el Alameda, o el Mañas. Es un bar de copas, no de alterne, con cierta clase, sus clientes son profesionales de mediana edad, matrimonios que los fines de semana salen a tomar una copa, trabaja bien los viernes y sábados por la noche. Moqueta azul océano en toda la planta superior; barra acolchada, de badana negra con grandes botones de nácar; paredes tapizadas de un tejido como terciopelo azul de medio tono; y una buena dotación de apliques de latón en las paredes.»
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(…) Domingo. Turno de mañana.
Son las nueve y cinco cuando le digo a Cecilio que salgo a desayunar. Cruzo la calle y entro en El Montero.
Atienden la barra dos chicos, sólo conozco a uno de ellos, no mucho, se llama Alberto, su aire es decidido. Hay cuatro clientes.
Pido un café y un bollo cualquiera. Los otros parroquianos hablan pero no presto atención a lo que dicen. No pienso en nada.
Acabo de tomar el primer sorbo cuando veo cruzar la calle un Renault de la Guardia Civil, hacia El Villar, hacia el río. Es raro verles cruzar el pueblo, vendrán de Castillete y para eso tienen la circunvalación. Los cuatro parroquianos y los dos chicos han vuelto también la mirada hacia la calle. Uno de los parroquianos, levantando la voz para hacerse notar, dice que han encontrado el cuerpo de una mujer en el río. Entonces todos vuelven fugazmente la mirada hacia mí, no les conozco pero saben que soy policía, me han visto cruzar la calle desde la comisaría.»
……
(…) El América ya ha cerrado las puertas y bajado el toldo por el calor. Aparco y entro.
Caballo no está. Sólo hay una docena de clientes. Uno de ellos es Baltasar, el patrón del Boom Boom, en Almodóvar, toma un bocado en la barra. Junto al plato hay un cenicero con un puro sin encender. Le acompaña un tipo joven, fornido, una pequeña esvástica plateada cuelga del lóbulo de su oreja derecha. Al pasar a su lado, Baltasar me pregunta si la gente se porta y yo no respondo porque no le conozco lo suficiente como para que me haga esta pregunta.»
………………
(…) Hay tres barras. La principal, de unos cinco o seis metros, se encuentra enfrente de la entrada, las otras dos, de unos tres metros, están a derecha e izquierda. Son de madera de un tono marrón oscuro brillante, con un grueso apoyabrazos de cuero escarlata. Hay unas veinte banquetas fijas, de la misma madera brillante, con acolchado escarlata y respaldo. Entre la puerta y la barra de la derecha el decorador ha colocado una mesita baja con dos pequeños sillones de cuero marrón claro, con cojines verde alfalfa con botellitas bordadas amarillas y rojas.
La barra principal está atendida por cuatro chicas. Las otras, por dos chicas cada una. Ninguna tiene más de veinticinco años, ni pesa más de cincuenta kilos. La que ocupa el centro de la barra principal es muy negra, muy alta, muy delgada, con sus gruesos labios pintados del mismo tono nazareno de la uñas de los pies de Daniela. Lleva puesta una camiseta holgada rojo sangre con una especie de dragón verde estampado; se le marcan los pezones, que tienen el tamaño de los botones de un ascensor o de un portero automático. Las otras chicas son de piel muy blanca; dos de ellas tienen el cabello dorado, una lo lleva recogido en una trenza que debe de llegarle a la rabadilla; el pelo de la otra, la de la barra de la derecha, es moreno. Las rubias tienen pómulos eslavos.
Se reparten en las banquetas una docena de clientes que encajan con el decorado y los coches del aparcamiento: profesionales de mediana edad, tipos entre los cuarenta y los cincuenta, ejecutivos o profesionales preguntándose apesadumbrados por qué cambiaron la batería del conjunto de rock por los libros.
Nadie ha vuelto la mirada.»
Nota: las fotos son de Montse Durán, cuando hizo una ruta por La Mancha recorriendo el paisaje de los libros de Julián Ibáñez.
Jean-Claude Izzo con Fabio Montale, protagonista de su trilogía marsellesa, y Andrea Camilleri con Salvo Montalbano, protagonista de su saga siciliana, rindieron sendos homenajes a Manuel Vázquez Montalbán, considerado por estos autores el padre de la novela negromediterránea.
