“Ahora se encontraba con él frente a frente: sin sombrero, un mechón de cabello negro cayéndole sobre la nariz afilada. Las manos en el bolsillo del sobretodo que, a pesar del calor, no se había quitado. Y los ojos: verdes, casi transparentes. Apenas pestañeaba, la frente ligeramente arrugada. Soledad y dolor, pero también ironía”.
Ricciardi subía en dirección a su casa; el sol se había puesto pero el calor seguía sin dar tregua. En verano, los domingos a última hora de la tarde la via Toledo adoptaba una apariencia distinta: las familias salían de los bajos, donde la temperatura era insoportable, y para no ahogarse se quedaban en la calle. Los más viejos se sentaban en las sillas que colocaban delante de sus puertas, los más jóvenes lo hacían en cajas de madera que usaban de bancos, y pasaban el tiempo charlando o jugando a las cortes hasta bien entrada la noche. Por las ventanas abiertas de las plantas altas se oía música de las piezas bailables de las radios, risas de niños y gritos de alguna pelea.
En cuanto a la escritura Maurizio de Giovanni me parece que se muestra deudor de los grandes contadores de historias que le precedieron, ambos sicilianos: Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Leonardo Siascia. Su estilo es limpio y preciso, aunque para mi gusto la serie peca en exceso de costumbrismo.
Rosa Vaglio era una de esas mujeres de otros tiempos que daba rienda suelta a su afecto cocinando. Y como había nacido muy pobre, para ella, cuanto más se amaba, más había que nutrir, añadiendo condimentos. Y como ella amaba a Luigi Alfredo Ricciardi más que a nada en el mundo, le preparaba unos platos que habrían matado a un toro, si el toro se hubiese arriesgado a probar sus berenjenas a la parmesana.
PARMIGIANA DI MELANZANE ALLA NAPOLETANA
Aproximadamente para 5 o 6 personas (o para menos. Está buenísima fría)
1 kg berenjenas
700 gr de mozzarella
1 kg de tomates (pelar, rallar)
150 gr de queso parmesano (rallar)
Hojas de albahaca
2 dientes de ajo
Aceite
Sal
Lavar y pelar las berenjenas, o no, al gusto. Yo no las pelo. Cortarlas en rebanadas a lo largo, colocarlas en una bandeja, salar, y dejar que escurran el agua durante aproximadamente 1 hora. Mientras tanto preparar la salsa de tomate con aceite de oliva, ajo, albahaca y un poco de sal. Poner al fuego una sartén alta con abundante aceite. Secar las rebanadas de berenjenas con un paño. Freírlas ligeramente y escurrirlas sobre papel absorbente. A parte, cortar en rodajas la mozzarella. En una fuente para el horno no muy grande (conviene que queden altas las capas) untada con un poco de aceite, poner una primera capa de berenjenas; encima una capa de mozzarella, un poco de salsa de tomate y queso parmesano; luego otra vez las berenjenas, y así sucesivamente hasta que agotemos los ingredientes. Debemos acabar con berenjena, salsa de tomate y un montón de parmesano. Colocar la fuente en el horno (precalentado a 200º) aproximadamente unos 15/20 minutos. Decorar con albahaca y servir caliente o frío. Es un plato único. Máximo acompañar de una ensalada verde y pan.
Ayer en Negra y Criminal presentábamos la re-edición de Las recetas de Carvalho.
Los mejillones, que luego les contaré, fueron condimentados a la “ mediterránea”, y muy elogiados por los asistentes al acto.
Daniel Vázquez Sallés, hijo del autor, nos regaló algunas anécdotas sobre su padre y la relación de este con la cocina. Su padre utilizaba el sofrito para relajarse entre escritura y escritura. Su madre no sabía cocinar ni tenía el mínimo interés en ello, la cocina desde siempre fue territorio de Manolo, que no sabía cocinar para dos o tres sino para un regimiento; llenaba la nevera de tapers con platos que le apetecían. Nos contó Daniel , que las cenizas de su padre es lógico que reposen en el Mediterráneo, en la cala Montjoi, delante de El Bulli donde, desde los primeros escarceos culinarios de Ferrán Adriá, Manolo fue siempre muy feliz.
Creo que mucho mejor que escribir sobre lo que Pau Arenós, prologista y gurú gastronómico, dijo el sábado sobre el libro, les dejo las palabras que el mismo Manuel Vázquez Montalbán, escribió para el prólogo a la primera edición, en 1989.
Ningún escritor se responsabiliza del todo de la conducta de sus personajes, y mucho menos de la de su personaje central. Carvalho, por ejemplo, es muy suyo y sus gustos son personales y sólo transferibles mediante la benevolencia de mi escritura. Frecuentemente los lectores de las novelas de la serie Carvalho me interrogan sobre el porqué de la a veces desmedida afición a la cocina del señor Carvalho. Yo suelo dar una respuesta inteligente, de la que me responsabilizo, pero Carvalho jamás ha dicho nada relevante al respecto. Yo suelo plantear la cocina como una metáfora de la cultura. Comer significa matar y engullir a un ser que ha estado vivo, sea animal o planta. Si devoramos directamente al animal muerto o a la lechuga arrancada, se diría que somos unos salvajes. Ahora bien, si marinamos a la bestia para cocinarla posteriormente con la ayuda de hierbas aromáticas de Provenza y un vaso de vino rancio, entonces hemos realizado una exquisita operación cultural, igualmente fundamentada en la brutalidad y la muerte. Cocinar es una metáfora de la cultura y su contenido hipócrita, y en la serie Carvalho forma parte del tríptico de reflexiones sobre el papel de la cultura. Las otras dos serían esa quema de libros a la que Carvalho es tan aficionado y la misma concepción de la novela como vehículo de conocimiento de la realidad, desde el mestizaje de cultura y subcultura que encarna la serie Carvalho.
Incluso Pepe Carvalho, tan parco en las reflexiones teóricas, ha dicho a veces que quema libros para vengarse de lo poco que le han enseñado a vivir y de lo mucho que le han alejado de una relación espontánea y entusiasmada con la realidad. En cambio, Carvalho carece de una teoría de la cocina que no sea la mía y le importa un bledo el sistema literario en el que se haya inmerso. Le da lo mismo pasar a la Historia de la Literatura que a la Historia de la Subliteratura. En ocasiones, incluso he tratado de llevarle por el buen camino, le he propuesto mayores dosis de ambigüedad sicológica e ideológica para congraciarle con la crítica partidaria de la opacidad esencial de la novela como conocimiento ensimismado. Pero no ha habido manera. Lo peor es que yo pago las consecuencias. Soy yo el que de vez en cuando me tropiezo con críticos del formalismo ruso madrileño y sabios literarios en general que me miran por encima del hombro, sin duda recordando esas situaciones tan ordinariamente carvalhianas en las que se pone a guisar, a masturbarse o a filosofar sin que lo exija estrictamente la armonía interna de la novela. Se lo tengo advertido, pero ni caso.
Hora es ya de hacer un balance de las recetas de Carvalho, que son suyas y de otros, aunque cuando se apropia de las recetas ajenas suele siempre introducir alguna modificación. Carvalho es gastronómicamente ecléctico. He aquí su única connotación posmoderna. La base de sus gustos la forma una materia esencial: el paladar de la memoria, la patria sensorial de la infancia. Por eso sus gustos fundamentales proceden de la cocina popular, pobre e imaginativa de España, la cocina de su abuela, doña Francisca Pérez Larios, a la que dedica el nombre de un bocadillo notable, recogido en este recetario. Nuestro hombre integra cocina catalana, cocina de autor de distintos restauradores de España y de diferentes extranjerías gastronómicas. Pero una cosa es lo que Carvalho come y otra lo que guisa. Por ejemplo, jamás se le ha visto cocinar un oreiller a la Belle Aurore, como sí lo hace Sánchez Bolín en Asesinato en Prado del Rey, aunque de vez en cuando se sumerja en la elaboración de algún plato complicado como el salmis de pato.
Carvalho cocina por un impulso neurótico, cuando está deprimido o crispado, y casi siempre busca compañía cómplice para comer lo que ha guisado, para evitar el onanismo de la simple alimentación y conseguir el ejercicio de la comunicación. Y en esas ocasiones encuentra a comensales propicios, mayéuticos, se llamen Fuster, Charo o Biscuter. Observe el astuto seguidor de la serie cómo su relación con Bromuro (q.e.p.d.) era exclusivamente alcohólica y pocas veces nutritiva, como si Carvalho quisiera ayudarle a suicidarse lentamente. Pero sobre Bromuro corramos un tupido velo porque aún hoy es material de discusión entre Carvalho y yo. Me reprocha el que lo haya matado y en vano le respondo que en literatura siempre se mata a causa de las circunstancias literarias y que jamás se derrama ni una gota de sangre real, ni se emplea otra mortaja que la del silencio de las páginas: los espacios en blanco.
Otra cuestión generadora de discusión, esta vez ajena a la que repetidamente nos enfrenta a Carvalho y a mí, es el juicio sobre el real saber gastronómico y culinario de Carvalho. Yo le he pillado en varios fallos provocados por la plebeyez de su paladar original y por una progresiva asimilación de conocimientos que no siempre llegaron a tiempo. Por ejemplo, en las primeras ediciones de Tatuaje, recomienda un Sauternes cuando debería recomendar cualquier blanco no moellé, y en cambio en Los mares del Sur pone en labios del marqués de Munt una pedante glosa del morteruelo, regado con Chablis. Craso error. Al morteruelo, como a cualquier paté o mousse o engrudo de estas características, le va bien el Sauternes o el Montbrazillac, nunca el Chablis. Igualmente merece reprobación la fideuá que realiza en Los pájaros de Bangkok, verdadero atentado contra este exquisito plato, que él convierte en un extraño hormigón compuesto de masas de harina de arroz y toda clase de bestias, cuando la fideuá fideuá se hace con pasta de harina de trigo, a ser posible con fideos del tipo «cabello de ángel», y los tropezones han de ser escasos, según la receta que aporto, la única de mi cosecha, profundamente correctora de la que describe Carvalho en la citada novela.
