Ayer en Negra y Criminal presentábamos la re-edición de Las recetas de Carvalho.
Los mejillones, que luego les contaré, fueron condimentados a la “ mediterránea”, y muy elogiados por los asistentes al acto.
Daniel Vázquez Sallés, hijo del autor, nos regaló algunas anécdotas sobre su padre y la relación de este con la cocina. Su padre utilizaba el sofrito para relajarse entre escritura y escritura. Su madre no sabía cocinar ni tenía el mínimo interés en ello, la cocina desde siempre fue territorio de Manolo, que no sabía cocinar para dos o tres sino para un regimiento; llenaba la nevera de tapers con platos que le apetecían. Nos contó Daniel , que las cenizas de su padre es lógico que reposen en el Mediterráneo, en la cala Montjoi, delante de El Bulli donde, desde los primeros escarceos culinarios de Ferrán Adriá, Manolo fue siempre muy feliz.
Creo que mucho mejor que escribir sobre lo que Pau Arenós, prologista y gurú gastronómico, dijo el sábado sobre el libro, les dejo las palabras que el mismo Manuel Vázquez Montalbán, escribió para el prólogo a la primera edición, en 1989.
Ningún escritor se responsabiliza del todo de la conducta de sus personajes, y mucho menos de la de su personaje central. Carvalho, por ejemplo, es muy suyo y sus gustos son personales y sólo transferibles mediante la benevolencia de mi escritura. Frecuentemente los lectores de las novelas de la serie Carvalho me interrogan sobre el porqué de la a veces desmedida afición a la cocina del señor Carvalho. Yo suelo dar una respuesta inteligente, de la que me responsabilizo, pero Carvalho jamás ha dicho nada relevante al respecto. Yo suelo plantear la cocina como una metáfora de la cultura. Comer significa matar y engullir a un ser que ha estado vivo, sea animal o planta. Si devoramos directamente al animal muerto o a la lechuga arrancada, se diría que somos unos salvajes. Ahora bien, si marinamos a la bestia para cocinarla posteriormente con la ayuda de hierbas aromáticas de Provenza y un vaso de vino rancio, entonces hemos realizado una exquisita operación cultural, igualmente fundamentada en la brutalidad y la muerte. Cocinar es una metáfora de la cultura y su contenido hipócrita, y en la serie Carvalho forma parte del tríptico de reflexiones sobre el papel de la cultura. Las otras dos serían esa quema de libros a la que Carvalho es tan aficionado y la misma concepción de la novela como vehículo de conocimiento de la realidad, desde el mestizaje de cultura y subcultura que encarna la serie Carvalho.
Incluso Pepe Carvalho, tan parco en las reflexiones teóricas, ha dicho a veces que quema libros para vengarse de lo poco que le han enseñado a vivir y de lo mucho que le han alejado de una relación espontánea y entusiasmada con la realidad. En cambio, Carvalho carece de una teoría de la cocina que no sea la mía y le importa un bledo el sistema literario en el que se haya inmerso. Le da lo mismo pasar a la Historia de la Literatura que a la Historia de la Subliteratura. En ocasiones, incluso he tratado de llevarle por el buen camino, le he propuesto mayores dosis de ambigüedad sicológica e ideológica para congraciarle con la crítica partidaria de la opacidad esencial de la novela como conocimiento ensimismado. Pero no ha habido manera. Lo peor es que yo pago las consecuencias. Soy yo el que de vez en cuando me tropiezo con críticos del formalismo ruso madrileño y sabios literarios en general que me miran por encima del hombro, sin duda recordando esas situaciones tan ordinariamente carvalhianas en las que se pone a guisar, a masturbarse o a filosofar sin que lo exija estrictamente la armonía interna de la novela. Se lo tengo advertido, pero ni caso.
Hora es ya de hacer un balance de las recetas de Carvalho, que son suyas y de otros, aunque cuando se apropia de las recetas ajenas suele siempre introducir alguna modificación. Carvalho es gastronómicamente ecléctico. He aquí su única connotación posmoderna. La base de sus gustos la forma una materia esencial: el paladar de la memoria, la patria sensorial de la infancia. Por eso sus gustos fundamentales proceden de la cocina popular, pobre e imaginativa de España, la cocina de su abuela, doña Francisca Pérez Larios, a la que dedica el nombre de un bocadillo notable, recogido en este recetario. Nuestro hombre integra cocina catalana, cocina de autor de distintos restauradores de España y de diferentes extranjerías gastronómicas. Pero una cosa es lo que Carvalho come y otra lo que guisa. Por ejemplo, jamás se le ha visto cocinar un oreiller a la Belle Aurore, como sí lo hace Sánchez Bolín en Asesinato en Prado del Rey, aunque de vez en cuando se sumerja en la elaboración de algún plato complicado como el salmis de pato.