Vázquez Montalbán creó un personaje en una noche etílica ante una apuesta en la que aseguró poder escribir una novela policíaca en quince días. Escribió Tatuaje (homenaje a la canción de Conchita Piquer) y nació para el mundo lector Pepe Carvalho.
José Carvalho Larios, Pepe Carvalho para los amigos, fue un hijo de emigrantes que pudo estudiar y llegó a la universidad. Durante aquellos años, militó en el partido comunista. Fue detenido y pasó un tiempo en la cárcel. Decepcionado (una decepción post mayo 68 ) se fue del país y trabajó unos años en la CIA. No aceptó un puesto importante y regresó a su país. Volvió a Barcelona y ejerció como detective privado. “Los detectives privados somos los termómetros de la moral establecida”. Tenía un pequeño despacho en Las Ramblas, cerca de las calles del barrio chino de su infancia, pero vivia en Vallvidrera ( la casa del personaje es alquilada, la del autor comprada, pero los dos tienen su cocina en la zona más alta de la ciudad) aunque Pepe Carvalho nunca dejó de ser “un plebeyo que bebe muy bien el Chablís”*
Manuel Vázquez Montalbán, escritor, poeta, periodista, gastrónomo…, fue inseparable del personaje que le dió más fama. Siempre mantuvo con él una relación de amor y odio pero, a su pesar , vivió y murió pegado a la alargada sombra del detective.
En este blog, podremos volver y volver, hasta la saciedad, a Manuel Vázquez Montalbán y a Pepe Carvalho. No en balde, autor y personaje están profundamente ligados a la gastronomía.
Me hubiera encantado tener a Manolo en la cocina de Negra y Criminal, por tenerle hoy en el 2012, y por tenerlo grabando un pequeño video para colgar en Youtube.
“Dime Manolo. ¿Cúal sería el plato de tus novelas que ha superado el paso del tiempo y que todavía consideraríais digno de ser cocinado y comido en vuestra cocina de Vallvidrera por Pepe y por ti? «
Las novelas del ciclo carvalhiano de Manuel Vázquez Montalbán deberían ser leídas en las clases de Historia de nuestra ciudad. Aquella ciudad que era y ya no es, y en la que tampoco han sobrevivido los gustos culinarios de aquellos primeros libros en los que Pepe Carvalho educaba nuestro paladar.
Los Mares del Sur fue considerado en su día (1979) un especie de manual gastronómico por aquellos militantes de izquierda que habían sido educados dentro de una moral estrictamente estajanovista. Aquellos mismos que pocos años después pasarían de la tortilla de patatas a la lubina con hinojo; de los manteles de cuadros a los de color salmón. Así les fue y así nos fue. Pero en ningún caso fue culpa de Manolo.
Mi novela preferida de las protagonizadas por Carvalho fue y sigue siendo Los Mares del Sur.
Los mares del Sur obtuvo el Premio Planeta 1979 y el Prix International de Littérature Policière. Tuvo su versión cinematográfica en 1991, dirigida por Manuel Esteban Marquilles y con Juan Luis Galiardo en el papel de Carvalho.
Argumento:
Barcelona, 1979. Pepe Carvalho debe investigar las causas de un misterioso crimen. Stuart Pedrell, un importante hombre de negocios aparece muerto a navajazos en un barrio del extrarradio de la ciudad. Todos los que le conocían lo creían de viaje por los Mares del Sur. Carvalho averiguará que hizo Stuart Pedrell en el curso de este año. Los Mares del Sur a veces están más cerca de lo que se pueda pensar, incluso se puede llegar en metro.
Los Mares del Sur es la novela más gastronómica de las protagonizadas por Pepe Carvalho. Parece casi increíble que entre tanta gastronomía quepa la mejor novela de la serie.
Desfilan antiguos restaurantes: El Túnel, Casa Leopoldo, El Rincón de Pepe, el Cathay, el Isidro; una fromagerie; vinos de moda en la época: Blanc de blancs , Viña Paceta… y decenas de platos: la paella a la manera de Morella, arroz a banda, judías blancas con almejas, entremeses de pescado y marisco “en el que incluiría los caracoles”, dorada al horno, morteruelo, pan con tomate y jamón de Jabugo, berenjenas a la crema con gambas, caracoles a la borgoñesa, patatas con chistorra, xolís de porc senglar , mousse de gambas, flaons, carajillo de Fundador, vino de Jumilla,…Y el libro termina así:
(…)
_Hijos de puta, hijos de puta.
