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Las novelas blancocriminales de Maurizio de Giovanni…y una PARMIGIANA DI MELANZANE ALLA NAPOLETANA

Entre lectura y lectura de novela negra, de vez en cuando, ponga una novela blancocriminal.

Un protagonista, personajes secundarios bien dibujados, uno o dos muertos, poca sangre, agradable de leer, escritura inteligente y clara,  y sobre todo, una ciudad como personaje principal.

La última novela publicada de Maurizio de Giovanni, El verano del comisario Ricciardi, tiene todo lo anterior y es, bajo mi punto de vista,  de largo, la mejor de la serie.

El protagonista de estas novelas que transcurren en Nápoles es el comisario Ricciardi,  un hombre solitario que al parecer tiene intención de seguir siéndolo. No obstante, su corazón palpita en secreto por la vecina de enfrente, Erica, que como en el cuadro de Vermeer,  ve cada día por la ventana. Una parte más baja del cuerpo del comisario, también palpita  cuando se encuentra con la seductora Livia, amiga personal de la hija del Duce.

Ambas damas beben los vientos por el comisario napolitano. Un héroe romántico capaz de escribir cartas a su amada inspirándose en el Repertorio epistolar o ramillete de los amantes.

“Ahora se encontraba con él frente a frente: sin sombrero, un mechón de cabello negro cayéndole sobre la nariz afilada. Las manos en el bolsillo del sobretodo que, a pesar del calor, no se había quitado. Y los ojos: verdes, casi transparentes. Apenas pestañeaba, la frente ligeramente arrugada. Soledad y dolor, pero también ironía”.

Un héroe romántico, pálido, que renunció a vivir de la fortuna familiar y estudió derecho para posteriormente ingresar en la policía.

Ricciardi es un hombre torturado por un terrorífico don: oír las últimas palabras de las víctimas de asesinatos.

El comisario Ricciardi es más un Bernie Gunther  o un inspector Méndez que un Pepe Carvalho.  Es policía en la Italia fascista de Mussolini. En los años treinta. Lo que más le indigna del régimen es la burocracia y el enchufismo, o que la justicia no sea igual para todos.

Las calles de Nápoles, sus cafés (como el Gambrinus),

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…sus gentes, su cadencia del sur, son los verdaderos protagonistas de las novelas, donde los crímenes no son más que el hilo conductor de la trama. El autor pasea a sus protagonistas por los barrios bajos y altos de Nápoles.

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clikar sobre la imagen y os sumergireis en pleno Nápoles

Ricciardi subía en dirección a su casa; el sol se había puesto pero el calor seguía sin dar tregua. En verano, los domingos a última hora de la tarde la via Toledo adoptaba una apariencia distinta: las familias salían de los bajos, donde la temperatura era insoportable, y para no ahogarse se quedaban en la calle. Los más viejos se sentaban en las sillas que colocaban delante de sus puertas, los más jóvenes lo hacían en cajas de madera que usaban de bancos, y pasaban el tiempo charlando o jugando a las cortes hasta  bien entrada la noche. Por las ventanas abiertas de las plantas altas se oía música de las piezas bailables de las radios, risas de niños y gritos de alguna pelea.

En cuanto a la escritura Maurizio de Giovanni me parece que se muestra deudor de los grandes contadores de historias que le precedieron, ambos sicilianos: Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Leonardo Siascia. Su estilo es limpio y preciso, aunque para mi gusto la serie peca en exceso de costumbrismo.

Un buen contrapunto al personaje de Ricciardi son sus compañeros. El doctor Modo,  el médico forense, compañero y amigo,  que está a punto de jubilarse, y que al contrario que Ricciardi  tiene una clara actitud política. Ha sido marginado en el puesto que ocupa por haberse opuesto en algún momento al régimen fascista. Y  el sargento Maione. Absolutamente necesario para el comisario Ricciardi, pues mientras  el comisario de ojos verdes  anda  absorto y traspuesto escuchando las palabras de los muertos en la escena del crimen, Maione  patea la calle y reúne  la información de testigos, parientes, amigos y conocidos de la víctima.

Tata Rosa, es otro personaje importante. La mujer  que  cuidó desde niño al comisario, y todavía lo hace. Vive con él. O él vive con ella. Es como la señora Hudson de Sherlock Holmes pero a la napolitana: la comida lo cura todo.

