Desde nuestra parada en Les Rambles, dándole la espalda al Palau de la Virreina, tenemos la calle Carme hacía el norte, y el puerto hacia el sur.
Comenzamos el recorrido gastronómico negrocriminal por el norte, y nos dirigimos a un restaurante cuyos precios nos impiden la entrada ( también a Charo le parecían excesivos) pero que frecuentaba Pepe Carvalho. Se trata de Quo Vadis (Carme,7)
(…) Carvalho tomó la iniciativa y llevó a Teresa hacia el restaurante Quo Vadis. Contestó los protocolarios saludos del clan rector, presidido por una enérgica madre que dirigía la vida del restaurante desde una silla anclada en la mismísima puerta. Al ver los precios, Teresa adelantó:
—Yo pediré un solo plato.
—¿Estás mal de dinero?
—No. Pero me sabe mal gastar tanto dinero para comer. Conmigo cumplías llevándome a otro tipo de restaurante.
—Es que aún no he superado el respeto distante por la burguesía, y sigo creyendo que sabe vivir.
—¿Quién lo niega?
—Un ochenta y nueve por ciento de la burguesía de esta ciudad cena espinacas rehogadas y una pescadilla que se muerde la cola.
—Es sano.
—Si tomaran las espinacas con pasas y piñones y en lugar de la pescadilla una doradita con hierbas, envuelta en papel estaño y hecha al horno, sería una cena igualmente sana, no mucho más cara y más imaginativa.
—Y lo más curioso es que hablas en serio.
—Totalmente. El sexo y la gastronomía son las cosas más serias que hay.
Tatuaje, Manuel Vázquez Montalbán
Por este increíble mercado, en una época lejana ( años sesenta)… sin turistas, en cuya entrada principal, todos los lunes, aparecían unos puestos de quita y pon, pintados de rojo, que vendían carne de toro de la corrida del domingo anterior. La de Las Arenas o la de La Monumental. Delante se formaban largas colas de compradoras…Era una de las carnes más baratas del mercado. Los rabos, eran la parte más codiciada…Bueno, no en esa época sino en una todavía más lejana, cometía sus fechorías Enriqueta Martí, la “mala dona”, llamada también “la vampira del Raval”. A río revuelto ganancia de pescadores, Enriqueta aprovechaba el bullicio para llevarse a las criaturas que luego asesinaba, segun cuenta Marc Pastor en su novela La mala dona ( La mala mujer)
Vayamos algo más al sur. La plaza Real.
“(…) Se tomó un triple de cerveza en la Plaza Real añorando una perdida tapa de calamares en salsa con pimienta y nuez moscada que había caracterizado a la cervecería más multitudinaria del recinto. Flotantes en una agüilla amarronada, momificadas patas de calamar se proponían suplir a ilustres antepasados. Lo malo de las culturas de lo fugaz es precisamente su fugacidad. Por esta cocina pasó un genio en el arte de guisar el calamar, creó la ilusión de un sabor eterno y se marchó dejando un vacío irreparable. Ni siquiera nadie en condiciones de ponerle en la pista del genio. Los camareros son pájaros de vuelo fácil y sobre todo en estos tiempos en que es camarero todo aquel capaz de ponerse una chaqueta blanca más sucia que la del día anterior, pero menos que mañana. »
Tatuaje. MVM
(…)“El Glaciar había sido un antro generacional para mí, la plaza Real misma, en una de cuyas esquinas estaba el local, me producía tal pereza que no podía ni pronunciar el nombre. Hacía cerca de diez años que no la pisaba. Tito era hombre de costumbres, tenía sus barras marcadas, en las que otras generaciones formaban ya la parroquia, pero eso a él ni le iba ni le venía, mientras no cambiaran de dueño, todos convertidos en viejos amigos, y siguiera encontrando chavalas dispuestas a acompañarlo hasta el final de la noche y más”.
Lo cuenta Cristina Fallarás en No acaba la noche
Y seguimos bajando por las Ramblas hacia el sur.
“Si descubres algo estaré en el despacho hasta la una, luego me daré una vuelta por los billares. Comeré en el Amaya.”
La soledad del manager. Manuel Vázquez Montalbán
Que bien estuvo el Amaya…(la Rambla, 20-24), aunque todavía está.
Y nos despedimos de este itinerario con un pastís …o una absenta, mientras escuchamos la voz irrepetible de Edith Piaf.