Se bebió una botella de orujo helado y a las cinco de la madrugada le despertaron el hambre y la sed.
.
La receta de hoy se la dejo al escritor.
Berenjenas a la crema con gambas
(…) Saltó del sofá y Bleda despertó alterada de su sueño, moviendo las orejas y los ojos, rasgados y lectores, hacia el Carvalho que se dirigía hacia la cocina como si hubiera oído un tam-tam inexcusable. Multiplicó las manos para puertas y cajones multiplicados, hasta disponer sobre el mármol un ejército de programados ingredientes. Cortó tres berenjenas en rodajas de un centímetro, las saló. Puso en una sartén aceite y un ajo que sofrió hasta casi el tueste. Pasó en el mismo aceite unas cabezas de gambas mientras descascarillaba las colas y cortaba dados de jamón. Retiró las cabezas de gambas y las puso a hervir en un caldo corto mientras desalaba las berenjenas con agua y las secaba con un trapo, lámina a lámina. En el aceite de freír el ajo y las cabezas de las gambas fue friendo las berenjenas y luego las dejaba en un escurridor para que soltaran los aceites. Una vez fritas las berenjenas, en el mismo aceite sofrió cebolla rallada, una cucharada de harina y afrontó la bechamel con leche y caldo de las cabezas de gambas cocidas. Dispuso las berenjenas en capas en una cazuela de horno, dejó caer sobre ellas una lluvia de desnudas colas de gambas, dados de jamón y lo bañó todo con la bechamel. De sus dedos cayó la nieve del queso rallado cubriendo la blancura tostada de la bechamel y metió la cazuela en el horno para que se gratinara. Con los codos derribó todo lo que ocupaba la mesa de la cocina y sobre la tabla blanca dispuso dos servicios y una botella de clarete Jumilla que sacó del armario-alacena situado junto a la cocina.»
Recomiendo la lectura de Los Mares del Sur, y para aquellos más aficionados a la gastronomía pura, Las recetas de Carvalho, con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán; Beber o no beber; Cocina de los Finisterres; Cocina de los mediterráneos;Cocina del mestizaje; Contra los gourmets; Saber o no saber. Muchos de ellos están agotados. Así son las cosas en el mundo editorial.
* El marqués de Munt se lo dice a Carvalho en Los Mares del Sur
No lo leí cuando en su día se editó en La Cua de Palla, L’ últim petó autèntic. Agradezco que este pasado 2011 se editara nuevamente El último buen beso y pudiera disfrutar del placer de la lectura de este James Crumley en estado puro. Yo, y muchos otros lectores.
(…) El deteriorado edificio de madera se ubicaba a unos cincuenta metros de la carretera de Petaluma, y el Cadillac descapotable rojo de Trahearne estaba aparcado delante. En la época en que la vieja autovía era todavía nueva, y antes de que fuera reconstruida según criterios más eficientes, el garito de cerveza había sido una gasolinera. El espectro desdibujado de un caballo volador rojo presidía aún los erosionados listones de las paredes del establecimiento. Un pequeño grupo de coches abandonados, que iban desde un Henry J carmesí hasta un Dodge Charger negro, casi nuevo pero terriblemente estropeado, yacían prisioneros en la empolvada extensión de maleza y hierbajos; las cuencas vacías de sus faros delanteros soñaban con Pegaso y con una huida sobre el asfalto. El local ni siquiera tenía nombre, tan sólo un letrero poco legible que ofrecía una lánguida promesa de CERVEZA balanceándose en el inclinado porche. Los viejos surtidores con el depósito de vidrio desaparecieron tiempo atrás _transportados probablemente a Sausalito para abrir una tienda de antigüedades_, aunque los herrumbrosos pernos de la base seguían proyectándose en el cemento cual huesos de dedos humanos en una tumba poco profunda.