Rosa Vaglio era una de esas mujeres de otros tiempos que daba rienda suelta a su afecto cocinando. Y como había nacido muy pobre, para ella, cuanto más se amaba, más había que nutrir, añadiendo condimentos. Y como ella amaba a Luigi Alfredo Ricciardi más que a nada en el mundo, le preparaba unos platos que habrían matado a un toro, si el toro se hubiese arriesgado a probar sus berenjenas a la parmesana.

PARMIGIANA DI MELANZANE ALLA NAPOLETANA

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Aproximadamente para 5 o 6  personas (o para menos. Está buenísima fría)

1 kg berenjenas

700 gr de mozzarella

1 kg de tomates (pelar, rallar)

150 gr de queso parmesano (rallar)

Hojas de albahaca

2 dientes de ajo

Aceite

Sal

Lavar y pelar las berenjenas, o no, al gusto. Yo no las pelo.  Cortarlas en rebanadas a lo largo, colocarlas en una bandeja, salar, y dejar que escurran el agua durante aproximadamente 1 hora. Mientras tanto preparar la salsa de tomate con aceite de oliva, ajo,  albahaca y un poco de sal. Poner al fuego una sartén alta con abundante aceite. Secar las rebanadas de berenjenas con un paño. Freírlas ligeramente y escurrirlas sobre papel absorbente. A parte, cortar en rodajas la mozzarella. En una fuente para el horno no muy grande (conviene que queden altas las capas) untada con un poco de aceite, poner una primera capa de berenjenas; encima una capa de mozzarella, un poco de salsa de tomate y queso parmesano; luego otra vez  las berenjenas, y así sucesivamente hasta que agotemos los ingredientes.  Debemos acabar  con berenjena, salsa de tomate y un montón de parmesano. Colocar la fuente en el horno (precalentado a 200º) aproximadamente unos  15/20 minutos. Decorar con albahaca y servir caliente o frío. Es un plato único. Máximo acompañar de una ensalada verde y pan.

CC

Ingrid Noll o el lado oscuro de lo cotidiano

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“(…) A fin de estirar al máximo el poco de dinero con que contaban, la anciana preparaba cada tres noches tortitas de requesón, una dulce especialidad sajona que en otro tiempo solía volver locos a los niños. Entretanto, se había convertido con demasiada asiduidad en sustituto de la carne, un recurso pensado exclusivamente para saciar, que Amalia miraba con desprecio. La receta era sencilla: patatas cocidas con piel, peladas y ralladas, bien mezcladas con requesón, un huevo y harina, sazonadas con azúcar y canela, uvas pasas y raspadura de piel de limón, y bien doradas en la sartén con mantequilla fundida. Se servían acompañadas de compota de manzana: en definitiva, un plato económico y sabroso que Ellen, Amalia y tal vez incluso Hildergard empezaban a odiar. Ahorrar iba ligado a renuncias, era raro que se sirviera algún bistec en aquella mesa.”

Este fragmento gastronómico es de la última novela publicada de Ingrid Noll, Por la borda.

Ingrid Noll (Shanghai, 1935) es una de las grandes damas de la novela negra europea.

Ingrid Noll es una gamberra.

Es una de las autoras más personales, raras (por poco habituales) e irreverentes que quedan en el panorama literario. Puede gustar o no gustar pero sus novelas nunca dejan indiferente. Ingrid Noll es una escritora de las que crean adicción.  Yo la tengo. La llegada a la librería de una nueva novela suya es una buena noticia.

Ingrid Noll es de las pocas autoras (ya no digamos autores) que da visibilidad a las mujeres mayores. Muy mayores. A las “viejas damas indignas”. Les da protagonismo, las hace ser malas sin sentir culpabilidad ni recibir castigo alguno. Además las hace divertirse (leer Benditas viudas).

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Ingrid Noll construye unos personajes, aparentemente anodinos y cotidianos, que destacan por  su total amoralidad. Personajes que cometen o se topan con actos terribles sin tener el más mínimo sentimiento de culpa. Ninguno se escapa. Ni el que aparentemente parece más inocente.

La trama de Por la borda es la siguiente:

Ellen, una oficinista de mediana edad, divorciada y con problemas para llegar a fin de mes, vive con su madre, Hildegard Tunkel, y su hija Amalia en la vieja casa familiar. Es la menor de cinco hermanos. Un día llega a su puerta un apuesto desconocido, Gerd Dornfeld, quien afirma ser hermanastro suyo, nacido de una relación extramatrimonial de su difunto padre. Se organiza una reunión familiar para conocer al recién llegado y a su esposa, Ortrud, y una prueba de ADN confirma la paternidad del extinto señor Tunkel… pero desvela otro secreto que afecta directamente a Ellen. Más tarde, y para compensar el trastorno ocasionado, Gerd invita a Ellen y a Amalia a acompañarlos a él y a su mujer a un crucero de lujo por el Mediterráneo. Dos semanas de visitas turísticas, baños en la piscina y cenas de gala en alta mar, aunque también habrá mucho más… A veces los sueños adquieren un extraño color cuando casi se hacen realidad,… a pesar de que pueda existir el crimen perfecto.