Carvalho cocina por un impulso neurótico, cuando está deprimido o crispado, y casi siempre busca compañía cómplice para comer lo que ha guisado, para evitar el onanismo de la simple alimentación y conseguir el ejercicio de la comunicación. Y en esas ocasiones encuentra a comensales propicios, mayéuticos, se llamen Fuster, Charo o Biscuter. Observe el astuto seguidor de la serie cómo su relación con Bromuro (q.e.p.d.) era exclusivamente alcohólica y pocas veces nutritiva, como si Carvalho quisiera ayudarle a suicidarse lentamente. Pero sobre Bromuro corramos un tupido velo porque aún hoy es material de discusión entre Carvalho y yo. Me reprocha el que lo haya matado y en vano le respondo que en literatura siempre se mata a causa de las circunstancias literarias y que jamás se derrama ni una gota de sangre real, ni se emplea otra mortaja que la del silencio de las páginas: los espacios en blanco.
Otra cuestión generadora de discusión, esta vez ajena a la que repetidamente nos enfrenta a Carvalho y a mí, es el juicio sobre el real saber gastronómico y culinario de Carvalho. Yo le he pillado en varios fallos provocados por la plebeyez de su paladar original y por una progresiva asimilación de conocimientos que no siempre llegaron a tiempo. Por ejemplo, en las primeras ediciones de Tatuaje, recomienda un Sauternes cuando debería recomendar cualquier blanco no moellé, y en cambio en Los mares del Sur pone en labios del marqués de Munt una pedante glosa del morteruelo, regado con Chablis. Craso error. Al morteruelo, como a cualquier paté o mousse o engrudo de estas características, le va bien el Sauternes o el Montbrazillac, nunca el Chablis. Igualmente merece reprobación la fideuá que realiza en Los pájaros de Bangkok, verdadero atentado contra este exquisito plato, que él convierte en un extraño hormigón compuesto de masas de harina de arroz y toda clase de bestias, cuando la fideuá fideuá se hace con pasta de harina de trigo, a ser posible con fideos del tipo «cabello de ángel», y los tropezones han de ser escasos, según la receta que aporto, la única de mi cosecha, profundamente correctora de la que describe Carvalho en la citada novela.
Sobre el discutible gusto de Carvalho -que sea discutible no quiere decir que carezca de él- dan idea las escasas referencias a postres que hay en sus abundantes digresiones gastronómicas. Pocos y simples, para desesperación de los amateurs de esta cocina rigurosamente inocente. Este bárbaro vicio carvalhiano procede de su filosofía compulsiva y devoradora. Platos hondos. A él le van los platos hondos, y si bien entre lo crudo y lo cocido elige lo cocido, entre lo dulce y lo salado se decanta por lo salado, prueba evidente de primitivismo, que impide homologar el paladar de Carvalho según los cánones del refinamiento. No interprete el lector mi reflexión crítica como una muestra de hostilidad hacia mi personaje, aunque es cierto que nuestras relaciones no han sido siempre buenas. Simplemente, mi responsabilidad y mi credibilidad se manifiestan en relación con el lector, mi señor, siempre por encima de mi personaje, que sólo tiene un valor instrumental, aunque él no lo crea y haya cometido conmigo actos de desacato que algún día le pueden costar muy caros. Por ejemplo, Carvalho jamás me ha invitado a cenar en su casa alguno de sus guisos. Tal vez espera a que yo se lo insinúe, pero esperará en vano porque no es trajín de un escritor el ir tras los pasos de sus personajes. Es más, cuantas veces hemos coincidido en algún bar para discutir un desarrollo narrativo o algún desajuste entre mi escritura y su conducta, mi imaginación y sus deseos, jamás ha hecho el gesto de invitarme. Ni a un miserable café. Gesto en sí mismo de hostilidad, de mala educación, y que ha provocado que yo haga lo imposible para que tenga dificultades económicas progresivas en las novelas que restan a la serie. Si espera jubilarse con el riñón bien cubierto, está apañado. Voy a hacer lo imposible para que termine sus días sin otra alimentación que arroz con bacalao y algún que otro bocadillo señora Paca. No es crueldad. Es instinto de autodefensa. Sólo el que haya concebido un personaje literario habitual y seriado podrá comprender el calvario que representa soportar sus impertinencias.
Pido perdón por este rapto de confesionalismo crítico e insisto en que el recetario que sigue es revelador de la mejor alma gastronómica del personaje y de un estado de la cultura en el que se confunden las fronteras de lo ecléctico y lo sincrético. Podríamos llegar a la conclusión de que los gustos gastronómicos de Carvalho son eclécticos en la selección y sincréticos en la tecnología, aunque lo más cercano a la realidad sería aceptar estas sabrosas propuestas como un patrimonio humano, mucho más que como un patrimonio del señor José Carvalho Tourón.
Mejillones a la Pepe Carvalho
1 cucharada de aceite
1 cebolla picada
½ pimiento rojo, picado
2 tomates picados ( sin piel ni semillas)
1 diente de ajo, picado
1 rama de apio, picado
1 k. de mejillones
4 cucharada de vino blanco
1 cucharadita de tomillo
1 cucharadita de orégano
1 cucharadita de pimienta
1 cucharada de perejil
Lavar bien los mejillones. Dejarlos libres de “barbas” .