Sobre el discutible gusto de Carvalho -que sea discutible no quiere decir que carezca de él- dan idea las escasas referencias a postres que hay en sus abundantes digresiones gastronómicas. Pocos y simples, para desesperación de los amateurs de esta cocina rigurosamente inocente. Este bárbaro vicio carvalhiano procede de su filosofía compulsiva y devoradora. Platos hondos. A él le van los platos hondos, y si bien entre lo crudo y lo cocido elige lo cocido, entre lo dulce y lo salado se decanta por lo salado, prueba evidente de primitivismo, que impide homologar el paladar de Carvalho según los cánones del refinamiento. No interprete el lector mi reflexión crítica como una muestra de hostilidad hacia mi personaje, aunque es cierto que nuestras relaciones no han sido siempre buenas. Simplemente, mi responsabilidad y mi credibilidad se manifiestan en relación con el lector, mi señor, siempre por encima de mi personaje, que sólo tiene un valor instrumental, aunque él no lo crea y haya cometido conmigo actos de desacato que algún día le pueden costar muy caros. Por ejemplo, Carvalho jamás me ha invitado a cenar en su casa alguno de sus guisos. Tal vez espera a que yo se lo insinúe, pero esperará en vano porque no es trajín de un escritor el ir tras los pasos de sus personajes. Es más, cuantas veces hemos coincidido en algún bar para discutir un desarrollo narrativo o algún desajuste entre mi escritura y su conducta, mi imaginación y sus deseos, jamás ha hecho el gesto de invitarme. Ni a un miserable café. Gesto en sí mismo de hostilidad, de mala educación, y que ha provocado que yo haga lo imposible para que tenga dificultades económicas progresivas en las novelas que restan a la serie. Si espera jubilarse con el riñón bien cubierto, está apañado. Voy a hacer lo imposible para que termine sus días sin otra alimentación que arroz con bacalao y algún que otro bocadillo señora Paca. No es crueldad. Es instinto de autodefensa. Sólo el que haya concebido un personaje literario habitual y seriado podrá comprender el calvario que representa soportar sus impertinencias.
Pido perdón por este rapto de confesionalismo crítico e insisto en que el recetario que sigue es revelador de la mejor alma gastronómica del personaje y de un estado de la cultura en el que se confunden las fronteras de lo ecléctico y lo sincrético. Podríamos llegar a la conclusión de que los gustos gastronómicos de Carvalho son eclécticos en la selección y sincréticos en la tecnología, aunque lo más cercano a la realidad sería aceptar estas sabrosas propuestas como un patrimonio humano, mucho más que como un patrimonio del señor José Carvalho Tourón.
Mejillones a la Pepe Carvalho
1 cucharada de aceite
1 cebolla picada
½ pimiento rojo, picado
2 tomates picados ( sin piel ni semillas)
1 diente de ajo, picado
1 rama de apio, picado
1 k. de mejillones
4 cucharada de vino blanco
1 cucharadita de tomillo
1 cucharadita de orégano
1 cucharadita de pimienta
1 cucharada de perejil
Lavar bien los mejillones. Dejarlos libres de “barbas” .
En una cazuela alta, poner el aceite y a continuación el ajo y la cebolla. Dejar pochar a fuego bajo hasta que quede blanda pero sin que llegue a dorar. Agregar el pimiento, el apio y los tomates . Dejar unos minutos y agregar los mejillones.
Tapar la cazuela. Dejar que den unos hervores y, posteriormente, eliminar la mayor parte del “ líquido” que hayan soltado. Incorpora el vino blanco, el tomillo, pimienta y orégano. Dejarlos hasta que se abran. En el momento antes de servir, espolvorear el perejil picado por encima.
En la cocina de Negra y Criminal
Mientras Daniel Vázquez Sallés escribe, Pau Arenós y yo hablamos de restaurantes y restauradores. Intercambiamos direcciones, sabores y puntos de cocción. Un gustazo.
Seguid los gustos de Pau Arenos en sus blogs
CARVALHO, DETECTIVE «GOURMET»
SERGI DORIA
publicado en ABC, 9-XI-2012,BARCELONA
“Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino”. Toda una declaración de principios. Pepe Carvalho rumia casos detectivescos en los fogones, ante una parada del mercado de la Boquería, o sobre los manteles de Casa Leopoldo, Can Lluís o Casa Isidro, restaurantes del Raval donde festeja con Charo la madurez de su amor. En “El delantero centro fue asesinado al atardecer”, la carta de Casa Isidro ofrece foie gras de oca a la crema de limón verde, bacalao gratinado al perfume de ajo, “farcellets” de col rellenos de langosta al perfume de azafrán, lubina a la ciboulette, lenguado con moras, “riz de veau” a la crema de limón verde y una carta de vinos con un Cigales hegemónico. Carvalho responde irónicamente: “De todo un poco”. Cerca de la calle Botella, donde nació su creador, Can Lluís sigue ofreciendo un menú Vázquez Montalbán con “olleta d’Alcoi” y espaldita de cabrito asada. En Casa Leopoldo, rodeado de carteles taurinos y azulejos relucientes, Carvalho saborea una dorada o un turbot a la plancha que se ha horneado suavemente… Y cuando toma el avión para Madrid, se da un homenaje en el Jockey con un menú canónico: extracto de pescados ahumados con ostras a la hierbabuena, pichones de Talavera rellenos y milhojas de mango con helado de jengibre.
A los cuarenta años del nacimiento de Carvalho en “Yo maté a Kennedy”, Planeta reúne sus novelas en ocho volúmenes. Después de “El círculo virtuoso” y “Puente aéreo” recupera “Las recetas de Carvalho”, editadas por primera vez en 1989, cuando el centro del mundo, como señala en el prólogo Pau Arenós “está en el estómago” para constatar como el poema de Guillén, que “el mundo está bien hecho”.
“Carvalho gourmet” abre el ágape con pan con tomate. Ese prodigio alimentario que “se les ocurrió a los catalanes hace poco más de dos siglos” combina muy bien con una tortilla en escabeche; las berenjenas, siempre buenas, y todavía mejores al estragón, rellenas de atún o crema de gambas. De entre los platos de fondo, para los cuarteles de invierno, potaje, cocido madrileño, “olleta” alcoyana y “escudella i carn d’olla”; arroces (con alcachofas, bacalao y sobrasada, kokotxas, almejas, mar y montaña, conejo, sardinas o al libre albedrío); pescados como el rape al ajo quemado, la cazuela de sepias, la caldeirada y el gran bacalao que traza el eje Barcelona-Bilbao-Oporto: “a la llauna”, al pil-pil, o al roquefort. La gula cárnica se nutre de filetes de buey al foie, fricandó, ossobuco, gigot braseado, callos a la madrileña…
En la librería Negra y Criminal, del barrio marinero de la Barceloneta, conocen bien al detective gourmet. Carvalho compensó los desencantos de las utopías del siglo XX con la gastronomía. Después de proclamar que “hay que beber para recordar y comer para olvidar” cambió “El capital” de Marx por la “Fisiología del gusto” de Brillat-Savarin. Si somos lo que comemos, la biografía del alter ego de Vázquez Montalbán no se entiende sin el recetario. En los años setenta, explica Montse Clavé, autora de un manual de cocina negra y criminal, “coexistían en armónica hermandad los riñones al jerez y los pies de cordero con el “salmis de pato”; en los ochenta, “su vena popular le lleva por los mostradores de los bares de mercado que exhiben sardinas en escabeche, pies de cerdo, o tripa…” En los primeros noventa, Carvalho ya husmea en los afanes deconstructivos de Ferran Adrià. De entre todas las recetas, Clavé se decanta por la más identificada con las raíces del detective gourmet: la “caldeirada Carvalho”, descrita en la novela “Tatuaje”. Como casi siempre, lo más original es volver al origen.
Olleta d’Alcoi
Para cuatro personas
Preparación: 15 minutos; cocción. 1 hora y media
½ kg de cabeza de cerdo; 1 pata de cerdo; 1 rabo de cerdo; 3 morcillas de cebolla; 2 blancos (embutido); 3 nabos limpios y cortados; 1 manojo de carditos limpios y cortados; 300 g de patatas cortadas; 200 g de garbanzos remojados; 300 g de arroz; sal y azafrán.
Ponerlo todo a cocer en una cacerola con agua (salvo las patatas, el arroz y los embutidos). Dejar cocer hasta que todo esté tierno.
Añadir entonces las patatas. Dejar cocer, y veinte minutos antes de servir añadir el azafrán, rectificar de sal y echar el arroz, que ha de quedar entero. Remover bien y añadir caldo si faltara. Añadir los embutidos cinco minutos antes de sacar la olla del fuego. El guiso debe quedar caldoso. Servir bien caliente.
Los restaurantes de Carvalho
-Can Lluís. c/ de la Cera, 49. Tel. 93 441 11 87
-Casa Leopoldo. c/ San Rafael, 24. Tel. 93 441 30 14
-Casa Isidro. c/ de les Flors, 12. Tel. 93 441 11 39
Una de las ventajas de ser libreros es que, algunas veces y por gentileza de algunas editoriales, podemos leer los libros antes de que lleguen a las mesas de la librería, a ocupar, por un tiempo, un espacio privilegiado. Su espacio.
En realidad lo que nos llega para leer no son propiamente libros. Son más bien bocetos de libro, o pruebas de imprenta, al que todavía faltan algunas correcciones. No sé si estos pre-textos, son como explican los editores, material para que críticos y periodistas puedan preparar sus artículos con tiempo suficiente para que el libro, en su salida oficial, se encuentre ya arropado por la crítica, o bien los hacen, para que no caigamos libreros, periodistas, blogeros, y críticos, miserables oficios, en la tentación de vender los libros que nos llegaran con solapas y cubiertas, a lectores ávidos, para sacar para llegar a final de mes.
La verdad es que yo, no suelo leer en este formato prenatal. No tienen todavía portada, y el papel del que están hechos no huele a libro. Huele a apuntes de clase. Un horror.
Pero esta vez he hecho una excepción. Se trataba, del ahora recién nacido, Camilleri-Montalbano:
La edad de la duda (L’ edat del dubte)
Pobre Montalbano. Se nos esta haciendo mayor. Bordeando ya los sesenta, Salvo Montalbano sufre de mal de amores. Por suerte, mientras todo sucede, y suceden muchas cosas, uno de nuestros queridos personajes, el comisario siciliano no pierde el apetito.
No logro saber, si la continua referencia a la comida en esta novela es algo que concierne al comisario, o al autor. Camilleri también se nos ha hecho mayor.
Andrea Camilleri creó a su personaje cuando ya tenía la edad en la que los médicos empiezan a prohibirle a uno muchos platos gozosos. Seguramente fue esta la causa por la que transfirió a su alter ego, a Montalbano, sus ansias y frustraciones gastronómicas. Desde el principio, Andrea Camilleri, hizo comer a su personaje los platos que a él le gustaría comer y ya no podía.
Me imagino ahora al entrañable viejo autor salivando mientras escribe.
No sé si otros seguidores de la obra del autor siciliano se han dado cuenta de la pasión que siente Montalbano-Camilleri por los salmonetes. Estos pequeños pececitos rojos tan mediterráneos.