Bar Pastis ( C/ de Santa Mònica,4)
«(…) El Café venezuela, que ya cerró, largas noches de otro tiempo, el Big-Ben, que en cambio aún tiene penumbras y culos,la Iglesiade Santa Mónica, la entrada a las viejas gargantas del distrito, el Bar Pastís, rebelión hecha canciones y frases susurradas donde Josep María Espinás se negaba a ver su Cataluña meticulosamente destruida. El monumento a Colón donde hubo palomas, fotógrafos minuteros, soldados con la mirada perdida en Marruecos, estudiantes con la mirada perdida en el futuro y que un día se hicieron la última foto juntos antes de que la vida les separase. El Amaya, restaurante de olor a puerto y comensal antiguo. Las casas de mujeres dela Ramblabaja, casas respetables y empadronadas, con escudo heráldico de toalla y goma, no crea usted que la historia no merece un respeto. Las mujeres alineadas en la acera, carne de camionero nostálgico, estudiante ávido y de oficinista estrecho.»
Crónica Sentimental en rojo. Francisco González Ledesma
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“(…) Salió hasta las Ramblas y tomó la dirección del Puerto. Al llegar frente a la Iglesiade Santa Mónica se salió del paseo central, cruzó la calzada derecha y se adentró por la calleja que bordeaba la izquierda de la iglesia. Penetró en el bar Pastis y pidió absenta…”
Tatuaje. M.V.V.
Y, si desean ampliar la ruta, pueden acercarse al más simpático de los restaurantes Carvalhianos: Can Lluis, de la mano de dos blogs amigos:
http://jordivalerointerrobang.blogspot.com.es/2012/04/fricando-de-can-lluis-y-vazquez.html
http://gastronomiadelamia.blogspot.com.es/2012/04/rte-can-lluis-en-la-ruta-de-pepe.html
Viva Sant Jordi! Viva los libros!!! viva la gastronomía negro criminal!
Esplendor del Paralelo
Rafael Tasis i Marca (Barcelona, 1906 – París, 1966) . Un dels pioners de la novel·la de gènere, policíaca o detectivesca, amb català. Autor d´una trilogia formada per les obres: La bíblia valenciana(1955), Es hora de plegar ( 1956) i Un crim al Paralelo (1960)
Un crim al Paralelo, situada als anys 30, protagonitzada pel periodista Caldes i el comissari Vilagut, que resolen uns misteriosos crims als baixos fons del Paralelo, entre actrius de varietats i tavernes polsoses del barri Xino de Barcelona.
(…) S’havien posat a caminar de costat i es trobaren ja al Paralelo. Josep estava exultant. Convidà la noia a fer el vermut i tingué un instant de remordiment per la seva follia. Era ben bé llençar una pesseta! Bah, què hi farem! Un dia és un dia. Van triar una taula del primer rengle a la terrassa de l’Espanyol i es van asseure entre centenars de consumidors.
A llur entorn, regnava el brogit habitual del Paralelo. Les taules eren plenes de gent que conversava i reia. Enfront brillaven les bombetes que dibuixaven les entrades dels music-halls i els rètols dels teatres. Més avall, s’alçaven les tres xemeneies de la fàbrica d’electricitat i hom endevinava el port. Algun toc de sirena arribava a penetrar.»
Decadencia del Paralelo
Fragmento de la novela de Francisco González Ledesma (1927),
El pecado o algo parecido, 2002
Una novela cuyos personajes, en lugar de cultivar la virtud, cultivan el pecado. Comparten protagonismo un banquero que presume de su cinismo, y Méndez, el policía que no cree absolutamente en nada, más que en algunas personas..
“(…) Buscó refugio en las mesas del viejo café Chicago, lugar de empleadillos y de copas pagadas a principio de mes, pero el café Chicago no existía, en su lugar perduraba una caja de ahorros donde en lugar de servirte un anís Machaquito te servían una libreta al dos por ciento.
Pocas mesas quedaban ya en el Paralelo, donde antaño pudieron sentarse todos los culos de Europa. Sólo una sillita aquí, una mesita allá. Méndez halló acomodo -que no paz- en los restos de una cervecería cuyas jarras, no demasiado limpias, conservaron durante años las marcas de un pintalabios de vedette y ahora conservaban con amor las babas de un jubilado. El Paralelo se estaba muriendo a trozos, a palmos cuadrados, a horas…”
André Pieyre de Mandiargues (París 1909-1991), antes que Manuel Vázquez Montalbán nos llevó a comer a Casa Leopoldo.