Aparqué al lado del Caddy de Trehearne, salí del vehículo para desembarazarme de los kilómetros que entumecían mis piernas, y luego me alejé del sol primaveral para penetrar en la sombra polvorienta del tugurio, golpeando suavemente con los tacones de las botas los combados tablones del suelo y exhalando un suspiro en el aire ensombrecido. Aquél era el sitio, el bar al que hubiera acudido yo mismo en una de mis orgías ambulantes,sí, habría entrado y me habría incrustado como una canica en una grieta, era el lugar perfecto, un refugio para californianos adictos a la oxicodona y tejanos en el exilio, un hogar para campesinos recién desposeídos de sus tierras, con los ojos tan vacíos de esperanza que reflejan las tórridas y ventosas llanuras, los áridos, casi bíblicos tramos de horizonte interrumpidos solamente por la armazón de una mecedora huérfana, y más lejos, nublados por la ira, los contornos de naranjales y astiles de hacha. Éste hubiera podido ser fácilmente mi rincón, un hogar en el que cualquier hombre podía ahogar el hastío en alcohol, arrepentirse de pasadas violencias y ser perdonado por el módico precio de una cerveza.
«(…) Ya era tarde cuando Elso Bari llegó al restaurante y algunos copitos de nieve acababan de derretirse sobre los hombros de su abrigo azul marino. Había vuelto a hacer frío en Chicago después de una semana soleada que había hecho creer a todo el mundo que la primavera había llegado por fin. Al entrar, Elso Bari sintió una agradable sensación de calor y percibió una deliciosa mezcla de aromas: cordero, marisco, vino, salsas, ajo, albahaca…El restaurante ocupaba la planta baja de un edificio de ladrillo rojo de tres plantas en el lado norte de la ciudad. Era una buena zona para un restaurante, pero a esa hora del martes había poca gente: un par de grupos en las mesas grandes del fondo y una pareja con el café y un par de copas.»
Barcelona Skyline, David C. Hall
David C. Hall fue de los ilustres autores que publicaron en la mítica colección Etiqueta Negra de Júcar creada por el editor gijonés Silvio Cañada y dirigida por Paco Ignacio Taibo II.
Desde 1974 reside en Barcelona. La novela Barcelona Skyline ganó el XV Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe.
Dashiell Hammett (27 de mayo de 1894-10 de enero de 1961)
Cosecha roja (Red Harvest) 1929.
El agente de La Continental, personaje sin nombre, fue el primer antihéroe de la historia de la novela negra, y Poisonville, la ciudad en la que el agente sin nombre se encargará de poner nombres y apellidos a la corrupción.
_ Esta maldita ciudad se está apoderando de mi. Si no me voy pronto me voy a volver tan rudimentariamente sanguinario como los naturales.
En Poisonville pasan muchas cosas que conviene leer, pero mientras estas suceden, en Poisonville se bebe y mucho.
Bebe el agente de La Continental pero también beben otros personajes. Beben de todo menos agua: whisky escocés sólo o con zumo de limón y granadina; ginebra sola o con hielo; ginebra, zumo de limón y agua de selz, y botellas y botellas de whisky.
El magnífico personaje de Dinah Brand – una «mala» de las de verdad, totalmente fiel a sí misma y a su destino – le propone al agente sin nombre, en un momento de la novela, un cóctel explosivo:
(…) Es inútil hablar de ello. La cosa es beber, aunque esta ginebra no parece estar muy fuerte.
_ No es la ginebra. Eres tú. ¿ Quieres coger una buena de veras?
_ Esta noche sería capaz de beber nitroglicerina.
_ Pues eso es exactamente lo que vas a beber- me prometió.
Oí cacharros en la cocina. Me trajo un vaso lleno de algo que tenía el mismo aspecto que lo que habíamos estado bebiendo. Lo olí y dije.
_Un poco de láudano …¿eh?.
Pero en Cosecha Roja sucede algo insólito en las novelas negras, Dinah Brand es una mala que cocina. Una mala que cocina y que envía al duro agente de La Continental a la compra.
_ Comerás aquí. A mi no vas a sacarme a la calle después de oscurecer.
Lo decía en serio. Descartó el vestido beige claro por un delantal e hizo inventario del contenido del refrigerador. Había patatas, lechuga, sopa de lata y la mitad de un bizcocho de frutas. Salí a la calle y compré un par de bistecs, panecillos, espárragos y tomates.
Cuando regresé estaba mezclando ginebra, vermut y cointreau en una coctelera en la que ya apenas podía moverse el líquido con desahogo.
Si pueden, les aconsejo que lean Cosecha Roja con un vaso en la mano para evitar cualquier síntoma de abstinencia y concentrarse en la lectura. Pueden llenarlo de bebidas duras. Whisky de malta por ejemplo, o de otro líquido rojo como la sangre; un tinto del Penèdes como Collita Roja o algún otro de su preferencia.