En La edad de la duda los come todo el tiempo, en diversas versiones.
«(…) En la trattoria encontró consuelo: el pescado había vuelto al menú de Enzo y, para resarcirse de la abstinencia forzosa del día anterior, se dio un atracón. Pidió una fritura de salmonetes y calamares que habría quitado el hambre a media comisaría.»
«(…) Montalbano fue a la cocina y abrió el horno. En una fuente había cuatro enormes salmonetes hechos con una salsa especial inventada por Adelina. Encendió el horno con el grill para que se calentara bien.»
«(…) Iba a tener que comer forzosamente en casa, y por eso quería ver qué le había preparado Adelina. Abrió el horno. Un auténtico hallazgo: pasta ‘ncasciata, con ese toque especial que le daba al plato terminar la cocción en el horno, y salmonetes a la Livornesa.»
A mí, como a Montalbano, nos gustan los salmonetes fritos.
Pero a Camilleri y a mi, nos sentarían mejor a la Livornesa. Cuestión de edad.
SALMONETES A LA LIVORNESA
500 g de salmonetes de tamaño mediano
1 diente de ajo, picado
unas ramitas de perejil
2 cucharadas de aceite de oliva extra virgen
300 g de tomates en trocitos pequeños
sal
pimienta
Limpiar el pescado, eliminando las vísceras, y desescamar pasando el cuchillo sobre los salmonetes, de la cola a la cabeza. Enjuagar con agua fría.
Lavar el perejil, seleccionar las hojas y eliminar las ramas. Picar y reservar.
Picar, el diente de ajo.
En una cazuela plana o sartén grande, agregar el aceite y el ajo picado, poner al fuego.
Freír a fuego lento hasta que el ajo esté dorado. Retirar del fuego unos segundos y agregar los tomates picados. Mezclar, añadir una pizca de sal y cocinar a fuego lento, durante unos 5 minutos.
Incorporar los salmonetes y cocinar unos 3 o 4 minutos de cada lado, dándoles la vuelta delicadamente para que no se rompan. Al final, unir el conjunto con un fino hilo de aceite crudo (1 cucharadita) espolvorear, por encima, el perejil y la pimienta.
Se puede servir de inmediato, pero el plato mejora y cobra fuerza dejándolo reposar una media hora a temperatura ambiente, o todo un día en el refrigerador. Como hace Adelina.
El espionaje ha existido en todas las épocas, y ha sido tema recurrente en la historia del género negrocriminal y de espías. El mismo Conan Doyle, se introdujo en el género, cuando hizo que Sherlock Holmes protegiera secretos británicos de vital importancia en El tratado naval (1894).
E. Phillips Oppenheim, escribió sus relatos entre 1900 -1914.
Otros autores han escrito obras memorables:Eric Ambler, con Epitafio para un espía (1938) y La máscara de Dimitrios (1940). Graham Greene, El americano impasible (1952) Nuestro hombre en La Habana (1959, El factor humano (1978). John Le Carré creador del inolvidable agente George Smiley, Llamada para el muerto (1961), Asesinato de calidad (1962), El espejo de los espías (1965), El espía que surgió del frío (1963), El topo (1974), El honorable colegial (1977), La gente de Smiley (1979).
Los relatos de espionaje se pueden situar en cualquier época, pero hay que reconocer que la más atractiva, y la que goza de una más amplia iconografía en escenarios novelescos y cinematográficos, se sitúa entre los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939 -1945), y el final de la llamada Guerra Fría, es decir hasta el final de la URSS.
El espionaje actual carece de glamour. Espiar las infidelidades conyugales, los mercados, o saber los entresijos que llevaron al asesinato de Bin Laden quedan lejos de imágenes como estas:
Dos de los mejores escritores actuales especializados en este tipo de relatos: Philip Kerr, con su saga Berlin Noir, protagonizada por el detective alemán Bernhard «Bernie» Gunther, y Alan Furst , sin protagonista fijo, se sienten atraídos por esos mundos perdidos, más cinematográficos que reales, de los años treinta y cuarenta en la convulsa Europa de la Segunda Guerra Mundial, y los convierten en escenario de sus novelas.
Espías de los Balcanes es la última novela publicada (y leída) de Alan Furst :
Grecia, 1940. En la ciudad portuaria de Salónica, una guerra secreta está a punto de estallar. Mientras Adolf Hitler planea invadir los Balcanes, los espías cercan la ciudad. En los burdeles y en las trastiendas de oscuras barberías los sobres pasan de mano en mano, y los susurros corren por tabernas y locales nocturnos.
Costa Zannis, un oficial de policía de avanzada edad, regresa a Salónica tras luchar contra las tropas de Mussolini. Costa es un hombre valioso, con contactos en las más altas esferas y en los bajos fondos. Pronto se ve envuelto en un operativo para ayudar a refugiados judíos huidos de Alemania. Mientras la guerra amenaza la ciudad, tres mujeres cambiarán los últimos años de la vida de Costa: una dama británica expatriada, una mujer de fama poco respetable y la esposa del mayor magnate del lugar.
En una escena de la novela, Costa Zannis va con su amante Roxanne Brown a una taberna que es algo más que una simple taberna. El Balthazar. Un local, escondido en una bodega en los bajos fondos de la plaza Vardar.
(…) Balthazar estuvo encantado de verlos y les dedicó una solemne reverencia.
_ Es un placer _ dijo_. Llevaban demasiado tiempo sin venir.
Los condujo a una habitación muy pequeña y muy privada, con otomanas, alfombras tupidas y mesas bajas de latón. La suave oscuridad apenas la estorbaba una lámpara de alcohol que parpadeaba en un rincón. Balthazar prendió incienso y luego preparó dos narguiles, cada uno con una generosa pella de hachís de color ocre.
_ ¿Comerán después? ¿Unos mezé?
Los «mezé” no son propiamente de Grecia si no que comparten protagonismo con otros países del este del Mediterráneo y de Oriente Medio: Turquía, Bulgaria, Serbia… Jordania, Palestina, Siria, Líbano.
La palabra «meze«, al parecer, proviene del Iraní. Los mezé son una variedad de pequeños platillos, unos entremeses, que en sí podrían constituir una comida. Se sirven acompañados de pan tipo pita. Los mezé varían según se elaboren en pueblos del interior o en poblaciones costeras. En el interior están basados en verduras, berenjenas, pimientos, tomates, carne de cordero, hojas de vid, legumbres, arroz…, y en la costa, encontramos más variedad de mezé de pescado: huevas, mejillones,…
Suelen acompañarse de la bebida local, en Grecia de ouzo, en Turquía de raki.
El verano es la temporada ideal para comer mezé, pero la Taramosalata, la hago frecuentemente, cuando encuentro huevas de pescado en el mercado. Ayer mismo.
Taramosalata
200 g de huevas de pescado (las de merluza son la que se encuentran más fácilmente, pero pueden ser de cualquier otro pescado).
Si no queréis hervirlas vosotros, podéis utilizar 2 botes de huevas rojas (salmón, lumpo…etc) en conserva.
1 cebolla mediana, rallada fina
300 g de miga de pan blanco
4 cucharadas de aceite de oliva virgen extra
El jugo de 2 limones
Hervir las huevas. Poner agua a hervir con una hoja de laurel y un poco de sal. Introducir las huevas, y dejarlas hervir unos 8 minutos. Dejar enfriar en la misma agua.
Escurrirlas, quitar las pequeñas venillas de color negro que puedan tener, y ponerlas en la batidora. Remojar, en agua mineral, la miga de pan, escurrirla, y agregarla a la batidora junto con el aceite y el jugo de limón. Mezclar bien. Depositar la mezcla en un bol, agregar la cebolla, e incorporarla totalmente a la salsa. Tapar y dejar reposar en la nevera aproximadamente 1 hora.
Es delicioso.
tzatziki
1 pepino
200 g de yogurt griego
2 dientes de ajo
4 cucharadas de aceite de oliva virgen extra
3 cucharadas de zumo de limón
sal y pimienta
Rallar el pepino y dejarlo escurrir unos minutos. Rallar los ajos, ponerlos en un bol al que incorporaremos el yogurt y el pepino rallado. Salpimentar, agregar el aceite y el jugo de limón. Mezclar muy bien en redondo, como para hacer ajoaceite a mano. Tapar y dejar reposar en la nevera aproximadamente 1 hora.
Horiatiki Salata
1 pepino
3 tomates, cortados a trocitos pequeños
1 cebolla, picada
1 pimiento verde, picado
aceitunas negras
queso feta , cortado en cuadraditos
aceite de oliva virgen extra
sal, pimienta y orégano.
Lavar las verduras y cortarlas. En una ensaladera honda, poner todos los ingredientes, y aliñar con aceite, sal y pimienta
París 1941. Finales de agosto. El cielo vaticina tormenta. Un calor húmedo y aplastante se apodera de la ciudad, pero Maigret no se ha ido de vacaciones.
A pesar de un anónimo, firmado Picpus, la policía no llega a evitar el homicidio de Marie Picard, una clarividente que ejerce bajo el nombre de Mlle Jeanne, que es apuñalada en su salón. En el apartamento de la víctima, el comisario Maigret descubre, encerrado en la cocina, un viejo senil y embrutecido, Octave Le Cloaguen, que jura no saber nada sobre el crimen. Maigret lo cree…
“( …) A pesar de la tormenta la noche era càlida, y todas las puertas y ventanas de la gran cervecería del bulevard Clichy estaban abiertas. Los dos hombres estaban sentados entre la sala y la terraza. De un lado, un bullicio cálido y luminoso, el vaivén de los camareros, los grupos animados de comensales; del otro, las mesas desiertas bajo el toldo lleno de agua, dos chicas ante sendos vasos vacíos, la lluvia que seguía cayendo, pero no era ya la tromba de poco antes. La place Blanche y sus anuncios luminosos, después de una zona de sombra en la que se deslizan los taxis por el asfalto mojado, y el reflejo luminoso de las aspas del Moulin-Rouge que giraban incansablemente.
Alternancia de humedad y de ráfagas frescas, de verano que concluye y de otoño parisiense. Los dos hombres acaban de comer su plato de sopa gratinada…”
Georges Simenon escribió este libro, Firmado:Picpus, en Château de Terre-Neuve, Fontenay-le-Comte (Vendée, France), en junio de 1941
Fue publicado por capítulos seriales en el diario « Paris-Soir », desde el 11 de diciembre de 1941 al 21 de enero de 1942 en 34 capítulos, con el título Signé Picpus o La grande colère de Maigret.