Su novela Al margen, que obtuvo el Premio Goncourt 1967, debería ser una novela de lectura obligada para aquellos que quieran conocer las vísceras de la Barcelona de aquellos años. Antes de la muerte del dictador.
Yo la leí más tarde. En 1981, publicada por Bruguera con una muy buena traducción de Ricardo Cano Gaviria.
Novela negra? Evidentemente, sí. Al margen es una narración desde las entrañas. Una lenta agonía, un recorrido suicida en caída libre de Sigismond Pons por las calles del Barrio Chino de la Barcelona de los años sesenta.
(Barrio Chino. Por mucho que ahora se llame Raval, para los que lo vivimos aquellos años seguirá siendo Barrio Chino).
El protagonista de Al margen, Sigismond, llega a aquella Barcelona ahogada y gris con los residuos de la posguerra en sus gentes y en sus calles. Una ciudad todavía aplastada por la bota del Fuhroncle (mixtura de Führer y forúnculo), que así llama Pieyre de Mandiargues a Franco durante toda la novela. Los retratos del furúnculo eran todavía omnipresentes en la ciudad. En las paredes de las calles, pintados con la tinta de los vencedores, casi diluida por el tiempo, y en los locales abiertos al público, enmarcados dentro de cuadros con los vidrios empañados por la suciedad y las cagadas de mosca. Pero allí estaban todavía.
Sigismond recorre las calles del barrio, ama a sus putas, frecuenta los bares…
El desaparecido quisco-bar Antonio en la esquina de la calle botella. En el nº 11, nació Manuel Vázquez Montalbán. foto, Montse Clavé
En este recorrido acabará por llegar al centro mismo de su propio horror, al margen del cual ha vivido hasta este momento de su vida.
Decenas de bares y locales de la noche, y del día, desfilan por las páginas de Al margen. Unos desaparecidos y otros no, pero los que no lo estan, como si lo estuvieran. Han perdido hace tiempo la razón de ser.
Los Caracoles; el recordado y añorado bar La Macarena; Los Cabales; el restaurante Amaya; el Panam´s, Los Cuernos; el Villa Rosa; el bar Pigalle; el bar Bodega Apolo; el Marsella…
Y Casa Leopoldo.
Primera incursión:
“(…) Casa Leopoldo es un restaurante de buena apariencia, el primero que en el barrio lleno de sorpresas da esa impresión a Segismond, y escrito con tiza en una pizarra el menú resulta atractivo, a pesar de que su precio es tan bajo que uno no sabe si creérselo”.
Qué lejos quedan los años sesenta!
Segunda incursión.
“(…) En la esquina de San Rafael gira, camina dejando de zigzaguear, y al final cierra tras de sí la puerta de Casa Leopoldo.
Como un paquebote, el restaurante tiene diversas clases, y a medida que se avanza hacia el fondo del local (ocupado por un comedor independiente), la cocina es más exquisita, las mesas están mejor guarnecidas y los precios son más caros. Cerca de la puerta, la gente come sobre el mármol desnudo (agrietado en el sitio donde Sigismond se sienta); no hay vasos y se bebe a chorro, tampoco hay servilletas, pero el tenedor y el cuchillo ocupan su sitio, lo que denota un nivel superior al de esas casas de comidas donde se proporciona sólo el primero(según contaba Antonin). Una pizarra, colgada sobre una alacena, confirma el menú pegado fuera: tres platos, con opción a carne o pescado para el primero. Sigismond, que antes de que venga el camarero tiene tiempo de refrescar su memoria, tomará sopa, pescado frito y ensalada, y beberá un cuarto de vino blanco.