Otros libros de Ingrid Noll

CC

Un sábado negrogastronómico con Pepe Carvalho

Ayer en Negra y Criminal presentábamos la re-edición de Las recetas de Carvalho.

Los mejillones, que luego les contaré, fueron condimentados a la “ mediterránea”, y muy elogiados por los asistentes al acto.

Daniel Vázquez Sallés, hijo del autor, nos regaló algunas anécdotas sobre su padre y la relación de este con la cocina. Su padre utilizaba el sofrito para relajarse entre escritura y escritura. Su madre no sabía cocinar ni tenía el mínimo interés en ello, la cocina desde siempre fue territorio de Manolo, que no sabía cocinar para dos o tres sino para un regimiento; llenaba la nevera de tapers con platos que le apetecían. Nos contó Daniel , que las cenizas de su padre es lógico que reposen en el Mediterráneo, en la cala Montjoi,  delante de El Bulli donde, desde los primeros escarceos culinarios de Ferrán Adriá, Manolo fue siempre muy feliz.

Creo que mucho mejor que escribir sobre lo que Pau Arenós, prologista y gurú gastronómico, dijo el sábado sobre el libro, les dejo las palabras que el mismo Manuel Vázquez Montalbán, escribió para el prólogo a la primera edición, en 1989.

Ningún escritor se responsabiliza del todo de la conducta de sus personajes, y mucho menos de la de su personaje central. Carvalho, por ejemplo, es muy suyo y sus gustos son personales y sólo transferibles mediante la benevolencia de mi escritura. Frecuentemente los lectores de las novelas de la serie Carvalho me interrogan sobre el porqué de la a veces desmedida afición a la cocina del señor Carvalho. Yo suelo dar una respuesta inteligente, de la que me responsabilizo, pero Carvalho jamás ha dicho nada relevante al respecto. Yo suelo plantear la cocina como una metáfora de la cultura. Comer significa matar y engullir a un ser que ha estado vivo, sea animal o planta. Si devoramos directamente al animal muerto o a la lechuga arrancada, se diría que somos unos salvajes. Ahora bien, si marinamos a la bestia para cocinarla posteriormente con la ayuda de hierbas aromáticas de Provenza y un vaso de vino rancio, entonces hemos realizado una exquisita operación cultural, igualmente fundamentada en la brutalidad y la muerte. Cocinar es una metáfora de la cultura y su contenido hipócrita, y en la serie Carvalho forma parte del tríptico de reflexiones sobre el papel de la cultura. Las otras dos serían esa quema de libros a la que Carvalho es tan aficionado y la misma concepción de la novela como vehículo de conocimiento de la realidad, desde el mestizaje de cultura y subcultura que encarna la serie Carvalho.

Incluso Pepe Carvalho, tan parco en las reflexiones teóricas, ha dicho a veces que quema libros para vengarse de lo poco que le han enseñado a vivir y de lo mucho que le han alejado de una relación espontánea y entusiasmada con la realidad. En cambio, Carvalho carece de una teoría de la cocina que no sea la mía y le importa un bledo el sistema literario en el que se haya inmerso. Le da lo mismo pasar a la Historia de la Literatura que a la Historia de la Subliteratura. En ocasiones, incluso he tratado de llevarle por el buen camino, le he propuesto mayores dosis de ambigüedad sicológica e ideológica para congraciarle con la crítica partidaria de la opacidad esencial de la novela como conocimiento ensimismado. Pero no ha habido manera. Lo peor es que yo pago las consecuencias. Soy yo el que de vez en cuando me tropiezo con críticos del formalismo ruso madrileño y sabios literarios en general que me miran por encima del hombro, sin duda recordando esas situaciones tan ordinariamente carvalhianas en las que se pone a guisar, a masturbarse o a filosofar sin que lo exija estrictamente la armonía interna de la novela. Se lo tengo advertido, pero ni caso.