El manuscrito de este libro fue vendido en subasta pública, por iniciativa del autor, para ayudar a los prisioneros de guerra.
Soupe à l´oignon gratinée
4 cebollas grandes cortadas en láminas finas
4 cucharadas de café con leche de mantequilla
2 cucharadas de harina
1 l ( aprox.) de caldo de carne (se puede hacer con caldo concentrado)
150 g de queso gruyere, rallado
4 rebanadas de pan del día anterior, ligeramente tostado
200 ml de vino blanco seco, o 1 copita de vino Madeira (Oporto, Marsala, Pedro Ximenez,…o similar)
1 cucharadita de café de tomillo
sal y pimienta
En una cazuela alta, con la mantequilla, y a fuego muy lento, rehogar la cebolla hasta que quede dorada. Unos treinta minutos.
Espolvorear por encima la harina, y remover con una cuchara de madera hasta que quede ligeramente tostada. Agregar el vino. Remover y dejar evaporar unos 2 minutos. Incorporar el caldo (calentado previamente), salpimentar, añadir el tomillo y dejar hervir, cubierto, unos 20 minutos a fuego lento.
Repartir en cuatro recipientes que se puedan introducir en el horno.
Poner una rebanada de pan en cada recipiente, sobre el caldo, y por encima una cuarta parte del queso rallado.
Gratinar unos minutos, y servir.
Capítulo cuarto
Huevos a la Tripe en Can Tuiter.
Gordo Larsson y Valerio Bravo alcanzaron el centro de la ciudad de Gil Mateos al amanecer. En el lugar donde antaño se levantaban las Bahamonde Towers y el palacio del Comendador, la Universidad José Bono y la residencia de verano del Archiduque de Pontevedra, la Catedral de San Juan Pablo II y el santuario de la Virgen del Aborto, la Audiencia y al cuartel del Batallón Barrionuevo, a tiro de lapo de la arrasada Plaza de la Contrarreforma y el demolido pabellón de Penas Capitales, allí, digo, encontró nuestro héroe un gran descampado con un chiringo en el medio. Era el comedero de Can Tuiter, regentado por Oriol Tuiter i Tuiter.
– Ymme Tuiter, Gordo Larson.
– ¿Cómo sabe usted mi nombre?
– Tu fma t prcde y yo stoy n tdo. 70. Nacido n Soria. Tu mam bruja. Tu condena sla gula. Tufinal n barrio Urdanga. Jmas parq Leo Messi. Sgo?
– ¿Y este, cómo se llama? – preguntó Gordo, señalando a Valerio.
– Valerio Bravo. Kzdor. 25. Nacido n LaBola. uerfno mchtero gnrant dsgrciado brrcho…
– Oye, Tuiter, ¿se puede saber qué te pasa en la boca? – preguntó Valerio, sin abandonar las manos de sus machetes porque aquel individuo no le gustaba ni media.
– No pasa nada n boca, pq?
Gordo Larsson hizo una seña a su compañero para que se callara.
– Oiga usted, Tuiter, ¿no tendrá algo de desayunar por ahí, verdad?
– Tngo uevs.
– ¿Huevos?
– Frts
– ¿Perdón?
– Cn jmn
– ¿Cómo?
Oriol Tuiter i Tuiter, situado tras el madero que servía de mostrador en su comedero, mostró un claro gesto de disgusto y trató de vocalizar mejor.
– Huevos fritos con jamón.
– Estupendo, amigo Tuiter. Eso nos irá de maravilla, y del pago no te preocupes, que ya nos arreglaremos – dijo Gordo.
– N soy su mgo
– ¡Me cago en tus vivos! – exclamó Valerio Bravo -. ¿No sabes hablar en cristiano?
– Ecnmia d plbrs
– ¿Te las cobran o qué coño?
Gordo Larsson mandó callar de nuevo a Valerio y dijo a Tuiter que ok con esos huevos fritos con jamón. Pero Tuiter no se movió del mostrador. De nuevo con una vocalización adecuada, dijo que también él quería apostar, como la Amparo.
– ¿Y qué es lo que quieres jugarte?
Desapareció tras una lona y al cabo de unos instantes puso sobre el mostrador seis latas de espárragos de Navarra.
– Pone cojonudos, Gordo. ¿Has visto? Co-jo-nu-dos. ¡Lo que hay que ver! ¿Y esto se come? – preguntó Valerio.
– No un burro como tú.
– Como quieras, para ti el pato y esas latas, pero yo, ¿qué gano?
Tuiter comprendió la situación y extrajo de su delantal un cuchillo jamonero. A Valerio le bailaron los ojos. Seguido, también colocó un revolver sobre el mostrador.
– ¿Te juegas todo ese metal a que no volvemos de Leo Messi?
– Slo el chllo. La pstla s para jgar rleta rsa.
– ¡Ostias, Gordo, este tipo está como un grillo!
– El q prmro bang, ns lo cmmos. Ok?
Tal vez fue el hablar de Tuiter, tal vez el brillo de hiena que desplegó en sus ojos, el caso es que Valerio Bravo, ejerciendo su papel de hombre de acción, empuñó los machetes y en apenas seis caracteres rajo a Oriol Tuiter i Tuiter desde la carótida hasta la femoral.
Al desgraciado, desangrándose sobre el mostrador, aún le dio tiempo a suplicar a Gordo Larsson que le cocinara unos huevos a la Tripe (1).
– Uevs ala trip, pr fvr.
Pero Gordo no le entendió y Tuiter no pudo repetirlo.
– ¿Qué ha dicho?
– No lo sé, Gordo. Este tío estaba como una chota.
– Pues yo no me quedo sin esos huevos fritos con jamón. ¿Te hacen, Valerio?
– ¿Huevos fritos teniendo aquí lo que tenemos?
– En La Bola no somos caníbales.
– Eso tú, que apenas sales de noche.
– Ni se te ocurra.
– Que te jodan, Gordo. Yo desayuno a mi modo y tú al tuyo. Estoy de viaje y necesito proteína. ¿Estamos?
Gordo comprendió que le convenía callar. Además, ¿qué podía él objetar contra eso de comerse a un semejante si había logrado sobrevivir tantos años y la carne era tan solo carne desde que Margaret devoró a Carl? Se cocinó los huevos mientras Tuiter, colgado por los pies, se vaciaba de sangre. Cuando Valerio comenzó a descuartizarlo, Gordo Larsson abandonó el chiringo y se llevó su desayuno a la sombra de una palmera. Comió y sonrió satisfecho. La cosa iba muy bien. Tenían seis cajas de espárragos cojonudos, un revolver con munición y Valerio llenaba sus alforjas y se ganaba un cuchillo jamonero. Los pichones jóvenes y tiernos del parque Leo Messi y el pato de Amparo estaban cada vez más cerca.
(1) Nota manuscrita de Guillén Dewu. Monje anarquista del Comunato de Oña (Castilla La Vieja) y cronista de las andanzas de Gordo Larsson:
Huevos a la Tripe. seis huevos, dos cebollas, tiento de vino claro con agua, un pico de harina, un pico de queso seco raspado, puñado de mantequilla, sal, pimienta y doce gotas de limón. Se cuecen los huevos hasta endurecer y se preparala salsa Tripe dorando la cebolla sobre la mantequilla y añadiendo la harina a brasa templada (sin hervotear en ningún momento). Se añade el vino blanco con agua y se amalgama el conjunto, poniendo de seguido sal, pimienta y las doce gotas de limón. Se mantiene en la brasa contando dos veces sesenta y se retira. Los huevos se cortan en rodajas, se ponen en una bandeja de barro cubiertos con la salsa y con el queso rallado y se meten al horno hasta que doren, o entre ladrillos (pero siempre con una bandeja de agua debajo). Suculentos en compañía de vinos tintos de Namibia o vinos blancos de Angola.
Próximo capítulo:
Costillas de canguro a la salchichera en Lo Matas.
Capítulo tercero.
Menudillos de polla con salsa de alcaparras.
La avenida Ministro Gallardón unía el barrio de La Bola con el centro de Gil Mateos. En sus orígenes, hacia 2020, fue una amplia arteria arbolada con confesionarios de ébano y fuentes de bromuro cada doscientos metros. En 2090 se había convertido en una cinta de escombros y maleza poblada de gatos del tamaño de un perro y perros del tamaño de un hombre.
– Ahí lo tienes, Gordo. Nuestro primer obstáculo. Dos kilómetros y estamos en el centro.
– Esos gatos de los que hablas, Valerio, ¿saben bien?
– No lo sé. Cuando estuve por aquí no traté de comérmelos, sino de escapar de ellos.
– ¿Y los perros?
– No son perros, Gordo. Hablo de los Putinov, exiliados rusos. Son unos cincuenta y todos familia.
– ¿Peligrosos?
– Si no te cogen, no. Pero no son de lo peor que vamos a encontrar en este viaje.
Gordo Larsson y Valerio Bravo comenzaron a caminar porla avenida Ministro Gallardón.Pronto, la espesura les cubrió por entero. Valerio avanzaba abriendo camino con sus machetes y Gordo no dejaba escapar ocasión para recoger hierbas y raíces. Al cabo de unos doscientos pasos, llegaron ante una caseta de plástico y hojalata que los antiguos llamaban kiosko. Echaron un vistazo tras apartar la maleza y descubrieron un esqueleto en el interior. Llevaba un cartel al cuello.
– ¿Quién fue Jota Eme Aznar, Gordo?
– Fue un agente del Mossad israelí infiltrado en los gobiernos españoles de finales del siglo veinte y comienzos del veintiuno. Pero ahí no pone nada de eso, sino Joder, Puto Ánsar.
– ¿Gripe aviar?
– Quién sabe, Valerio.
– Gripe aviar, de fijo. Por eso no hay un solo gato. Da mal fario. A ver si está todo infectado y la jodemos también nosotros.
– Prosigamos – dijo Gordo Larsson.
La selva era espesa y el sol ya se ponía por los cerros de Brunete. Llegaron ante un bosque de bambú que dio mucho trabajo a los machetes de Valerio. Encontraron un pequeño claro entre el bambú y decidieron pasar allí la noche.
– Ni se te ocurra hacer fuego – dijo Valerio.
– Yo no ceno frío – contestó Gordo.
– Entonces no cenas.
Gordo Larsson iba a replicar cuando los Putinov, todos rubios y con flequillo, surgieron de la nada.
– ¡La jodimos, Gordo!
– Para nada, Valerio. Estos tienen una cara de hambre que no veas.
– Por eso mismo, imbécil.
