Una de las ventajas de ser libreros es que, algunas veces y por gentileza de algunas editoriales, podemos leer los libros antes de que lleguen a las mesas de la librería, a ocupar, por un tiempo, un espacio privilegiado. Su espacio.
En realidad lo que nos llega para leer no son propiamente libros. Son más bien bocetos de libro, o pruebas de imprenta, al que todavía faltan algunas correcciones. No sé si estos pre-textos, son como explican los editores, material para que críticos y periodistas puedan preparar sus artículos con tiempo suficiente para que el libro, en su salida oficial, se encuentre ya arropado por la crítica, o bien los hacen, para que no caigamos libreros, periodistas, blogeros, y críticos, miserables oficios, en la tentación de vender los libros que nos llegaran con solapas y cubiertas, a lectores ávidos, para sacar para llegar a final de mes.
La verdad es que yo, no suelo leer en este formato prenatal. No tienen todavía portada, y el papel del que están hechos no huele a libro. Huele a apuntes de clase. Un horror.
Pero esta vez he hecho una excepción. Se trataba, del ahora recién nacido, Camilleri-Montalbano:
La edad de la duda (L’ edat del dubte)
Pobre Montalbano. Se nos esta haciendo mayor. Bordeando ya los sesenta, Salvo Montalbano sufre de mal de amores. Por suerte, mientras todo sucede, y suceden muchas cosas, uno de nuestros queridos personajes, el comisario siciliano no pierde el apetito.
No logro saber, si la continua referencia a la comida en esta novela es algo que concierne al comisario, o al autor. Camilleri también se nos ha hecho mayor.
Andrea Camilleri creó a su personaje cuando ya tenía la edad en la que los médicos empiezan a prohibirle a uno muchos platos gozosos. Seguramente fue esta la causa por la que transfirió a su alter ego, a Montalbano, sus ansias y frustraciones gastronómicas. Desde el principio, Andrea Camilleri, hizo comer a su personaje los platos que a él le gustaría comer y ya no podía.
Me imagino ahora al entrañable viejo autor salivando mientras escribe.
No sé si otros seguidores de la obra del autor siciliano se han dado cuenta de la pasión que siente Montalbano-Camilleri por los salmonetes. Estos pequeños pececitos rojos tan mediterráneos.
En La edad de la duda los come todo el tiempo, en diversas versiones.
«(…) En la trattoria encontró consuelo: el pescado había vuelto al menú de Enzo y, para resarcirse de la abstinencia forzosa del día anterior, se dio un atracón. Pidió una fritura de salmonetes y calamares que habría quitado el hambre a media comisaría.»
«(…) Montalbano fue a la cocina y abrió el horno. En una fuente había cuatro enormes salmonetes hechos con una salsa especial inventada por Adelina. Encendió el horno con el grill para que se calentara bien.»
«(…) Iba a tener que comer forzosamente en casa, y por eso quería ver qué le había preparado Adelina. Abrió el horno. Un auténtico hallazgo: pasta ‘ncasciata, con ese toque especial que le daba al plato terminar la cocción en el horno, y salmonetes a la Livornesa.»
A mí, como a Montalbano, nos gustan los salmonetes fritos.
Pero a Camilleri y a mi, nos sentarían mejor a la Livornesa. Cuestión de edad.
SALMONETES A LA LIVORNESA
500 g de salmonetes de tamaño mediano
1 diente de ajo, picado
unas ramitas de perejil
2 cucharadas de aceite de oliva extra virgen
300 g de tomates en trocitos pequeños
sal
pimienta
Limpiar el pescado, eliminando las vísceras, y desescamar pasando el cuchillo sobre los salmonetes, de la cola a la cabeza. Enjuagar con agua fría.
Lavar el perejil, seleccionar las hojas y eliminar las ramas. Picar y reservar.
Picar, el diente de ajo.
En una cazuela plana o sartén grande, agregar el aceite y el ajo picado, poner al fuego.
Freír a fuego lento hasta que el ajo esté dorado. Retirar del fuego unos segundos y agregar los tomates picados. Mezclar, añadir una pizca de sal y cocinar a fuego lento, durante unos 5 minutos.
Incorporar los salmonetes y cocinar unos 3 o 4 minutos de cada lado, dándoles la vuelta delicadamente para que no se rompan. Al final, unir el conjunto con un fino hilo de aceite crudo (1 cucharadita) espolvorear, por encima, el perejil y la pimienta.
Se puede servir de inmediato, pero el plato mejora y cobra fuerza dejándolo reposar una media hora a temperatura ambiente, o todo un día en el refrigerador. Como hace Adelina.