En una cazuela alta, poner el aceite y a continuación el ajo y la cebolla. Dejar pochar a fuego bajo hasta que quede blanda pero sin que llegue a dorar. Agregar el pimiento, el apio y los tomates . Dejar unos minutos y agregar los mejillones.
Tapar la cazuela. Dejar que den unos hervores y, posteriormente, eliminar la mayor parte del “ líquido” que hayan soltado. Incorpora el vino blanco, el tomillo, pimienta y orégano. Dejarlos hasta que se abran. En el momento antes de servir, espolvorear el perejil picado por encima.
En la cocina de Negra y Criminal
Mientras Daniel Vázquez Sallés escribe, Pau Arenós y yo hablamos de restaurantes y restauradores. Intercambiamos direcciones, sabores y puntos de cocción. Un gustazo.
Seguid los gustos de Pau Arenos en sus blogs
CARVALHO, DETECTIVE «GOURMET»
SERGI DORIA
publicado en ABC, 9-XI-2012,BARCELONA
“Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino”. Toda una declaración de principios. Pepe Carvalho rumia casos detectivescos en los fogones, ante una parada del mercado de la Boquería, o sobre los manteles de Casa Leopoldo, Can Lluís o Casa Isidro, restaurantes del Raval donde festeja con Charo la madurez de su amor. En “El delantero centro fue asesinado al atardecer”, la carta de Casa Isidro ofrece foie gras de oca a la crema de limón verde, bacalao gratinado al perfume de ajo, “farcellets” de col rellenos de langosta al perfume de azafrán, lubina a la ciboulette, lenguado con moras, “riz de veau” a la crema de limón verde y una carta de vinos con un Cigales hegemónico. Carvalho responde irónicamente: “De todo un poco”. Cerca de la calle Botella, donde nació su creador, Can Lluís sigue ofreciendo un menú Vázquez Montalbán con “olleta d’Alcoi” y espaldita de cabrito asada. En Casa Leopoldo, rodeado de carteles taurinos y azulejos relucientes, Carvalho saborea una dorada o un turbot a la plancha que se ha horneado suavemente… Y cuando toma el avión para Madrid, se da un homenaje en el Jockey con un menú canónico: extracto de pescados ahumados con ostras a la hierbabuena, pichones de Talavera rellenos y milhojas de mango con helado de jengibre.
A los cuarenta años del nacimiento de Carvalho en “Yo maté a Kennedy”, Planeta reúne sus novelas en ocho volúmenes. Después de “El círculo virtuoso” y “Puente aéreo” recupera “Las recetas de Carvalho”, editadas por primera vez en 1989, cuando el centro del mundo, como señala en el prólogo Pau Arenós “está en el estómago” para constatar como el poema de Guillén, que “el mundo está bien hecho”.
“Carvalho gourmet” abre el ágape con pan con tomate. Ese prodigio alimentario que “se les ocurrió a los catalanes hace poco más de dos siglos” combina muy bien con una tortilla en escabeche; las berenjenas, siempre buenas, y todavía mejores al estragón, rellenas de atún o crema de gambas. De entre los platos de fondo, para los cuarteles de invierno, potaje, cocido madrileño, “olleta” alcoyana y “escudella i carn d’olla”; arroces (con alcachofas, bacalao y sobrasada, kokotxas, almejas, mar y montaña, conejo, sardinas o al libre albedrío); pescados como el rape al ajo quemado, la cazuela de sepias, la caldeirada y el gran bacalao que traza el eje Barcelona-Bilbao-Oporto: “a la llauna”, al pil-pil, o al roquefort. La gula cárnica se nutre de filetes de buey al foie, fricandó, ossobuco, gigot braseado, callos a la madrileña…
En la librería Negra y Criminal, del barrio marinero de la Barceloneta, conocen bien al detective gourmet. Carvalho compensó los desencantos de las utopías del siglo XX con la gastronomía. Después de proclamar que “hay que beber para recordar y comer para olvidar” cambió “El capital” de Marx por la “Fisiología del gusto” de Brillat-Savarin. Si somos lo que comemos, la biografía del alter ego de Vázquez Montalbán no se entiende sin el recetario. En los años setenta, explica Montse Clavé, autora de un manual de cocina negra y criminal, “coexistían en armónica hermandad los riñones al jerez y los pies de cordero con el “salmis de pato”; en los ochenta, “su vena popular le lleva por los mostradores de los bares de mercado que exhiben sardinas en escabeche, pies de cerdo, o tripa…” En los primeros noventa, Carvalho ya husmea en los afanes deconstructivos de Ferran Adrià. De entre todas las recetas, Clavé se decanta por la más identificada con las raíces del detective gourmet: la “caldeirada Carvalho”, descrita en la novela “Tatuaje”. Como casi siempre, lo más original es volver al origen.
Olleta d’Alcoi
Para cuatro personas
Preparación: 15 minutos; cocción. 1 hora y media
½ kg de cabeza de cerdo; 1 pata de cerdo; 1 rabo de cerdo; 3 morcillas de cebolla; 2 blancos (embutido); 3 nabos limpios y cortados; 1 manojo de carditos limpios y cortados; 300 g de patatas cortadas; 200 g de garbanzos remojados; 300 g de arroz; sal y azafrán.