Los Putinov los llevaron a su refugio, que era andergraun, y los metieron en una olla de dos brazos de diámetro. Gordo Larsson, en un vistazo rápido y ante la ausencia de sal, pimienta u otros aderezos básicos, comprendió que aquellos miserables no habían comido algo decente en su vida. Consistente sí, porque la carne humana lo es, pero no aderezado de un modo civilizado.
– Me los voy a camelar, Valerio.
– Pues date prisa, porque hervoteamos en breve.
Cerró los ojos y se largó cincuenta años atrás; su madre trajina en la cocina; en la radio suenan discursos vocingleros; el gas hace tiempo que no rula, pero tienen carbón; el olor de las alcaparras se esparce; la polla gorda, abierta en canal, le lleva al suspiro. Gordo Larsson sonrió. Estaban salvados.
– Не предпочитает петух с потрохами соус каперсы? (1) – preguntó Gordo.
– Мы говорим испанский, идиот – respondió el más viejo de los Putinov.
– Pues entonces mucho mejor. Les explicaré cómo se hace y así aprenden algo de cocina, que no les vendrá mal. Si les gusta, nos dejan en paz. Si no, nos quedamos aquí hasta que logre cocinar algo ajustado a su raquítico sentido del gusto.
El más viejo de los Putinov accedió al ofrecimiento de Gordo Larsson, pero puso una condición.
– En vez de una polla, prefiero que esa salsa de alcaparras me la acompañes con las orejas de tu compañero.
– Eso no es posible, señor Putinov. La oreja es cartílago, que no casa con la alcaparra. La alcaparra pide carne de pluma y yo podría tomar por polla eso de ahí arriba – Gordo señaló a una gallina vieja que dormitaba sobre una viga.
El viejo hizo una señal, alguien lanzó un pedrusco y la gallina cayó decapitada a los pies de la olla donde habían metido a Gordo Larsson y Valerio Bravo.
– Если я делаю не так, как я буду есть петух будет вашим (2) – amenazó el viejo.
– Мой друг больше жира, поверьте мне – respondió Gordo.
– Затем я ем оба.
– Как, но прежде, чем мне нужно два яйца.
Les sacaron de la olla y dejaron espacio libre a Gordo Larsson, quien desplumó y destripó a la gallina en un suspiro, rellenándola de seguido con un asadillo bien especiado de sus propias vísceras. Después, metiendo la mano en su macuto, que con los años adquiriría rango de objeto místico, extrajo cuatro patatas, un variado de despensa y un saquito repleto de alcaparras frescas. Dejó dorarse de largo a la gallina sobre una cama de patata y se concentró en la salsa.
– Lo explico en voz alta para que se os quede, cenutrios – anunció Gordo, poniéndose a la labor -. En esta cazuela mezclo la harina, la mantequilla y un chorrín de leche para calentar sin hervor. En este boul pongo las yemas de huevo, otro poco de mantequilla y unas gotas de vinagre, triturando con rabia hasta mezclar bien. Esta mezcla la paso a la cazuela y revuelvo con mimo a fuego lento hasta que hierva. Retiro al instante, añado cuatro taquitos de mantequilla y vuelvo a revolver hasta que se derrita. Añado las alcaparras, sazono con sal y pimienta, esparzo sobre la víctima y listo.
Gordo Larsson acercó la humeante polla con salsa de alcaparras ante las narices del viejo. Valerio Bravo conteníala respiración. El viejo Putinov agarró la pieza con una mano y le dio un mordisco. Masticó y tragó. Por su expresión, Gordo supo que no sólo había convencido a aquel analfabeto integral, sino que lo había mandado al paraíso. La avenida Ministro Gallardón era territorio conquistado. Contento y esperanzado, nuestro héroe cantó una vieja copla itálica aprendida a saber dónde:
– Dolce far niente, dolce mirata, luna di mele, e aqüa gelata.
(1) ¿No prefieren menudillos de polla con salsa de alcaparras? – Sabemos hablar en castellano, imbécil.
(2) Si no me gusta, la polla que me comeré será la tuya – La de mi amigo es más gorda, créame – Entonces me comeré ambas – Como quiera, pero también necesitaré dos huevos.
Próximo jueves: Huevos a la tripe en Can Tuiter
Escribir, era para Patricia Highsmith todo un ritual. Según explica en sus diarios, todo cuanto la rodeara tenía que ser de la mejor calidad: los mejores cigarrillos, una blusa recién planchada, el mejor whisky…
Patricia Highsmith vino a Europa en los años cincuenta gracias a los derechos cinematográficos de su primera novela, Extraños en un tren.
La autora contaba, que la idea de crear a Ripley le vino durante un viaje por Italia. Estaba en Positano, en un hotel junto a la playa, y eran las ocho de la mañana. Salió a la terraza y, mientras la bruma cubría todavía la playa, vio a un hombre joven, solo, que caminaba con una toalla de baño a la espalda. A Highsmith le inquietó el personaje. ¿Por qué estaba solo en la playa a aquellas horas? ¿Quién era? ¿Qué había hecho? Desde aquel preciso instante, sin que él lo supiera, aquel hombre se convirtió en Ripley.
Con la primera novela de Ripley, El talento de Mr. Ripley, obtuvo el Gran Premio de Literatura Policíaca y estubo nominada al Premio Edgar a la mejor novela. La novela fue adaptada al cine dos veces.
Ripley aparecerá en cinco novelas, y se convertirá en uno de los grandes protagonistas de novelas policiacas. No es ni detective ni policía sino un ladrón, un asesino ocasional, y un cínico y amoral estafador que gusta de suplantar a sus víctimas. Ripley, no se somete a la moral establecida. Highsmith tampoco. Por eso deja Estados Unidos y se instala a vivir en Europa. Escribe en sus diarios, poco tiempo después de finalizar su primera novela de la serie, «he perdido la sensación del bien y el mal».
Al contrario de lo habitual, el protagonista de Highsmith, no es castigado ni atrapado por la policía. No solo eso, desde la primera novela de la serie, Ripley, es un personaje que inicia una gran escalada social.
Patricia Highsmith nunca sentó en el banquillo a Ripley. Nunca quiso que le cogieran y lo juzgaran, quería que sus delitos quedaran impunes, en todo caso lo que le interesaba de su personaje era saber si, a pesar de todo, «tendría o no sentimientos de culpa”. Ripley está más cerca del Rodion Raskolnikov de Dostoievski que del Philip Marlowe de Chandler.
Patricia Highsmith era norteamericana pero creó un personaje totalmente europeo. También lo son los escenarios de sus novelas. Mediterráneos, incluso. Casas con jardines en pequeños pueblos, o encaladas cerca del mar. Tom Ripley es un personaje renacentista. Un seductor, refinado, elegante, amante del arte y de la buena vida. Un ser privilegiado…El crimen es para Ripley una forma de realización personal. Cuando suplanta a otro, lo hace más para sumergirse en una especie de vértigo interior, que para burlar el cerco policial.
A Patricia Highsmith le gustaba Ripley, a nosotros nos gusta Patricia Highsmith cuando dice: «Más bien simpatizo con los delincuentes», «Los encuentro interesantes. A no ser que resulten monótonos y estúpidamente brutales».
Bien.
Patricia es una malvada. Nos propone un juego. Quiere que queramos a su asesino. Por eso además de dotarle de todos sus seductores y criminales atributos, lo viste con un levísimo halo de desamparo, de una latente infelicidad muy nietzscheana que lo hace más vunerable, más próximo al lector. Por el contrario, sus victimas son muy antipáticas. No nos importa que las mate.
Las novelas de Patricia son totalmente incorrectas y transgresoras. Por eso nos gustan tanto.
El personaje de Tom Ripley ha protagonizado las siguientes 5 novelas a lo largo de 36 años:
1.El talento de Mr. Ripley / A pleno sol (The Talented Mr. Ripley, 1955)
2.La máscara de Ripley / Ripley bajo tierra (Ripley Under Ground, 1970)
3.El juego de Ripley / El amigo americano (Ripley’s Game, 1974)
4.Tras los pasos de Ripley / El muchacho que siguió a Ripley (The Boy Who Followed Ripley, 1980)
5.Ripley en peligro (Ripley Under Water, 1991)
Patricia Highsmith, siempre que tenía una idea para un libro, viajaba hasta el lugar en donde pensaba situar la acción.
Despues de una larga estancia en Francia escribiría la que considero la novela más “gastronómica”de la autora. La mascara de Ripley.
No les cuento toda la historia, pues si no la han leído, espero que lo hagan, pero para situar la acción diremos que Tom Ripley, el que fue protagonista de El talento de Mr. Ripley, unos años después, se casa con una rica heredera francesa. Vive en una lujosa finca cerca de París, en Villeperce-sur-Seine, propiedad de su suegro. Está temporalmente solo – su mujer, Heloise, anda de crucero por Grecia- y llevando una existencia apacible, cuidando el jardín, pintando, escuchando música y leyendo, » Tom se pasó cerca de una hora trabajando en el jardín, luego leyó un poco de Las armas secretas, de Julio Cortázar». Gozando de la contemplación de las telas que cuelgan en las paredes: Soutine, Magritte, Van Gogh, Picasso, dibujos de Cocteau…Un día le telefonean de Londres sus socios de la Buckmaster Gallery, y la vida apacible de Tom, dejará de serlo.
Pero la cocina francesa estará presente en toda la novela.
En la finca de los señores Ripley tienen una excelente ama de llaves y cocinera, madame Annette.
(…) Por la mañana siguiente, mientras desayunaba en la cama ( privilegio libertino que en Inglaterra debía pagarse con unos chelines de más en la cuenta) Tom telefoneó a madame Annette. Eran solo las ocho, pero Tom sabía que la mujer llevaría levantada casi una hora, cantando mientras cumplía la tarea de subir la calefacción (con el pequeño manómetro de la cocina), preparar su delicada “infusión”(es decir, té), ya que el café por la mañana le producía palpitaciones, y arreglar las macetas de las diversas ventanas para que les diese tanto el sol como fuese posible…”
“(…) _ Madame Annette_…Sí, estoy bien, gracias. ¿ Cómo va la muela?…¡Estupendo! La estoy llamando para decirle que llegaré a casa este mediodía, sobre las cuatro, con un señor americano.
_¡Ah!_ dijo madame Annette, complacida.
_ Será nuestro huésped esta noche, puede que dos noches, ¿quién sabe? ¿me hará el favor de arreglar bien el cuarto de los invitados? Ponga algunas flores. Y para cenar tournedós, quizás, con esa deliciosa béarnaise que prepara usted.
