Les tengo cariño. Leía novelas de Perry Mason en la primera adolescencia. Compartían tardes de domingo con las de Agatha Christie, todavía con algún Salgari, y con tebeos de Rip Kirby de la editorial Dolar. Un poco más tarde llegarían los primeros Maigret.
He releído algún Perry Mason ( en Negra y Criminal tenemos toda una estantería llena ), pero los años no pasan en balde para algunos autores, y para algunos de sus lectores.
Leídas ahora, las novelas que Erle Stanley Gardner escribió con su personaje Perry Mason (más de cincuenta) no dejan de tener un cierto candor trasnochado que les confiere identidad.
Perry Mason, el abogado incorruptible (¡!) que sólo acepta clientes inocentes y que observa las huellas con lupa.
Paul Drake, el amigo incondicional de Mason que se dedica a investigar, ya que tiene carnet de la «Drake Detective Agency«.
Della Street, la secretaria perfecta. Guapa y aseada, que tanto puede tomar notas en taquigrafía como preocuparse por si su jefe come o no. En El caso de la huella labial , lleva a Mason a cenar.
_ Jefe, tiene usted que cenar.
Mason fue hacia la mesa.
_Fíjese…¡Fotos! Drake ha tenido que sudar tinta para conseguirlas (son copias de fotos policíacas), con el cadáver en el suelo, el vaso sobre la mesa, y la silla volcada, un periódico medio abierto junto a la butaca, un apartamento mediocre y tan sórdido como el caso que nos ocupa. Y en estas fotos, yo he de descubrir la pista que establezca la inocencia de una joven, no sólo la inocencia sobre el crimen sino la inocencia virginal de la pureza de la muchacha.
Mason se inclinó sobre la mesa y, tras coger la lupa que estaba sobre la carpeta, volvió a escrutar una vez más las fotografías.
_ Caramba, Della_ exclamó de repente_, aquí hay muchas cosas. El vaso de la mesa, con un poco de whisky y soda al fondo. Y las huellas de Fay Allison en todas partes…Luego, tenemos ese beso de unos labios muy pintados en la frente del muerto…
_ Que indica que una mujer estuvo con él antes de morir.
_ No necesariamente. Esa marca es la impresión perfecta de unos labios. Y no hay pintura en los labios del difunto, sino en su frente. Un tipo astuto podía haberse untado los labios de carmín, presionarlos contra la frente de Clements después de haber surtido efecto el veneno, y apartar de este modo las sospechas de sí mismo. Esto podía haber ocurrido así, de haber sabido el hombre que una mujer tenía la costumbre de visitar aquel apartamento de Clements.
Della Street asintió calladamente.
_ Es una pista que indica tan claramente a una mujer, que me hace entrar en sospecha_ continuó el abogado_. Si al menos tuviéramos un punto de partida…O un poco más de tiempo…
Della Street se aproximó al escritorio. Las heladas yemas de sus dedos se posaron sobre los ojos del abogado.
_ ¡ Basta ya !_ murmuró. Vamos a cenar. Estoy hambrienta.