Si se sienta en una de las mesas menos caras, es para no apartarse demasiado de la calle, para permanecer en medio de esa cierta banalidad dentro de la cual se mueve, como si estuviera encerrado en una transparente burbuja desde que la carta de Féline pasó a estar bajo la torre de cristal. Por veinte pesetas, no tenía desde luego la intención de darse un festín. Pero todo resulta siempre diferente de lo que uno espera o se imagina (la desgracia sería evitable si uno fuera capaz de representársela lo más precisamente posible, ha pensado algunas veces), y la sorpresa, en Casa Leopoldo, es que el menú de los pobres sea tan fresco, tan copioso y tan bueno. La sopa es una especie de menestra en la que las legumbres verdes se combinan con los garbanzos y las pastas, en el caldo de cocido. La fritura, de sardinas y los calamares cortados en anillos. Negras aceitunas adornan las hojas de lechuga de la ensalada, aderezada con un sabroso aceite. Por lo que toca al vino, no demasiado fuerte, resulta tan natural al paladar que uno no puede sino decir que está fabricado a la justa medida humana. Sigismond, la verdad sea dicha, lo bebe llevándose a la boca el pico del porrón, pues no ignora que si intentara rociar su paladar como sus vecinos se anegaría, y se resigna a hacer el ridículo. Sin embargo , nadie ríe, nadie mira.
Es él, más bien, quien mira a sus vecinos, como no ha parado de hacer desde que la burbuja fue hinchada en torno suyo, y siente una especie de afectuosa fraternidad hacia los cinco hombres que comen solos, sobre las mesas de mármol. Otros dos forman una pareja (acaso de amigos), pero hablan tan poco como los que permanecen solitarios, y al igual que ellos comen con lentitud, como si temieran llegar al instante en que se acabe la comida. Todos (lo cual no resulta extraño, pensándolo bien) tienen aproximadamente la misma edad, rondando los sesenta. Uno podría inclinarse a pensar que se trata de un grupo de viudos, pero ellos se mantienen tan separados como les resulta posible, casi en los vértices de un pentágono cuyo centro estaría formado por la pareja y Sigismond.
El camarero que ha servido va a sentarse junto a la caja, y su aspecto no es el de un empleado, sino el de un propietario; otro, que se le parece demasiado como para que sea su hermano, atiende el comedor de lujo, en el que hay dos o tres mesas ocupadas; también hay un jovenzuelo, hijo de alguno de los dos, que ayuda a llevar los platos.
El único ruido que se puede oír, un goteo regular, que proviene acaso de un grifo mal cerrado, se aviene con la cerámica de estilo árabe que reviste los muros hasta la mitad de la altura, evocando un patio con fuente, y a veces frente a Sigismond, el camarero abre la puerta de un amplio refrigerador, ubicado junto a unos grandes barriles de vino. Paz y frescor…”
Esta es el Casa Leopoldo que yo recuerdo. Siempre comíamos en la parte pobre del paquebote. Cuando algún día pudimos permitirnos la parte de manteles blancos Casa Leopoldo había dejado de existir. Todavía está en el mismo lugar que siempre, pero nada más.
Si leen un día Al margen, o si lo han leído. Si viven en mi ciudad, o si vienen de fuera, háganle un pequeño homenaje al autor y pasen por la pequeña plaza que lleva su nombre. En pleno Barrio Chino, ahora Raval. Queda muy cerca de la nueva ubicación de la Filmoteca de Catalunya, que por fin vuelve al Sur. Regresa “al margen” después de haber durante años respirado los aires más puros de Barcelona. Allá por la zona alta. En aquellas calles donde al Inspector Méndez de Francisco González Ledesma, le costaba respirar por estar demasiado oxigenadas.
«(…) _ ¿ Le gusta la musclade?
_¿ Y eso qué es?
_ Mejillones a la crema…Un plato de aquí…
A su pesar, Maigret intentó identificar el sabor de…de…¿ De qué, vamos a ver? Un puntillo ligero, apenas una nubecilla…
_¡Curry!_exclamó triunfante_. Me apuesto lo que sea a que esto lleva curry.»
Maigret en casa del juez. Georges Simenon
Lo extraño es que encontrándose tan cerca de La Rochelle y Marennes, en la costa atlántica francesa, para resolver este caso no pidiera ostras, excelentes en aquella zona.
Los mejillones que les cuento no llevan ni una nube de curry. Me los enseñó a hacer una «ancienne dame» de Saint-Malo y yo los hago como ella.
Mejillones a la bretona
En la cocina de Negra y Criminal, los hice por primera vez con motivo de la presentación de Total Keops en el 2003. Presentaba el libro Joan de Sagarra. Fue un homenaje a Jean-Claude Izzo y su amor por Saint-Malo en la costa bretona. Compartimos este amor. Los dos por motivos muy personales.