Ponerlo todo a cocer en una cacerola con agua (salvo las patatas, el arroz y los embutidos). Dejar cocer hasta que todo esté tierno.
Añadir entonces las patatas. Dejar cocer, y veinte minutos antes de servir añadir el azafrán, rectificar de sal y echar el arroz, que ha de quedar entero. Remover bien y añadir caldo si faltara. Añadir los embutidos cinco minutos antes de sacar la olla del fuego. El guiso debe quedar caldoso. Servir bien caliente.
Los restaurantes de Carvalho
-Can Lluís. c/ de la Cera, 49. Tel. 93 441 11 87
-Casa Leopoldo. c/ San Rafael, 24. Tel. 93 441 30 14
-Casa Isidro. c/ de les Flors, 12. Tel. 93 441 11 39
Desde nuestra parada en Les Rambles, dándole la espalda al Palau de la Virreina, tenemos la calle Carme hacía el norte, y el puerto hacia el sur.
Comenzamos el recorrido gastronómico negrocriminal por el norte, y nos dirigimos a un restaurante cuyos precios nos impiden la entrada ( también a Charo le parecían excesivos) pero que frecuentaba Pepe Carvalho. Se trata de Quo Vadis (Carme,7)
(…) Carvalho tomó la iniciativa y llevó a Teresa hacia el restaurante Quo Vadis. Contestó los protocolarios saludos del clan rector, presidido por una enérgica madre que dirigía la vida del restaurante desde una silla anclada en la mismísima puerta. Al ver los precios, Teresa adelantó:
—Yo pediré un solo plato.
—¿Estás mal de dinero?
—No. Pero me sabe mal gastar tanto dinero para comer. Conmigo cumplías llevándome a otro tipo de restaurante.
—Es que aún no he superado el respeto distante por la burguesía, y sigo creyendo que sabe vivir.
—¿Quién lo niega?
—Un ochenta y nueve por ciento de la burguesía de esta ciudad cena espinacas rehogadas y una pescadilla que se muerde la cola.
—Es sano.
—Si tomaran las espinacas con pasas y piñones y en lugar de la pescadilla una doradita con hierbas, envuelta en papel estaño y hecha al horno, sería una cena igualmente sana, no mucho más cara y más imaginativa.
—Y lo más curioso es que hablas en serio.
—Totalmente. El sexo y la gastronomía son las cosas más serias que hay.
Tatuaje, Manuel Vázquez Montalbán
Por este increíble mercado, en una época lejana ( años sesenta)… sin turistas, en cuya entrada principal, todos los lunes, aparecían unos puestos de quita y pon, pintados de rojo, que vendían carne de toro de la corrida del domingo anterior. La de Las Arenas o la de La Monumental. Delante se formaban largas colas de compradoras…Era una de las carnes más baratas del mercado. Los rabos, eran la parte más codiciada…Bueno, no en esa época sino en una todavía más lejana, cometía sus fechorías Enriqueta Martí, la “mala dona”, llamada también “la vampira del Raval”. A río revuelto ganancia de pescadores, Enriqueta aprovechaba el bullicio para llevarse a las criaturas que luego asesinaba, segun cuenta Marc Pastor en su novela La mala dona ( La mala mujer)
Vayamos algo más al sur. La plaza Real.
“(…) Se tomó un triple de cerveza en la Plaza Real añorando una perdida tapa de calamares en salsa con pimienta y nuez moscada que había caracterizado a la cervecería más multitudinaria del recinto. Flotantes en una agüilla amarronada, momificadas patas de calamar se proponían suplir a ilustres antepasados. Lo malo de las culturas de lo fugaz es precisamente su fugacidad. Por esta cocina pasó un genio en el arte de guisar el calamar, creó la ilusión de un sabor eterno y se marchó dejando un vacío irreparable. Ni siquiera nadie en condiciones de ponerle en la pista del genio. Los camareros son pájaros de vuelo fácil y sobre todo en estos tiempos en que es camarero todo aquel capaz de ponerse una chaqueta blanca más sucia que la del día anterior, pero menos que mañana. »
Tatuaje. MVM
(…)“El Glaciar había sido un antro generacional para mí, la plaza Real misma, en una de cuyas esquinas estaba el local, me producía tal pereza que no podía ni pronunciar el nombre. Hacía cerca de diez años que no la pisaba. Tito era hombre de costumbres, tenía sus barras marcadas, en las que otras generaciones formaban ya la parroquia, pero eso a él ni le iba ni le venía, mientras no cambiaran de dueño, todos convertidos en viejos amigos, y siguiera encontrando chavalas dispuestas a acompañarlo hasta el final de la noche y más”.
Lo cuenta Cristina Fallarás en No acaba la noche
Y seguimos bajando por las Ramblas hacia el sur.
“Si descubres algo estaré en el despacho hasta la una, luego me daré una vuelta por los billares. Comeré en el Amaya.”
La soledad del manager. Manuel Vázquez Montalbán
Que bien estuvo el Amaya…(la Rambla, 20-24), aunque todavía está.