La salsa béarnaise es una salsa emulsionada, muy, muy francesa. Es más, muy parisina, a pesar del nombre que parece relacionarse con la provincia francesa de Béarn, lindante con los Pirineos atlánticos. Realmente buena pero muy colesterólica. Se sirve templada y recién hecha. En ella participan la mantequilla (évidenment), la yema de huevo, la cebolla, el estragón y el perifollo.
Tournedós a la sauce béarnaise
Ingredientes para 2
2 tournedos 150 g aprox. cada uno ( o cualquier otra parte de carne que desee)
2 chalotas ( la chalota o escalonia es pariente de la cebolla, el sabor se parece al de esta, pero más dulce y suave)
2 cucharadas de vinagre de vino blanco
4 cucharadas de vino blanco seco
1 manojo de estragón
1/2 manojo de perifollo ( de no encontrar, se puede substituir por perejil)
2 yemas de huevo
120 g de mantequilla, a trocitos pequeños
sal y pimienta recién molida
medio limón
Picar las chalotas y picar finamente las hierbas.
Poner en un cazo ( a poder ser de acero inoxidable) el vino blanco, el vinagre, la chalota y, sólo la mitad del estragón y el perifollo (que se agregarán al final de la cocción de la salsa). Dejar reducir, a temperatura media, hasta que el vinagre se evapore. Verter el contenido a otro cazo, pasándolo por un colador fino para obtener solo el líquido. Dejar enfriar unos minutos.
Añadir las yemas de huevo. Mezclar delicadamente, con un batidor, haciendo como un ocho. Calentar la emulsión. Aparecerá una espuma cremosa. Añadir la mantequilla, cortada en trocitos muy pequeños. Seguir batiendo, suavemente. La espuma se espesará y se convertirá en una crema ligera: La salsa Bearnaise. Añadir las hierbas aromáticas que habíamos reservado. Salpimentar. Añadir unas gotas de zumo de limón. Cubrir con film plástico, y colocar el bol en una cazuela con agua caliente (para mantener la salsa caliente).
Salpimentar los tournedós, y hacerlos al gusto, sobre una plancha. Servirlos en un plato cubiertos con la salsa bearnesa.
Capítulo segundo.
Pato a la arlesiana con cobertura de Amparo.
En 2030, la ciudad de Gil Mateos alcanzó su máximo histórico de población con medio millón de habitantes. En 2047, año del último censo oficial, esa cifra se había reducido a poco más de cien mil. En la última década del siglo XXI, no sobrepasaba las diez mil personas.
– De esos diez mil desgraciados, unos quinientos vivimos en el barrio de La Bola. En Lo Matas y El Camps otro tanto. El resto hasta diez mil están en Berlusco y La Urdanga. Esos dos barrios son un puto peligro, Gordo. ¿De verdad te las vas a jugar por dos pichones?
Valerio, apellidado Bravo, cazador de oficio y de unos veinticinco años de edad, conversaba con Gordo Larsson al tiempo que afilaba sus machetes.
– Claro que sí. Y tú vas a venir conmigo.
– Ya he estado una vez y es suficiente. Por allí se comen a la gente, Gordo.
– ¿Y dónde no, Valerio?
– Quiero decir que se los comen vivos. Hoy te cortan una pierna, mañana la lengua, al otro las manos y así hasta completar el menú de una semana.
– Pero a nosotros no nos cogerán.
– ¿Y por qué estás tan seguro?
– Porque yo cuidaré de ti y tú cuidaras de mí. Si tú has ido y has vuelto de La Urdanga, yo estuve en Toledo y puedo contarlo. Ambos tenemos recursos suficientes para llegar a donde haga falta
Valerio Bravo permaneció pensativo un instante. Sin dejar de afilar machetes, marcó una sonrisa de medio lado.
– ¿A donde haga falta? ¿Qué andas pensando, Gordo? Me parece que tú quieres ir bastante más lejos que el parque Leo Messi. ¿Me equivoco?
– Te cabo a rabo – dijo la mujer que respondía al nombre de Amparo -. Apuesto un pato a que Gordo no pasa del centro y se vuelve a La Bola sin los pichones.
– ¡Un pato!
– Lo que oyes, Gordo. Uno bien cebado, no esos que venden por ahí todo chutados de sopicaldo.
Gordo Larsson comenzó a salivar. Todos los patos del mundo se agolpaban en su mente. Lo agarró la memoria y se lo llevó a la cocina de su madre. Hacía más de cincuenta años, pero el recuerdo era suculento, delicioso, voraz. Las aletas de su nariz se tensaron. Lo estaba oliendo. La receta ya dibujaba un titular, Gordo lo dijo en voz alta:
– Pato a la arlesiana.
– Con cobertura Amparo.
– ¿Y eso qué es? – preguntó Gordo.
– Pues que además del pato, podrás follarme a discreción durante una semana.
Aquello lo escuchó Valerio y fue tensarse como una catapulta. La jodienda era escasa y las apuestas cosa seria en aquella época. Incumplirlas salía caro.
– Gordo, si te acompaño y volvemos a La Bola con esos pichones, tú te quedas el pato y yo le doy doble a esta vieja.
Amparo lanzó una carcajada. Con casi cuarenta años, estando la longevidad media en unos cincuenta y cinco, había decidido no decir que no a nada. Bajarse el culero ante Gordo Larsson, viejo, enano y tragón, y después felacionársela a Valerio Bravo, joven, fornido y cazador, no significaba sacrificio alguno, sino ser gozada en buena ley por los amigos. En una sociedad brutal y fragmentada como lo fue la Iberia de finales del siglo XXI, el cariño y la amistad eran bienes escasos y fugaces
Se comprometieron y cerraron la apuesta. Si regresaban del parque Leo Messi con dos pichones, Gordo se ganaría un pato y Valerio una semana de joder a saco con Amparo. Si se los comían en el barrio de Berlusco o La Urdanga, o si volvían de vacío, Amparo se quedaría con la colección de hierbas y especias de Gordo Larsson y los machetes de Valerio. Le dieron un tiento al orujo y estrecharon sus manos. Ya no cabía rajarse.
– ¿Y cómo es eso del pato a la arlesiana, Gordo? – preguntó Valerio, tratando de pensar en algo diferente a Amparo desnuda en el catre.
– Tiene su cosa, pero es difícil hacerlo mal. Para un pato bien cebado se necesitan cuatro buenos puñados de carne y tocino de cerdo, un cuarto de aceite de oliva, una cebolla, cinco pies de apio, su buena zanahoria, aceitunas, si las hay, pimienta, orégano, sal y una trufa de las gordas, aunque esta última ya es para nota.
– ¡Ahí es nada!
– Pero eso sólo es la orquesta, Valerio. Sin el solista, sin el pato, no hacemos nada. Y escasean tanto como los pichones. ¿Cumplirás, Amparo?
Cumpliría, sí. Era una apuesta y, sobre todo, era un pato. Aún estaba reciente en La Bola la trifulca en la plaza Gran Aguirre. Seis muertos por un talego de nueces.
– Al pato, de primeras, lo matamos y lo desplumamos. Le cortamos el cuello y lo pasamos por la llama. El hígado y el corazón no nos lo comemos de la misma, sino que los hacemos picadillo junto con el cerdo. Ese picadillo lo ponemos en una cazuela con un chorrito de aceite, las especias y el pellejo de la trufa, y lo tenemos un ratín en brasa amable. Ese será el relleno que hemos de introducir en el pato por su salida natural.
– ¡El culo! – aplaudió Valerio Bravo, el cazador.
– Agarramos un cacerolo donde el pato esté cómodo, echamos un buen chorro de aceite, la cebolla, el apio y esa hermosura de zanahoria. Especiamos, dejamos colorearse al pato y después añadimos agua caliente. Tapamos el cacerolo y dejamos hervotear a brasa viva un rato largo, que el pato será viejo. Acabada la cocción metemos la trufa arrodajada y las aceitunas. Contamos seis veces cien sin prisas, sacamos la manduca, escurrimos, trinchamos y comemos.
– Comes – dijo Valerio -. Yo estaré con Amparo en…
– No, mozalbete, a mí no me follas sin que haya catado antes ese pato a la arlesiana.
– No te arrepentirás, vieja.
– Eso espero y deseo, Gordo.
Próximo: Menudillos de polla con salsa de alcaparras.
Ceviche de Federico Levín
«Héctor El Sapo Vizcarra, es un investigador que carece de la mínima vocación detectivesca. Vive, se mueve,- poco, gordo y transpirado- . A El Sapo le gusta comer y cocinar. Durante toda la novela va de restaurante en comedero, de fonda en fonda y, periodista especializado que es, escribe a veces. Hasta que una vez que es esta vez, tras las huellas de la mejor cocina cubana de la zona, en busca del ceviche perfecto, cae en el restaurante de Doña Lili y asiste a la muerte en vivo y en directo de El Rey, el conductor y líder musical del grupo Sus Majestades Incaicas. ¿Sobredosis o asesinato?»
Ceviche es una novela gastronómicocriminal
Ceviche cuenta la historia del detective Héctor “El Sapo” Vizcarra quien se mueve por el barrio de Abasto de Buenos Aires en medio de la comunidad peruana inmigrante.
El barrio de Abasto es una zona de la Ciudad de Buenos Aires, dentro del barrio de Balvanera y parte de Almagro. El que fuera centro del barrio, el Mercado del Abasto, existió hasta 1984, año en que fue cerrado. En 1998, fue convertido en un centro comercial. Dice el autor en una entrevista : “Abasto es un barrio que no se puede conocer nunca del todo, que siempre guarda un misterio, a mí me fascina.”
El Sapo, el protagonista de Ceviche, está comiendo todo el tiempo. Podría escribir recetas, podría hacer una guía gastronómica, pero él lo que quiere es comer. Solo comer.
Tengo entendido que el autor piensa seguir con el personaje. Su próxima novela, también tendrá título de comida, y El Sapo, se introducirá en otra comunidad de Buenos Aires: La rusa.
Más material, del bueno, para mi blog.