Mientras los preparan, déjense acompañar de la música preferida de Izzo/Montale: Gerry Mulligan y su saxo, Brassens, Billie Holliday, Paolo Conte, Astor Piazzola, o las guitarras de Django Reindhard o de Sabicas.
2 k de mejillones
1 cebolla grande, picada
1 vaso de vino blanco seco
1 ramitas de perejil, picadas muy finas
1 rama de tomillo
1 hoja de laurel
1 cucharada de mantequilla
nata líquida
pimienta molida
Lavar bien los mejillones y reservarlos. En un cazo alto, con la mantequilla puesta a derretir, rehogar la cebolla lentamente, hasta que quede blanda pero que no llegue a dorar. Remover a menudo. Agregar el tomillo, el laurel y los mejillones. Mojar con el vino blanco y añadir una pizca de pimienta molida. Tapar, y poner a fuego fuerte. Con unos pocos hervores será suficiente. Unos 4 minutos aproximadamente. Comprobar que los mejillones estén abiertos, sacarlos escurridos y colocarlos en una cazuela de barro o similar, tapados, para que no se enfríen. Sacar del cazo las hierbas (tomillo, laurel) y dejar reducir un poco el líquido de cocción a fuego fuerte. Unos 3 minutos. Bajar el fuego al mínimo e incorporar el ½ vaso de nata liquida. Mezclar bien y calentar un poco sin dejar hervir. Verter inmediatamente sobre los mejillones. Espolvorear con perejil picado y servir al momento.
Mejillones a la Méndez
El sábado 27 de octubre de 2007 presentábamos en Negra y Criminal Una novela de barrio de Francisco González Ledesma, novela ganadora de la Primera convocatoria del Premio de Novela Negra RBA.
Francisco González Ledesma ha sido muy importante en la trayectoria de Negra y Criminal. Con él y con El pecado o algo parecido ( 2002), inauguramos las presentaciones en la librería. Desde entonces el autor nos ha acompañado muchas veces. Son pocos los lectores asiduos que no hayan compartido con él momentos, palabras y vinos en las mañanas de muchos sábados. Es un autor cómplice (con carnet) y amigo generoso que siempre ha estado cuando lo hemos necesitado. Lo añoramos.
Aquel sábado del 2007 quise rendir un homenaje a Méndez con los mejillones del día.
Son unos mejillones con colesterol y totalmente heterodoxos que seguro serían del gusto del inspector Méndez. En todo caso gustaron a todos los muchos que asistieron al acto. Al extremo que, al final, los que se permitieron más confianzas, me pidieron pan para mojar en la salsa.
No los he repetido. La mezcla de mejillones cogidos con los dedos, impregnados de salsa de chorizo y tomate, son un claro atentado a los libros. Y aunque a veces no lo parezca, Negra y Criminal es, sobre todas las cosas, una librería.
Mientras los preparan déjense acompañar por algunas canciones que sonaban en la primera juventud de Méndez: Ojos verdes, Romance de la otra, Soy minero, Camino verde que va a la ermita, Están clavadas dos cruces …
2 k de mejillones
1 cebolla mediana; picada
½ vaso de vino blanco seco ( Méndez lo preferiría de Valdepeñas)
½ vaso de jerez o manzanilla
1 vaso de salsa de tomate (preparada previamente)
1 rama de tomillo
1 hoja de laurel
50 g de chorizo de Salamanca (en taquitos pequeños)
50 g de jamón de Salamanca o de Teruel (en taquitos pequeños)
2 cucharadas de aceite de oliva ( no hace falta que sea Virgen Extra. Se trata de Méndez)
½ guindilla ( sin la semillas)
Lavar bien los mejillones. Ponerlos en una cazuela y seguidamente al fuego. Agregar el ½ vaso de vino blanco; taparlos y dejarlos hasta que abran. Reservarlos en la misma cazuela, tapados para que no se enfríen. En un cazo alto, poner a calentar el aceite. Rehogar la cebolla hasta que dore. Añadir el jamón y el chorizo. Dar unas vueltas y agregar la salsa de tomate, el jerez, el tomillo, la hoja de laurel y la guindilla. Dejar a fuego lento unos 10 minutos. Incorporar los mejillones, escurridos del caldo de cocción (reservar el caldo). Dar unas sacudidas para que se mezclen bien salsa y mejillones. Si queda muy espeso, agregar un poco del caldo de la cocción que hemos reservado. Servir.