Y nos despedimos de este itinerario con un pastís …o una absenta, mientras escuchamos la voz irrepetible de Edith Piaf.
Bar Pastis ( C/ de Santa Mònica,4)
«(…) El Café venezuela, que ya cerró, largas noches de otro tiempo, el Big-Ben, que en cambio aún tiene penumbras y culos,la Iglesiade Santa Mónica, la entrada a las viejas gargantas del distrito, el Bar Pastís, rebelión hecha canciones y frases susurradas donde Josep María Espinás se negaba a ver su Cataluña meticulosamente destruida. El monumento a Colón donde hubo palomas, fotógrafos minuteros, soldados con la mirada perdida en Marruecos, estudiantes con la mirada perdida en el futuro y que un día se hicieron la última foto juntos antes de que la vida les separase. El Amaya, restaurante de olor a puerto y comensal antiguo. Las casas de mujeres dela Ramblabaja, casas respetables y empadronadas, con escudo heráldico de toalla y goma, no crea usted que la historia no merece un respeto. Las mujeres alineadas en la acera, carne de camionero nostálgico, estudiante ávido y de oficinista estrecho.»
Crónica Sentimental en rojo. Francisco González Ledesma
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“(…) Salió hasta las Ramblas y tomó la dirección del Puerto. Al llegar frente a la Iglesiade Santa Mónica se salió del paseo central, cruzó la calzada derecha y se adentró por la calleja que bordeaba la izquierda de la iglesia. Penetró en el bar Pastis y pidió absenta…”
Tatuaje. M.V.V.
Y, si desean ampliar la ruta, pueden acercarse al más simpático de los restaurantes Carvalhianos: Can Lluis, de la mano de dos blogs amigos:
http://jordivalerointerrobang.blogspot.com.es/2012/04/fricando-de-can-lluis-y-vazquez.html
http://gastronomiadelamia.blogspot.com.es/2012/04/rte-can-lluis-en-la-ruta-de-pepe.html
Viva Sant Jordi! Viva los libros!!! viva la gastronomía negro criminal!
George Tyras es catedrático del Departamento de Español de la Universidad de Grenoble III.
Geometrías de la memoria es un libro imprescindible . Una entrevista en profundidad a Manuel Vázquez Montalbán y un analísis del conjunto de toda su obra.
Georges Tyras:
_ Lo que sí te gusta y tienes son utensilios de cocina, muchos y muy bonitos.
Manuel Vázquez Montalbán :
_ ¡Ah, sí ! Me encantan los utensilios de cocina. Hace poco, en una presentación de un libro, una editorial me regaló una caja de cuchillos de profesional, es una de las cosas que más ilusión me ha hecho.
Georges Tyras , Conversaciones con Manuel Vázquez Montalbán. Geometrías de la memoria.
André Pieyre de Mandiargues (París 1909-1991), antes que Manuel Vázquez Montalbán nos llevó a comer a Casa Leopoldo.
Su novela Al margen, que obtuvo el Premio Goncourt 1967, debería ser una novela de lectura obligada para aquellos que quieran conocer las vísceras de la Barcelona de aquellos años. Antes de la muerte del dictador.
Yo la leí más tarde. En 1981, publicada por Bruguera con una muy buena traducción de Ricardo Cano Gaviria.
Novela negra? Evidentemente, sí. Al margen es una narración desde las entrañas. Una lenta agonía, un recorrido suicida en caída libre de Sigismond Pons por las calles del Barrio Chino de la Barcelona de los años sesenta.
(Barrio Chino. Por mucho que ahora se llame Raval, para los que lo vivimos aquellos años seguirá siendo Barrio Chino).
El protagonista de Al margen, Sigismond, llega a aquella Barcelona ahogada y gris con los residuos de la posguerra en sus gentes y en sus calles. Una ciudad todavía aplastada por la bota del Fuhroncle (mixtura de Führer y forúnculo), que así llama Pieyre de Mandiargues a Franco durante toda la novela. Los retratos del furúnculo eran todavía omnipresentes en la ciudad. En las paredes de las calles, pintados con la tinta de los vencedores, casi diluida por el tiempo, y en los locales abiertos al público, enmarcados dentro de cuadros con los vidrios empañados por la suciedad y las cagadas de mosca. Pero allí estaban todavía.
Sigismond recorre las calles del barrio, ama a sus putas, frecuenta los bares…
El desaparecido quisco-bar Antonio en la esquina de la calle botella. En el nº 11, nació Manuel Vázquez Montalbán. foto, Montse Clavé
En este recorrido acabará por llegar al centro mismo de su propio horror, al margen del cual ha vivido hasta este momento de su vida.
Decenas de bares y locales de la noche, y del día, desfilan por las páginas de Al margen. Unos desaparecidos y otros no, pero los que no lo estan, como si lo estuvieran. Han perdido hace tiempo la razón de ser.
Los Caracoles; el recordado y añorado bar La Macarena; Los Cabales; el restaurante Amaya; el Panam´s, Los Cuernos; el Villa Rosa; el bar Pigalle; el bar Bodega Apolo; el Marsella…
Y Casa Leopoldo.