«(…) “ Se cocina”. Qué se yo, si me pregunta alguna vez alguien a quien no quiera mentirle, yo diría que el ceviche no se cocina. El pescado se ablanda y se transforma por el ácido del limón, pero cocina, lo que se dice cocinar…Mentira. Es más parecido a la alquimia que a la cocina. Es una mentira que inventaron para convencer a los miedosos. Pescado crudo y alimonado no suena tentador para los devoradores de carnes bien hechitas y pastas ahogadas en salsa; ahora, pescado cocinado por la acción del limón es otra cosa, completamente, es una cosa que es mentira, pero anima, tranquiliza. Fresco, ácido, picante, qué belleza que no puedo esperar. Eso sí: el jugo de limón reemplazando al fuego es una imagen bastante poética. Entonces eso de que el pescado se “cocina” con el limón es en verdad una metáfora, una mentira estimulante. Hoy estoy contento con lo básico, la tríada indispensable: pescado, limón, ají. A veces me pongo complejo y ortodoxo y voy con el cilantro o experimento con otros ajíes como el recoto, el serrano, o un chile en polvo. Se puede jugar, también:un poco de ajo picado, jengibre rallado si me paso de moderno. Y también con acompañamiento tradicional de maíz tostado, lechuga y batatas, a veces pongo el choclo hervido que la verdad me gusta más, esa cosa dulce que explota, o varío las batatas con mandioca, o si es un pescado más fuerte, ponele salmón rosado en las épocas de abundancia, cambio la lechuga por rúcula o por berro, según lo que Homero me consiga más fresco, verde y atractivo. Y si al limón le agrego un poco de vino blanco frío todo se vuelve exótico y memorable. Pero hoy estoy básico, sí. De hecho lo voy a acompañar con cervecita. A “maridar” como dicen boludos tales como los que pueden bautizar “Estación:Placer” una revista gastronómica. Yo no quiero maridaje ni esposaje, ni casa ni caza. Quiero estar solo para comer sin distracciones, para concentrarme con el alma entre la lengua y el paladar y refrescarme la boca con una cerveza. Una cerveza, que dicho sea de paso, voy a pasar al congelador y vuelvo.”
El ceviche es mi plato, «no cocinado”, de verano, preferido.
A los Conquistadores españoles se les puede acusar de casi todo, pero en su favor hay que decir, que si no hubieran llevado el limón a America quizás no se hubiese descubierto este plato.
Tan importante como el tomate, los pimientos, el cacao, las patatas, …, todos los productos que llegaron de Ámerica, serían para la cocina europea, lo fueron la cebolla, el cilantro, el cerdo y su grasa, la oveja, la vaca, el cabrito, la gallina, el aceite, el arroz, el ajonjolí, el ajo, el azúcar, las naranjas, las nueces, el trigo, el café..para la cocina latinoamericana.
¿Como se hubiese podido inventar un plato tan magnífico como el ceviche sin los limones que llegaron a tierras mexicanas primero, y se extendieron por el continente más tarde?.¿Y que hubiesen hecho las cocineras mexicana, peruanas, ecuatorianas… sin el cilantro, una hierba aromática que en el día de hoy está mucho más ligada a la cocina de las tierras latinoamericanas que a la española. Una hierba aromática que fue muy utilizada en la cocina de Al-Ándalus, y que después de la Reconquista, fue substituida en nuestras cocinas por el perejil, hierba libre de toda sospecha sobre sus orígenes cristianos.
En la novela se habla del ceviche peruano, hay muchas variedades de ceviche, pero “mi” ceviche – y suyo si gustan- es mexicano.
Los ceviches que gozan de mejor fama en México son los de la costa sur del Pacífico. La palabra ceviche o cebiche, parece ser que viene de la palabra cebar. Cebar o saturar de limón.
Los pescados que se utilizan pueden ser muy variados, pero a mi me gusta utilizar los de carne firme: mero, dorada de roca, pez espada, gamba roja, atún…)
Ceviche de emperador (pez espada)
½ k de emperador cortado en filetes; el jugo de 10 limones
½ taza de cilantro finamente picado
1 cebolla mediana, cortada muy fina
4 chiles serranos , y 4 chiles jalapeños, de bote; abiertos por la mitad, eliminando las semillas y picados; ½ taza del caldillo de la lata de chiles.
3 tomates medianos maduros, sin piel ni semillas y picados
3 cucharadas de aceite de maíz
2 cucharadas de salsa inglesa (Worcestershire)
1 cucharadita de orégano
sal
galletas saladas para acompañar
Lavar y cortar los filetes de emperador en tiritas finas o en cuadaditos, al gusto. Ponerlo en una fuente honda y cubrirlo con el zumo de los limones y un poco de sal. Dejar macerar durante 6 horas. Darle la vuelta durante este tiempo para que quede «cocido» por todos lados. A continuación escurrirlo bien de su jugo de maceración (exprimir con las manos), tirar el jugo, y poner el pescado en otra fuente honda.
En un cuenco, aparte, mezclar todos los demás ingredientes (reservar una cucharada de cilantro), y a continuación mezclarlos con el pescado. Rectificar el punto de sal. Para servir llenar las copas de cristal con el ceviche y espolvorear por encima el cilantro reservado. Acompañar con galletas saladas, o con nada.
( En la costa de Guerrero (México), hacen un ceviche llamado «tiritas», con tiritas muy finas de filetes de emperador. Yo lo hago aquí con atún fresco, con tan solo una hora de maceración, y con todos los demás ingredientes arriba citados.)
La Pasta a la Norma o Pasta Ca’ Norma, en el dialecto de Catania, es una receta autóctona de aquella región siciliana de la costa este. Un plato a base de pasta (normalmente maccheroni) condimentada primero con tomate y después con berenjenas fritas, ricota y albahaca.
Según cuenta la leyenda, le puso nombre propio Nino Martoglio, famoso escritor y realizador teatral en lengua siciliana, e italiana, del siglo XIX. Cuando degustó un plato de esta pasta, al parecer, exclamó: “Este plato es a la pasta como la Norma al bello canto “ “¡Es una Norma!” para indicar su perfección, comparándola con la obra de Vincenzo Bellini.
http://www.youtube.com/watch?v=7rjGwS20V94&feature=related
(María Callas, en la cuarta parte de escena primera del acto I de la ópera Norma de Bellini).
La opera Norma, es una tragedia lírica basada en un texto de Soumet pero con importantes diferencias con respecto al papel de la protagonista. En la obra del novelista, Norma termina asesinando a sus propios hijos, presa de un ataque de locura. La Norma de Bellini es un personaje con múltiples facetas:
“una sacerdotisa coherente con su devoción, una madre que ama a sus hijos, una mujer enamorada y pasional por el hombre, una rival vengativa que saca sus más bajos instintos si es necesario…, en definitiva una compleja trama de personalidades cuya solución final es la muerte, pero no como castigo o ejecución de una heroína, sino como el camino lógico de un conflicto gravísimo de intereses” (Wikipedia).
Volvamos a la pasta. No solo Nino Martoglio lanzó un grito de admiración al probar la pasta a la Norma, En El Ladrón de meriendas, Montalbano exclama «¡Jesús!», cuando se le ofrece la posibilidad de comer un plato de esta pasta elaborado por una buena cocinera:
“(…) _Bueno, señora, le doy las gracias y…_ dijo el comisario, levantándose.
_¿Por qué no se queda a comer conmigo’
Montalbano notó que se le encogía el estómago. La señora Clementina era un encanto, pero debía de alimentarse a base de sémola y patatas hervidas.
_ La verdad es que tengo mucho que…
_Pina, la asistenta, es una cocinera estupenda, se lo aseguro. Hoy ha preparado pasta ala Norma, ¿sabe?, esa que se hace con berenjenas fritas y requesón salado.
¡Jesús!_ exclamó Montalbano, volviéndose a sentar.
Pasta a la Norma
Para 4 personas
400 g de penne ( macarrones) o bucatini
1 k de tomates maduros ( si no es época de tomates, mejor usarlos de bote, enteros, o incluso se puede utilizar tomate concentrado)
2 berenjenas medianas
2 dientes de ajo
200 g de queso ricota, o de un queso de oveja tierno y salado ( tipo sierra de Grazalema)
Unas 18 hojas de albahaca fresca
aceite de oliva virgen extra
sal y pimienta
Lavar y cortar ( a lo largo) las berenjenas en láminas regulares de aproximadamente un cm. Irlas poniendo por capas en un escurridor, espolvoreándoles sal gruesa por encima. Al final de todas las capas, poner un plato encima con un bote lleno, o similar, que tenga peso. De esta manera irán eliminando el líquido oscuro y amargo que contienen, que estropearía la receta. Dejarlas escurrir durante 1 hora.
Lavar los tomates; hacerles un corte en forma de cruz en la base de cada uno, y ponerlos en agua hirviendo ( fuera del fuego) durante unos diez minutos. Pasado este tiempo, pelarlos, eliminar las semillas, y picarlos pequeños o rallarlos. Poner una sartén al fuego con 4 cucharadas de aceite, y dorar los dientes de ajo, cortados en láminas finas. Inmediatamente, agregar el tomate. Salpimentar y dejar hasta que la salsa espese y esté a punto. Chafar un poco con un tenedor los trozos de tomate que hayan quedado más enteros ( a mi me gusta así) o bien pasar la salsa por un chino o similar, si se desea más fina. Reservar aparte la mitad de la salsa, y a la otra mitad, la que queda en la sartén, se le agregan 6 hojas de albahaca troceadas con las manos. Se reservan ambas salsas.
Pasada una hora, pasar por el agua del grifo las berenjenas, secarlas bien con un trapo o con papel absorbente, e irlas friendo hasta que doren. Dejarlas sobre papel absorbente para que escurran bien el aceite. Escoger las 12 más enteras y bonitas, y reservarlas aparte para cuando montemos el plato. Las otras, se cortan finas, y se agregan a la salsa de tomate.
Poner a hervir la pasta en abundante agua salada, y mientras rallar el queso.
En una sartén muy grande o en una cazuela, poner la salsa de tomate que hemos reservado en la sartén con la berenjena. Cuando la pasta esté al punto ( ver el tiempo en el paquete), escurrirla muy bien e incorporarla a la sartén o cazuela con la salsa de tomate y la berenjena. Remover delicadamente.
Para emplatar y servir.
A cada plato, poner una parte de la pasta preparada, encima un poco de salsa de tomate (de la otra mitad reservada), tres lonchas de las berenjenas, encima, y terminamos con un poco de queso rallado y unas hojas de albahaca como adorno.
«(…) Gioacchino Sollima, sesenta años, empleado de la Lotería Real, y Gioacchino Mira, treinta y dos años, empleado, estaban comprando calabazas en la Vucciaria, el mercado de Piazza Caracciolo, cuando un sujeto, rápido como el rayo, los apuñaló a los dos; en la región del colon a Sollima (que murió cuatro días después), en la ingle a Mira.”
Los apuñaladores. Leonardo Sciascia
Los apuñaladores, se situa entre los límites del relato policial y la reconstrucción de un suceso real acaecido en el siglo XIX. ¿Ficción,o realidad?. En este relato, la ficción sirve para legitimar la realidad, y viceversa. Y siempre, con la prosa limpia, de “línea clara”, que es habitual en el autor, y que nos cautiva desde el primer momento.
