El Hideaway

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Bares de novela negra: El Hideaway de Michael Koryta

(…) El Hideaway estaba junto al centro juvenil, encajonado en un estrecho edificio con una fachada de ladrillos que se caían a trozos y un letrero de cerveza Pabst Blue Ribbon en el cristal. Me detuve un instante en la agrietada acera para contemplar aquella construcción familiar. Era el primer lugar donde me sirvieron una cerveza. Tenía entonces catorce años, algo que el camarero sabía de sobra, y antes de bebérmela brindé por Ed haciendo chocar los golletes de las botellas. Eran Budweiser, claro. Es lo que quieres beber a los catorce años; por alguna razón la llamarán la reina de las cervezas ¿no? Allí pasé muchas horas de mi juventud y recordaba el interior del bar tan bien como mi propia casa. En el piso de arriba había un almacén y un desván, pero esa noche no se veía luz a través de las ventanas. Fuera cual fuese el negocio contiguo, habían cerrado, y el local estaba vacío. Subí los escalones y entré en el bar.

El local, con los estrechos reservados a lo largo de las paredes y el humo de los cigarrillos flotando en el aire, parecía largo y angosto. Al fondo, junto al teléfono, había una maquina de discos averiada. Aquello era el comedor, pero, aunque recordaba algunos reservados como la residencia permanente de ciertos juerguistas locales, no tenía memoria de que la gente comiera mucho allí. La hamburguesa con queso del Hideaway estaba considerada como de alto riesgo y su solomillo de ternera solo era apto para insensatos o suicidas. no obstante, sabían servirte una buena Bud, una PBR o llenarte de Jack Daniel’s el vaso, que era lo que la mayoría de los clientes les hacía falta.

La barra estaba situada a la izquierda de la entrada, una larga tabla de roble y una fila de taburetes con asientos de cuero, una barra como es debido. Detrás había una inmensa estantería llena de botellas colocadas ante un largo espejo, y al fondo, un par de mesas de billar. En ese momento estaban jugando en las dos, y solo había unos cuantos taburetes ocupados. El barman era un chico blanco con una camiseta sin mangas y un gorro de lana. En pleno verano con un gorro de lana. Un tipo duro».

Michael Koryta, El lamento de las sirenas / roja y negra ( traducción Sergio Lledó)

Michael Koryta ha sido uno de mis últimos descubrimientos dentro de la magnífica colección dirigida por Rodrigo Fresán. Una autor actual con todo el aroma y la densidad de un clásico.

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