Primera incursión:
“(…) Casa Leopoldo es un restaurante de buena apariencia, el primero que en el barrio lleno de sorpresas da esa impresión a Segismond, y escrito con tiza en una pizarra el menú resulta atractivo, a pesar de que su precio es tan bajo que uno no sabe si creérselo”.
Qué lejos quedan los años sesenta!
Segunda incursión.
“(…) En la esquina de San Rafael gira, camina dejando de zigzaguear, y al final cierra tras de sí la puerta de Casa Leopoldo.
Como un paquebote, el restaurante tiene diversas clases, y a medida que se avanza hacia el fondo del local (ocupado por un comedor independiente), la cocina es más exquisita, las mesas están mejor guarnecidas y los precios son más caros. Cerca de la puerta, la gente come sobre el mármol desnudo (agrietado en el sitio donde Sigismond se sienta); no hay vasos y se bebe a chorro, tampoco hay servilletas, pero el tenedor y el cuchillo ocupan su sitio, lo que denota un nivel superior al de esas casas de comidas donde se proporciona sólo el primero(según contaba Antonin). Una pizarra, colgada sobre una alacena, confirma el menú pegado fuera: tres platos, con opción a carne o pescado para el primero. Sigismond, que antes de que venga el camarero tiene tiempo de refrescar su memoria, tomará sopa, pescado frito y ensalada, y beberá un cuarto de vino blanco.
Si se sienta en una de las mesas menos caras, es para no apartarse demasiado de la calle, para permanecer en medio de esa cierta banalidad dentro de la cual se mueve, como si estuviera encerrado en una transparente burbuja desde que la carta de Féline pasó a estar bajo la torre de cristal. Por veinte pesetas, no tenía desde luego la intención de darse un festín. Pero todo resulta siempre diferente de lo que uno espera o se imagina (la desgracia sería evitable si uno fuera capaz de representársela lo más precisamente posible, ha pensado algunas veces), y la sorpresa, en Casa Leopoldo, es que el menú de los pobres sea tan fresco, tan copioso y tan bueno. La sopa es una especie de menestra en la que las legumbres verdes se combinan con los garbanzos y las pastas, en el caldo de cocido. La fritura, de sardinas y los calamares cortados en anillos. Negras aceitunas adornan las hojas de lechuga de la ensalada, aderezada con un sabroso aceite. Por lo que toca al vino, no demasiado fuerte, resulta tan natural al paladar que uno no puede sino decir que está fabricado a la justa medida humana. Sigismond, la verdad sea dicha, lo bebe llevándose a la boca el pico del porrón, pues no ignora que si intentara rociar su paladar como sus vecinos se anegaría, y se resigna a hacer el ridículo. Sin embargo , nadie ríe, nadie mira.
Es él, más bien, quien mira a sus vecinos, como no ha parado de hacer desde que la burbuja fue hinchada en torno suyo, y siente una especie de afectuosa fraternidad hacia los cinco hombres que comen solos, sobre las mesas de mármol. Otros dos forman una pareja (acaso de amigos), pero hablan tan poco como los que permanecen solitarios, y al igual que ellos comen con lentitud, como si temieran llegar al instante en que se acabe la comida. Todos (lo cual no resulta extraño, pensándolo bien) tienen aproximadamente la misma edad, rondando los sesenta. Uno podría inclinarse a pensar que se trata de un grupo de viudos, pero ellos se mantienen tan separados como les resulta posible, casi en los vértices de un pentágono cuyo centro estaría formado por la pareja y Sigismond.
El camarero que ha servido va a sentarse junto a la caja, y su aspecto no es el de un empleado, sino el de un propietario; otro, que se le parece demasiado como para que sea su hermano, atiende el comedor de lujo, en el que hay dos o tres mesas ocupadas; también hay un jovenzuelo, hijo de alguno de los dos, que ayuda a llevar los platos.
El único ruido que se puede oír, un goteo regular, que proviene acaso de un grifo mal cerrado, se aviene con la cerámica de estilo árabe que reviste los muros hasta la mitad de la altura, evocando un patio con fuente, y a veces frente a Sigismond, el camarero abre la puerta de un amplio refrigerador, ubicado junto a unos grandes barriles de vino. Paz y frescor…”
Esta es el Casa Leopoldo que yo recuerdo. Siempre comíamos en la parte pobre del paquebote. Cuando algún día pudimos permitirnos la parte de manteles blancos Casa Leopoldo había dejado de existir. Todavía está en el mismo lugar que siempre, pero nada más.
Si leen un día Al margen, o si lo han leído. Si viven en mi ciudad, o si vienen de fuera, háganle un pequeño homenaje al autor y pasen por la pequeña plaza que lleva su nombre. En pleno Barrio Chino, ahora Raval. Queda muy cerca de la nueva ubicación de la Filmoteca de Catalunya, que por fin vuelve al Sur. Regresa “al margen” después de haber durante años respirado los aires más puros de Barcelona. Allá por la zona alta. En aquellas calles donde al Inspector Méndez de Francisco González Ledesma, le costaba respirar por estar demasiado oxigenadas.