Hora es ya de hacer un balance de las recetas de Carvalho, que son suyas y de otros, aunque cuando se apropia de las recetas ajenas suele siempre introducir alguna modificación. Carvalho es gastronómicamente ecléctico. He aquí su única connotación posmoderna. La base de sus gustos la forma una materia esencial: el paladar de la memoria, la patria sensorial de la infancia. Por eso sus gustos fundamentales proceden de la cocina popular, pobre e imaginativa de España, la cocina de su abuela, doña Francisca Pérez Larios, a la que dedica el nombre de un bocadillo notable, recogido en este recetario. Nuestro hombre integra cocina catalana, cocina de autor de distintos restauradores de España y de diferentes extranjerías gastronómicas. Pero una cosa es lo que Carvalho come y otra lo que guisa. Por ejemplo, jamás se le ha visto cocinar un oreiller a la Belle Aurore, como sí lo hace Sánchez Bolín en Asesinato en Prado del Rey, aunque de vez en cuando se sumerja en la elaboración de algún plato complicado como el salmis de pato.

Carvalho cocina por un impulso neurótico, cuando está deprimido o crispado, y casi siempre busca compañía cómplice para comer lo que ha guisado, para evitar el onanismo de la simple alimentación y conseguir el ejercicio de la comunicación. Y en esas ocasiones encuentra a comensales propicios, mayéuticos, se llamen Fuster, Charo o Biscuter. Observe el astuto seguidor de la serie cómo su relación con Bromuro (q.e.p.d.) era exclusivamente alcohólica y pocas veces nutritiva, como si Carvalho quisiera ayudarle a suicidarse lentamente. Pero sobre Bromuro corramos un tupido velo porque aún hoy es material de discusión entre Carvalho y yo. Me reprocha el que lo haya matado y en vano le respondo que en literatura siempre se mata a causa de las circunstancias literarias y que jamás se derrama ni una gota de sangre real, ni se emplea otra mortaja que la del silencio de las páginas: los espacios en blanco.

Otra cuestión generadora de discusión, esta vez ajena a la que repetidamente nos enfrenta a Carvalho y a mí, es el juicio sobre el real saber gastronómico y culinario de Carvalho. Yo le he pillado en varios fallos provocados por la plebeyez de su paladar original y por una progresiva asimilación de conocimientos que no siempre llegaron a tiempo. Por ejemplo, en las primeras ediciones de Tatuaje, recomienda un Sauternes cuando debería recomendar cualquier blanco no moellé, y en cambio en Los mares del Sur pone en labios del marqués de Munt una pedante glosa del morteruelo, regado con Chablis. Craso error. Al morteruelo, como a cualquier paté o mousse o engrudo de estas características, le va bien el Sauternes o el Montbrazillac, nunca el Chablis. Igualmente merece reprobación la fideuá que realiza en Los pájaros de Bangkok, verdadero atentado contra este exquisito plato, que él convierte en un extraño hormigón compuesto de masas de harina de arroz y toda clase de bestias, cuando la fideuá fideuá se hace con pasta de harina de trigo, a ser posible con fideos del tipo «cabello de ángel», y los tropezones han de ser escasos, según la receta que aporto, la única de mi cosecha, profundamente correctora de la que describe Carvalho en la citada novela.

Sobre el discutible gusto de Carvalho -que sea discutible no quiere decir que carezca de él- dan idea las escasas referencias a postres que hay en sus abundantes digresiones gastronómicas. Pocos y simples, para desesperación de los amateurs de esta cocina rigurosamente inocente. Este bárbaro vicio carvalhiano procede de su filosofía compulsiva y devoradora. Platos hondos. A él le van los platos hondos, y si bien entre lo crudo y lo cocido elige lo cocido, entre lo dulce y lo salado se decanta por lo salado, prueba evidente de primitivismo, que impide homologar el paladar de Carvalho según los cánones del refinamiento. No interprete el lector mi reflexión crítica como una muestra de hostilidad hacia mi personaje, aunque es cierto que nuestras relaciones no han sido siempre buenas. Simplemente, mi responsabilidad y mi credibilidad se manifiestan en relación con el lector, mi señor, siempre por encima de mi personaje, que sólo tiene un valor instrumental, aunque él no lo crea y haya cometido conmigo actos de desacato que algún día le pueden costar muy caros. Por ejemplo, Carvalho jamás me ha invitado a cenar en su casa alguno de sus guisos. Tal vez espera a que yo se lo insinúe, pero esperará en vano porque no es trajín de un escritor el ir tras los pasos de sus personajes. Es más, cuantas veces hemos coincidido en algún bar para discutir un desarrollo narrativo o algún desajuste entre mi escritura y su conducta, mi imaginación y sus deseos, jamás ha hecho el gesto de invitarme. Ni a un miserable café. Gesto en sí mismo de hostilidad, de mala educación, y que ha provocado que yo haga lo imposible para que tenga dificultades económicas progresivas en las novelas que restan a la serie. Si espera jubilarse con el riñón bien cubierto, está apañado. Voy a hacer lo imposible para que termine sus días sin otra alimentación que arroz con bacalao y algún que otro bocadillo señora Paca. No es crueldad. Es instinto de autodefensa. Sólo el que haya concebido un personaje literario habitual y seriado podrá comprender el calvario que representa soportar sus impertinencias.