Otra vez, como en Una historia sencilla( que en realidad es una historia complicada pese a su brevedad. Una novela policíaca siciliana con fondo de mafia y droga, aunque jamás se nombra ni la una ni la otra, y la última novela que escribió Sciascia antes de morir. «En la que sondea rigurosamente las posibilidades que quizá todavía le queden a la justicia».), en El día de la lechuza ( «Una novela policiaca que lo es sin serlo: una Sicilia en la que todo es límpido, cristalino: las pasiones más tormentosas y los intereses más oscuros, la psicología, los rumores, los delitos, la resignación… nada de eso tiene ya secretos, todo ha quedado catalogado, analizado por Sciascia. Italo Calvino» ), o en tantas otras novelas de Leonardo Sciascia: Sicilia en estado puro.
En la ciudad de Palermo, un día de 1862, trece personas son misteriosamente apuñaladas en trece puntos matemáticamente estratégicos de la ciudad. Los apuñaladores es la historia de la investigación del crimen, pero es también la condensada y precisa biografía tanto de los acusados como de las víctimas, de los testigos y de los jueces.
Velluta di zucca, con calabazas de la Vucciaria
¾ k de calabaza
¼ k de zanahorias
1 cebolla
1 patata
½ l de caldo de verdura (se puede hacer con un cubito o similar de verduras)
1 taza de leche
1 diente de ajo
aceite de oliva virgen extra
100 ml de crema de leche espesa o nata
sal y pimienta
curry en polvo, queso parmesano rallado al momento
Lavar, pelar y cortar a cuadraditos la calabaza. La misma operación con las zanahorias y la patata. Picar la cebolla. Filetear el diente de ajo.
En una cazuela alta, poner un poco de aceite, y dejar dorar la cebolla y el ajo.
Agregar la calabaza, la patata, y las zanahorias. Añadir el caldo de verduras, salpimentar, y dejar hervir, a fuego lento, hasta que las verduras estén cocidas y a punto (agregar un poco de agua si es necesario). Dejar enfriar, y pasar por la batidora. Incorporar, poco a poco, leche si queda demasiado espeso, hasta obtener una crema aterciopelada (vellutata). Verter en un cazo para calentar, a fuego mínimo, y removiendo todo el tiempo para que no se pegue al fondo. Rectificar con sal y pimienta, y darle un toque más personal con un poco de curry.
Servir acompañado de una jarrita con la crema de leche y un recipiente con queso parmesano, para que cada quien se sirva a voluntad.
Fragmento del film de Alberto Lattuada, Mafioso (1962)
Hay que llegar al final para encontrar la pasta
http://www.youtube.com/watch?v=NqG4jX9ezic
PASTA AL NERO DE SEPPIA
En El perro de terracota, a Montalbano no le gusta la Mafia pero sí Montalbán y el nero de seppia
“(…) Se detuvo delante de la librería-papelería de Sarcuto, la única que en Vigàta cumplía lo que se anunciaba en el rótulo, pues las demás no vendían libros sino mochilas escolares, cuadernos y bolígrafos. Acababa de recordar que había terminado la novela de Montalbán y no tenía nada más para leer.
_ ¡ Ha salido un nuevo libro sobre los jueces Falcone y Borsellino!_ le anunció la señora Sarcuto en cuanto lo vio entrar.
Aún no había entendido que Montalbano aborrecía leer libros sobre la Mafia, sus asesinos y sus victimas.”
“(…) Aquel día Adelina había entrado en acción y Montalbano encontró en el frigorífico la salsa de sepia, negra y espesa, tal como a él le gustaba.”
Adelina es un encanto. Todos querríamos una Adelina en nuestra vida. Para comer pasta al nero de seppia, Montalbano, tan solo tendrá que hervir la pasta, al dente, para comer como los dioses.
PASTA AL NERO DI SEPPIA
Según dicen los sicilianos esta receta procede de la zona oriental de Sicilia.
Para 4 personas
500 g. de taglierine o de spaghetti
2 sepias medianas o 4 pequeñas
1 diente de ajo
2 pimientas de cayena
1 vaso de vino blanco
1 vaso de agua
aceite de oliva virgen extra
sal, pimienta
(a poder ser, un poco, como una cucharada sopera, de la parte verde y tierna del hinojo fresco, picado. Se puede sustituir por una cucharadita de orégano, o incluso por perejil)
Lavar bien las sepias (lo puede hacer nuestra pescadera favorita) sin romper la “ bolsita” que contiene la tinta (el nero). Reservar a parte. Cortar las sepias en trocitos pequeños y finos.
En una sartén, con un poco de aceite, dorar el diente de ajo, entero o en láminas; las pimientas de cayena, troceadas pequeñas y con la mitad de las semillas, y finalmente, agregar la pulpa de tomate, sin piel ni semillas. Dejar espesar un poco y, con mucho cuidado, con unas tijeras, abrir las bolsitas de tinta sobre la salsa de tomate. Incorporar las sepias troceadas, mezclar bien, y añadir el vaso de vino blanco. Aligerar con el vaso de agua.
Bajar el fuego al mínimo y dejar, tapado, durante unos 30 minutos, aproximadamente. Salpimentar, con cuidado, y agregar el hinojo picado o el orégano. Ir removiendo durante la cocción para que al espesar la salsa no se pegue al fondo.
Cocer la pasta al dente, escurrirla bien, y ponerla en una ensaladera o similar agregando el nero de seppia
La comida como utopía en la Cuba de Mario Conde
Mario Conde ya nos gustaba cuando era policía. Un policía que seguía en su puesto porque no le gustaba que los hijos de puta se salieran con la suya.
Pero nos gustó mucho más cuando pasó a formar parte del gremio de los libreros, el nuestro, aunque en su caso fuera de libros de segunda mano. («Adiós, Hemingway» ;” La neblina del ayer”)
En el apartado gastronómico, hemos conocido muchos platos de la cocina “imposíble” cubana de la mano de Josefina, la madre de “El flaco” Carlos, el amigo del alma de Mario Conde .
En La cola de la serpiente, la última historia publicada de Leonardo Padura, protagonizada por Mario Conde, asistimos a una conversación entre el Conde y Carlos. Hablan precisamente de la madre de este último, de Josefina.
(…) ¿ Dónde está la botella? – inquirió él, presto ya para el combate.
_ Media botella_ aclaró Carlos, para evitar excesivos entusiasmos_. En mi cuarto. Tráela pa´ca. Y no hagas ruido, la vieja ya se acostó.
_ ¿Tan temprano?
_ Dice que la televisión es una mierda, que mejor es soñar un poco.
_ Sabia mujer_ admitió Conde con toda sinceridad y sonrió.
La vida de Josefina, en realidad, se había reducido a cuidar y alimentar a su hijo y a soportar la presencia de la desaforada banda que con su amistad, su sed y su hambre sostenían a flote al inválido. La anciana se merecía tener alguna via de escape.
_ Oye lo que dice ahora_ Siguió Carlos para confirmar la conclusión de su amigo_ Dice que sueña que cocina. Que nos prepara unos banquetes y cada vez que necesita un ingrediente nada más tiene que estirar la mano y ahí lo tiene….
_ Pues debería invitarnos a sus sueños, ¿ no?.
Aquí, en nuestro país, a pesar de recortes y amputaciones, todavía podemos realizar el sueño de invitar a nuestros amigos a una comida real al estilo de la soñada por la cubana Josefina.
Viví en Cuba de1969 a1971. Fue mi amiga Mercedes Suárez quien me enseñó todo lo que sé de su cocina.
Congrí criollo
Ahora los dietistas dirían que es un plato perfectamente equilibrado, y nosotros, que es barato, sencillo, nutritivo y sabroso.El congrí es una insuperable combinación de arroz y frijoles. Su nombre, al parecer, procede de la isla próxima a Cuba, Haití, y del creole, lengua hablada en aquellas tierras. Allí a los frijoles se les llama congo y al arroz riz, en francés. El congo con riz acabó en Cuba por llamarse congrí. Pero este plato también es conocido como moros y cristianos o simplemente moro. Es un plato que se toma por todas las islas del Caribe, desdela República Dominicana y Haití, hasta Puerto Rico, Trinidad o Jamaica. En todas las isla hay un plato de arroz con una legumbre local.
La receta que sigue, es la que hago en casa, heredada de las cocineras Suárez. Es una versión rápida pues se hace en olla a presión. Yo la hago siempre, y solamente en olla a presión. Si lo quieren hacer a ritmo caribeño, en olla normal, requerirá mucho más tiempo y paciencia.
ingredientes
½ libra (200 g) de frijoles colorados, aquí se pueden emplear judías pintas o frijoles negros, más faciles de encontrar
1 cabeza de ajos
2 vasos de arroz
2 vasos de caldo de remojo de los frijoles o más
½ cebolla, picada
1 pimiento, picado y sin semillas
1 ají picante ( opcional).
1 hoja de laurel, orégano y comino
100 g de los chicharrones prensados que venden en las tocinerías
sal
Lavar y poner a remojar los frijoles la noche anterior. Para cocinarlos, ponerlos escurridos en la olla y agregar el agua de remojo y un poco más, hasta que sobrepase a los frijoles como dos dedos. Cerrar la olla y cocer los frijoles en el tiempo indicado para la cocción de legumbres. Mientras, hacer un sofrito con la cebolla, 2 dientes de ajo, el pimiento y las hierbas aromáticas. Cuando estén las legumbres, dejar enfriar y abrir la olla. Agregar el arroz y el sofrito, y sazonar. Dejar, a partir de la salida de vapor, 5 minutos a fuego normal, y 5 más, con el fuego al mínimo. Enfriar rápidamente con agua fría para que no se siga cocinando. Mientras en un poco de aceite se habrán frito los chicharrones hasta que hayan soltado toda su grasa y queden bien tostaditos. Reservarlos. Machacar en el mortero 4 dientes de ajo. Reservarlos. Abrir la olla (en el caso de que al arroz le faltaran unos minutos de cocción, salpicar con agua y dejarlo un poco más al fuego). Una vez el arroz esté a punto, en una sartén con un poco de aceite sofreír unos segundos el ajo machacado junto con los chicharrones reservados y verter ( chicharrones y ajo) por encima del arroz congrí.
(Si no quieren ponerle chicharrones, también está muy bueno simplemente con el ajo machacado y frito).
El congrí se puede acompañar, simplemente, de una abundante ensalada variada.
Esta receta ya fue publicada en el libro El sabor en la ruta de Colón. Montse Clavé. 2003
Música para acompañar la receta: Si tu cocinas como caminas de Henry Fiol; Camina y prende la olla, Chapotín y Cuní ; Sopa de pichón, Machito