(…) Estábamos sentados en un rincón del bar Victor bebiendo gimlets. El verdadero gimlet- dijo -, esta hecho de mitad gin y mitad de jugo de lima Rose y nada más. Deja chiquito al martini.
Philip Marlowe en El largo adiós de Raymond Chandler
(…) Gimlet no pretende cambiar el mundo; si acaso aspira a ayudar a contemplarlo sin prisas pero sin pausas, como contempla Marlowe a las víctimas y los verdugos que le rodean.»
Vázquez Montalbán en la editorial del primer número de Gimlet, marzo de 1981
Una exposición más que merecida. Gimlet fue una rareza fantástica, una revista tan buena como efímera. Duró un año intenso para redactores, colaboradores y seguidores. Estos últimos demasiado pocos.
Allí, por primera vez, disfruté con los Placeres Criminales de Xavier Domingo. En el primer número escribía sobre Las cervezas de Nero Wolf. Desde aquel momento, gracias a Gimlet y a Xavier Domingo, lo que beben y comen los personajes, o aquellos que no beben ni comen, o los que solo beben, en las novelas negrocriminales, nunca más me ha resultado indiferente.
Detectant detectius
trenta anys després,obrim la caixa forta de la revista Gimlet (1981-1982)
Del 2 de febrer a l´11 de març
Biblioteca Jaume Fuster ( plaça Lesseps,20-22) Barcelona
Dijous 2 de febrer
a les 18.30h, inauguració a càrrec de Paco Camarasa
a les 19h., taula rodona «Un altre Gimlet, sisplau» amb la participació de Jordi Canal, Andreu Martín, Frederic Pagés, Francesc Salgado i Mariel Soria. Modera Joaquim Noguero.
Dentro del marco de BCNegra 2012
Nosotros, desde este blog, reivindicamos el placer de la gastronomía frente a la adrenalina de las primas de riesgo. Los mercados que nos interesan son aquellos en los que se venden verduras, pescado y frutas frescas. Contra las calificaciones de la Standard & Poor’s , paella y caldeirada Vazquezmontalbaniana.
Del 1 al 4 de febrero
Direcciones de la AEMVM:
Asociación: http://asociacionvazquezmontalban.org/index.html
Revista: http://asociacionvazquezmontalban.org/revista/index.html
Congresos: http://asociacionvazquezmontalban.org/congresos/index.html
Jean-Claude Izzo con Fabio Montale, protagonista de su trilogía marsellesa, y Andrea Camilleri con Salvo Montalbano, protagonista de su saga siciliana, rindieron sendos homenajes a Manuel Vázquez Montalbán, considerado por estos autores el padre de la novela negromediterránea.
Vázquez Montalbán creó un personaje en una noche etílica ante una apuesta en la que aseguró poder escribir una novela policíaca en quince días. Escribió Tatuaje (homenaje a la canción de Conchita Piquer) y nació para el mundo lector Pepe Carvalho.
José Carvalho Larios, Pepe Carvalho para los amigos, fue un hijo de emigrantes que pudo estudiar y llegó a la universidad. Durante aquellos años, militó en el partido comunista. Fue detenido y pasó un tiempo en la cárcel. Decepcionado (una decepción post mayo 68 ) se fue del país y trabajó unos años en la CIA. No aceptó un puesto importante y regresó a su país. Volvió a Barcelona y ejerció como detective privado. “Los detectives privados somos los termómetros de la moral establecida”. Tenía un pequeño despacho en Las Ramblas, cerca de las calles del barrio chino de su infancia, pero vivia en Vallvidrera ( la casa del personaje es alquilada, la del autor comprada, pero los dos tienen su cocina en la zona más alta de la ciudad) aunque Pepe Carvalho nunca dejó de ser “un plebeyo que bebe muy bien el Chablís”*
Manuel Vázquez Montalbán, escritor, poeta, periodista, gastrónomo…, fue inseparable del personaje que le dió más fama. Siempre mantuvo con él una relación de amor y odio pero, a su pesar , vivió y murió pegado a la alargada sombra del detective.
En este blog, podremos volver y volver, hasta la saciedad, a Manuel Vázquez Montalbán y a Pepe Carvalho. No en balde, autor y personaje están profundamente ligados a la gastronomía.
Me hubiera encantado tener a Manolo en la cocina de Negra y Criminal, por tenerle hoy en el 2012, y por tenerlo grabando un pequeño video para colgar en Youtube.
“Dime Manolo. ¿Cúal sería el plato de tus novelas que ha superado el paso del tiempo y que todavía consideraríais digno de ser cocinado y comido en vuestra cocina de Vallvidrera por Pepe y por ti? «
Las novelas del ciclo carvalhiano de Manuel Vázquez Montalbán deberían ser leídas en las clases de Historia de nuestra ciudad. Aquella ciudad que era y ya no es, y en la que tampoco han sobrevivido los gustos culinarios de aquellos primeros libros en los que Pepe Carvalho educaba nuestro paladar.