Pido perdón por este rapto de confesionalismo crítico e insisto en que el recetario que sigue es revelador de la mejor alma gastronómica del personaje y de un estado de la cultura en el que se confunden las fronteras de lo ecléctico y lo sincrético. Podríamos llegar a la conclusión de que los gustos gastronómicos de Carvalho son eclécticos en la selección y sincréticos en la tecnología, aunque lo más cercano a la realidad sería aceptar estas sabrosas propuestas como un patrimonio humano, mucho más que como un patrimonio del señor José Carvalho Tourón.

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Mejillones a la Pepe Carvalho

1 cucharada de aceite

1 cebolla picada

½ pimiento rojo, picado

2 tomates picados ( sin piel ni semillas)

1 diente de ajo, picado

1 rama de apio, picado

1 k. de mejillones

4 cucharada de vino blanco

1 cucharadita de tomillo

1 cucharadita de orégano

1 cucharadita de pimienta

1 cucharada de perejil

Lavar bien los mejillones. Dejarlos libres de “barbas” .

En una cazuela alta, poner el aceite y a continuación el ajo y la cebolla.  Dejar pochar a fuego bajo hasta que quede blanda pero sin que llegue a dorar. Agregar el pimiento, el apio y los tomates . Dejar unos minutos y agregar los mejillones.

Tapar la cazuela. Dejar que den unos hervores y, posteriormente,  eliminar la mayor parte del “ líquido” que hayan soltado. Incorpora el vino blanco, el tomillo, pimienta y orégano. Dejarlos hasta que se abran. En el momento antes de servir, espolvorear el perejil picado por encima.

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En la cocina de Negra y Criminal

Mientras Daniel Vázquez Sallés escribe, Pau Arenós y yo hablamos de restaurantes y restauradores. Intercambiamos direcciones, sabores y puntos de cocción. Un gustazo.

Mientras Daniel Vázquez Sallés escribe, Pau Arenós y yo hablamos de restaurantes y restauradores. Intercambiamos direcciones, sabores y puntos de cocción. Un gustazo.

Seguid los gustos de Pau Arenos en sus blogs

http://rdp.elperiodico.com/

http://lacocinadelosvalientes.blogspot.com.es/

CC

Carvalho, Marx, La filosofía del gusto y Montse Clavé

 

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 CARVALHO, DETECTIVE «GOURMET»

 SERGI DORIA

publicado en ABC, 9-XI-2012,BARCELONA

 

“Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino”. Toda una declaración de principios. Pepe Carvalho rumia casos detectivescos en los fogones, ante una parada del mercado de la Boquería, o sobre los manteles de Casa Leopoldo, Can Lluís o Casa Isidro, restaurantes del Raval donde festeja con Charo la madurez de su amor. En “El delantero centro fue asesinado al atardecer”, la carta de Casa Isidro ofrece foie gras de oca a la crema de limón verde, bacalao gratinado al perfume de ajo, “farcellets” de col rellenos de langosta al perfume de azafrán, lubina a la ciboulette, lenguado con moras, “riz de veau” a la crema de limón verde y una carta de vinos con un Cigales hegemónico. Carvalho responde irónicamente: “De todo un poco”. Cerca de la calle Botella, donde nació su creador, Can Lluís sigue ofreciendo un menú Vázquez Montalbán con “olleta d’Alcoi” y espaldita de cabrito asada. En Casa Leopoldo, rodeado de carteles taurinos y azulejos relucientes, Carvalho saborea una dorada o un turbot a la plancha que se ha horneado suavemente… Y cuando toma el avión para Madrid, se da un homenaje en el Jockey con un menú canónico: extracto de pescados ahumados con ostras a la hierbabuena, pichones de Talavera rellenos y milhojas de mango con helado de jengibre.