Los Mares del Sur fue considerado en su día (1979) un especie de manual gastronómico por aquellos militantes de izquierda que habían sido educados dentro de una moral estrictamente estajanovista. Aquellos mismos que pocos años después pasarían de la tortilla de patatas a la lubina con hinojo; de los manteles de cuadros a los de color salmón. Así les fue y así nos fue. Pero en ningún caso fue culpa de Manolo.
Mi novela preferida de las protagonizadas por Carvalho fue y sigue siendo Los Mares del Sur.
Los mares del Sur obtuvo el Premio Planeta 1979 y el Prix International de Littérature Policière. Tuvo su versión cinematográfica en 1991, dirigida por Manuel Esteban Marquilles y con Juan Luis Galiardo en el papel de Carvalho.
Argumento:
Barcelona, 1979. Pepe Carvalho debe investigar las causas de un misterioso crimen. Stuart Pedrell, un importante hombre de negocios aparece muerto a navajazos en un barrio del extrarradio de la ciudad. Todos los que le conocían lo creían de viaje por los Mares del Sur. Carvalho averiguará que hizo Stuart Pedrell en el curso de este año. Los Mares del Sur a veces están más cerca de lo que se pueda pensar, incluso se puede llegar en metro.
Los Mares del Sur es la novela más gastronómica de las protagonizadas por Pepe Carvalho. Parece casi increíble que entre tanta gastronomía quepa la mejor novela de la serie.
Desfilan antiguos restaurantes: El Túnel, Casa Leopoldo, El Rincón de Pepe, el Cathay, el Isidro; una fromagerie; vinos de moda en la época: Blanc de blancs , Viña Paceta… y decenas de platos: la paella a la manera de Morella, arroz a banda, judías blancas con almejas, entremeses de pescado y marisco “en el que incluiría los caracoles”, dorada al horno, morteruelo, pan con tomate y jamón de Jabugo, berenjenas a la crema con gambas, caracoles a la borgoñesa, patatas con chistorra, xolís de porc senglar , mousse de gambas, flaons, carajillo de Fundador, vino de Jumilla,…Y el libro termina así:
(…)
_Hijos de puta, hijos de puta.
Se bebió una botella de orujo helado y a las cinco de la madrugada le despertaron el hambre y la sed.
.
La receta de hoy se la dejo al escritor.
Berenjenas a la crema con gambas
(…) Saltó del sofá y Bleda despertó alterada de su sueño, moviendo las orejas y los ojos, rasgados y lectores, hacia el Carvalho que se dirigía hacia la cocina como si hubiera oído un tam-tam inexcusable. Multiplicó las manos para puertas y cajones multiplicados, hasta disponer sobre el mármol un ejército de programados ingredientes. Cortó tres berenjenas en rodajas de un centímetro, las saló. Puso en una sartén aceite y un ajo que sofrió hasta casi el tueste. Pasó en el mismo aceite unas cabezas de gambas mientras descascarillaba las colas y cortaba dados de jamón. Retiró las cabezas de gambas y las puso a hervir en un caldo corto mientras desalaba las berenjenas con agua y las secaba con un trapo, lámina a lámina. En el aceite de freír el ajo y las cabezas de las gambas fue friendo las berenjenas y luego las dejaba en un escurridor para que soltaran los aceites. Una vez fritas las berenjenas, en el mismo aceite sofrió cebolla rallada, una cucharada de harina y afrontó la bechamel con leche y caldo de las cabezas de gambas cocidas. Dispuso las berenjenas en capas en una cazuela de horno, dejó caer sobre ellas una lluvia de desnudas colas de gambas, dados de jamón y lo bañó todo con la bechamel. De sus dedos cayó la nieve del queso rallado cubriendo la blancura tostada de la bechamel y metió la cazuela en el horno para que se gratinara. Con los codos derribó todo lo que ocupaba la mesa de la cocina y sobre la tabla blanca dispuso dos servicios y una botella de clarete Jumilla que sacó del armario-alacena situado junto a la cocina.»
Recomiendo la lectura de Los Mares del Sur, y para aquellos más aficionados a la gastronomía pura, Las recetas de Carvalho, con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán; Beber o no beber; Cocina de los Finisterres; Cocina de los mediterráneos;Cocina del mestizaje; Contra los gourmets; Saber o no saber. Muchos de ellos están agotados. Así son las cosas en el mundo editorial.
* El marqués de Munt se lo dice a Carvalho en Los Mares del Sur
(…)
—¿Hay alguna comida de la que no pueda prescindir?
—En el fondo, uno puede prescindir de todo. Sin embargo, en la vida de todo escritor hay un Rosebud como el de Ciudadano Kane. Recuerdo un día que estaba sentado en el portal de mi casa, frente a la panadería, y vi salir a mi madre con un pan caliente y un cucurucho de aceitunas negras. Me dio un trozo de aquel pan con aceitunas. Eran los años cuarenta. Asocio el placer con el pan caliente y las aceitunas negras; es mi Rosebud.
De una entrevista de Nativel Preciado en la revista Tiempo, 4 / 11 / 1996