A los cuarenta años del nacimiento de Carvalho en “Yo maté a Kennedy”, Planeta reúne sus novelas en ocho volúmenes. Después de “El círculo virtuoso” y “Puente aéreo” recupera “Las recetas de Carvalho”, editadas por primera vez en 1989, cuando el centro del mundo, como señala en el prólogo Pau Arenós “está en el estómago” para constatar como el poema de Guillén, que “el mundo está bien hecho”.

“Carvalho gourmet” abre el ágape con pan con tomate. Ese prodigio alimentario que “se les ocurrió a los catalanes hace poco más de dos siglos” combina muy bien con una tortilla en escabeche; las berenjenas, siempre buenas, y todavía mejores al estragón, rellenas de atún o crema de gambas. De entre los platos de fondo, para los cuarteles de invierno, potaje, cocido madrileño, “olleta” alcoyana y “escudella i carn d’olla”; arroces (con alcachofas, bacalao y sobrasada, kokotxas, almejas, mar y montaña, conejo, sardinas o al libre albedrío); pescados como el rape al ajo quemado, la cazuela de sepias, la caldeirada y el gran bacalao que traza el eje Barcelona-Bilbao-Oporto: “a la llauna”, al pil-pil, o al roquefort. La gula cárnica se nutre de filetes de buey al foie, fricandó, ossobuco, gigot braseado, callos a la madrileña…

En la librería Negra y Criminal, del barrio marinero de la Barceloneta, conocen bien al detective gourmet. Carvalho compensó los desencantos de las utopías del siglo XX con la gastronomía. Después de proclamar que “hay que beber para recordar y comer para olvidar” cambió “El capital” de Marx por la “Fisiología del gusto” de Brillat-Savarin. Si somos lo que comemos, la biografía del alter ego de Vázquez Montalbán no se entiende sin el recetario. En los años setenta, explica Montse Clavé, autora de un manual de cocina negra y criminal, “coexistían en armónica hermandad los riñones al jerez y los pies de cordero con el “salmis de pato”; en los ochenta, “su vena popular le lleva por los mostradores de los bares de mercado que exhiben sardinas en escabeche, pies de cerdo, o tripa…” En los primeros noventa, Carvalho ya husmea en los afanes deconstructivos de Ferran Adrià. De entre todas las recetas, Clavé se decanta por la más identificada con las raíces del detective gourmet: la “caldeirada Carvalho”, descrita en la novela “Tatuaje”. Como casi siempre, lo más original es volver al origen.

Olleta d’Alcoi

Para cuatro personas

Preparación: 15 minutos; cocción. 1 hora y media

½ kg de cabeza de cerdo; 1 pata de cerdo; 1 rabo de cerdo; 3 morcillas de cebolla; 2 blancos (embutido); 3 nabos limpios y cortados; 1 manojo de carditos limpios y cortados; 300 g de patatas cortadas; 200 g de garbanzos remojados; 300 g de arroz; sal y azafrán.

 

Ponerlo todo a cocer en una cacerola con agua (salvo las patatas, el arroz y los embutidos). Dejar cocer hasta que todo esté tierno.

Añadir entonces las patatas. Dejar cocer, y veinte minutos antes de servir añadir el azafrán, rectificar de sal y echar el arroz, que ha de quedar entero. Remover bien y añadir caldo si faltara. Añadir los embutidos cinco minutos antes de sacar la olla del fuego. El guiso debe quedar caldoso. Servir bien caliente.

Los restaurantes de Carvalho

-Can Lluís. c/ de la Cera, 49. Tel. 93 441 11 87

-Casa Leopoldo. c/ San Rafael, 24. Tel. 93 441 30 14

-Casa Isidro. c/ de les Flors, 12. Tel. 93 441 11 39

Si me pierdo que no me busquen en Suiza

 

fragmento de un cuadro de Josep Renau

Pocas veces me dejo tentar, literariamente hablando, por un autor superventas, ya que en las mesas y en las estanterías de Negra y Criminal hay mucho y bueno para elegir. Pero hay días para todo.

El libro que he leído este pasado fin de semana es El índice del miedo de Robert Harris. Saber que este era el autor y coguionista junto a Roman Polanski, de la película El escritor (Ghostwriter), me animó a intentarlo.

“La novela especula con un curioso programa de inteligencia artificial cuyo éxito se basa en el manejo de las emociones, algo que parece ser pieza clave en los movimientos de los mercados financieros. Estamos pues ante una trama que encajaría dentro del género de la ciencia ficción si no fuera por su inquietante parecido con la realidad…”

La novela está llena de guiños a la actualidad económica, a Wall Street y los odiados “mercados”. Harris nos cuenta los entresijos de los fondos de inversión de alto riesgo. Es decir nos habla de algo que desconocemos los lectores habituales. Harris nos cuenta  como hacen más dinero los que tienen mucho dinero. Las crisis hacen a los ricos más ricos, esto ya lo sabíamos, pero Harris lo cuenta muy bien y en clave de un entretenido suspense que atrapa al lector.

El protagonista, es un genio de la física despechado y convertido en una especie de profeta del dinero fácil. Alex Hoffmann, se ha pasado al mercado financiero y, como Frankenstein, ha creado una nueva criatura, un “organismo digital”: Vixal-4. Su creación ( en algún momento ixal-4 nos recuerda a HAL 9000, el malvado  artificial de 2001 una odisea del espacio). Un programa que produce astronómicas ganancias utilizando el miedo de los mercados hasta que parece enloquecer y cobrar voluntad propia.

El índice del miedo se puede definir como un thriller cybernegro financiero. Una novela  entretenida, donde no ganan los buenos. Es imposible: no hay buenos. Real como la vida misma.

Suiza, según Alex Hoffmann, protagonista del libro es “un país de gente a la que solo interesa el dinero y cuyos habitantes hacen el amor con la ropa puesta y las luces apagadas. Y » donde no ha pasado nada emocionante desde 1898, cuando la emperatriz de Austria, la famosa Sissi, murió apuñalada por un anarquista italiano al salir del Hotel Beau-Rivage después de comer.”

Una de  las pocas escenas gastronómicas del libro transcurre en el restaurante de este famoso hotel de Ginebra.  Los grandes inversores se reúnen para sellar su acuerdo financiero. Comen mientras se quejan de Hacienda y se compadecen de si mismos. Pobres ricos. Cada uno de ellos esta dispuesto a invertir en la sociedad de Alex y Quarry, su amigo y socio, mil millones de dólares.

(…) En este momento las puertas se abrieron de par en par y por ellas pasó una fila de ocho camareros con frac, cada uno con dos platos tapados con cubre platos de plata. Se colocaron entre la pareja de comensales que les correspondía, les pusieron los platos delante, asieron los cubre platos con sus manos enfundadas en guantes blancos y, a una señal de maître, los levantaron. El plato principal era ternera con colmenillas y espárragos, y se lo sirvieron a todos excepto a Elmira Gulzhan, que tomó pescado a la plancha, y a Étienne Mussard, que comió una hamburguesa con patatas fritas.

_No puedo con la ternera _dijo Elmira inclinándose confiadamente hacia Hoffmann y dejándole entrever brevemente sus pechos de piel dorada_. Esos pobres animales sufren mucho.

_Ah, pues yo prefiero comer animales que hayan sufrido_ dijo Quarry alegremente blandiendo el cuchillo y el tenedor; había vuelto a colgarse la servilleta del cuello de la camisa_.Creo que el miedo libera una sustancia de sabor intenso que va del sistema nervoso a los músculos. Chuletas de ternera joven, langosta termidor, foie…Cuanto más desagradable sea la muerte, mejor, esa es mi filosofía: sin dolor no hay recompensa.

 El vino que acompaña la comida de tales individuos no es, para nada, despreciable. Solo beberlo en su compañía, lo sería.

El tinto es un Burdeos, un Château Latour 1995, que tiene un precio aproximado de 785 euros

el blanco, un Louis Jadot Montranchet Grand Cru 2006, mucho más asequible que el anterior, solo unos 300 euros la botella. Pecata minuta para los inversores financieros.

Ambos vinos son altamente considerados por el “gurú” de los vinos Robert Parker.

Creo que me moriré sin probarlos. Hélas!

Más Bevilacquas que Chamorros

Encantada por este nuevo premio gordo a una novela negrocriminal (el tercer Planeta después de los de Manuel Vázquez Montalbán por Los Mares de Sur, y de Francisco González Ledesma por Crónica sentimental en rojo) y estimulada por que Lorenzo Silva vendrá  mañana a la librería a firmar ejemplares, me pongo a leer La marca del meridiano que llega todavía con la tinta fresca (dentro de un tiempo quizás los iBooks desprendan perfume a papel y tinta).

Los guardia civiles no son mis personajes reales preferidos, pero Bevilacqua es un guardia civil que desarma. No a los malos sino a mí como lectora.

Un guardia civil tierno. Un hombre tierno.

Un guardia civil que llora frente al mar en presencia de su compañera de armas, la sargento Chamorro.

 “Llegados ahí, ya no me esforcé en aguantar más. Dejé que las lágrimas resbalaran por mi rostro mientras apuraba, también sin resistirme, el reflejo del sol en el mar. No me avergonzaba que ella lo viera. Ningún hombre que se muera sin haber llorado alguna vez frente al mar puede decir que ha vivido.”

Leer las novelas de la serie Bevilacqua – Chamorro me ponen frente al  “otro”. Al que no  piensa como yo. A hombres a los que no acostumbro a conocer. Exóticos diría. Guardia civiles de “perfil aguileño, mejillas prietas, con la rabia de benemérito en el semblante”. De espíritu marcial.

“Mal que le pese a los antimilitaristas de toda laya, el espíritu marcial es una de las programaciones más efectivas e interiorizadas que  ha alumbrado el genio humano”.

Me parece bien conocer al “otro” siempre que se trate de alguien tan civilizado como el binomio Silva-Bevilacqua.

Bebilacqua vive en Madrid, pero en la novela tendrá que investigar un crimen en Barcelona. “Vila”, vivió en la ciudad en otra época, y el caso le llevará nuevamente al Mediterráneo. Será un viaje también a su propio pasado.

Lorenzo Silva quiere a mi ciudad; lo dijo el día del Premio: “Barcelona es un personaje más de esta novela y que se ha mostrado muy generosa conmigo, pues aquí recibí mi primer gran premio (el Nadal) y también me dio la mujer que quiero y una casa para vivir».  Su novela tiene una dedicatoria hermosa y enamorada:

“Para Noemí, mi mar de Barcelona.

El meridiano de Lorenzo Silva puedo asegurar que ha sido cruzado por amor:

Y desde luego, y ahora más que nunca, queremos y necesitamos,  muchos más Bevilacquas que Chamorros.

“Confieso que pocas cosas en la vida me han causado tanto regocijo como el que experimenté viendo a Chamorro, gaditana de San Fernando, y más allá de su lugar de nacimiento marcada por la austeridad de su ascendencia burgalesa, alzar con el tenedor su primer calçot untando en salsa romesco. Educada en la tirria hacia lo catalán que de un modo u otro se les inculca a todos los criados en los dominios de la vieja corona de Castilla, el acto resultaba per se lo bastante incómodo como para pensárselo dos veces, pero además el aspecto de aquella planta comestible parecía suscitarle alguna desconfianza:

_¿ De veras esto está bueno?

_ No voy a ponderártelo con palabras –dije- Yo ya llevo cuatro.”

 

El gato de Georges Simenon: una fotografía del infierno

No se por que razón los escritores con personaje negrocriminal acaban hartándose de ellos. Al parecer, sienten un  amor-odio por esa criatura que les ha proporcionado lectores fieles, fama y dinero, pero que según dicen les encorseta. Véase el caso de Henning Mankell, o de nuestros Lorenzo Silva o Alicia Giménez Bartlett, que, entre libro y libro de sus Bevilacqua y Chamorro o su Petra Delicado, necesitan hacer una novela sin personaje; una novela más personal.

Un autor de esta clase, con cientos de libros en su haber, fue Georges Simenon. También él, necesitaba librarse de vez en cuando de su personaje más conocido: el comisario Jules Maigret

Muchas de las novelas de Georges Simenon, las mejores a mi modo de ver, son aquellas en que sus protagonistas se escapan de la rigidez de un escenario negrocriminal convencional. Son las novelas que el autor definía como « romans durs », novelas duras. Novelas grises diría yo. En ellas Simenon se encarga de presentarnos a su protagonista totalmente desnudo, tal como es, sin disfraces ni maquillaje. Capaz de ser un cobarde, un mezquino. Un hombre cualquiera. Uno de tantos. Uno como nosotros.

Estos personajes de Simenon son de carne y hueso, con todas sus debilidades pero también con sus sueños.

En estas novelas grises de Simenon, el crimen puede estar o no presente. En todo caso, lo que le interesa contarnos el escritor no es “el crimen” en si, sino las consecuencias de este crimen sobre el destino de quien lo ha ejecutado. El crimen solo es la piedra en el estanque pero lo importante son los círculos que esta crea en la superficie.

El gato ( Le chat)  es una novela sin crimen pera con una  atmósfera tan densa que se puede cortar con un cuchillo.

En la casa del matrimonio Bouin ( casados ya viejos, en segundas nupcias)  la vida cotidiana les ahoga. El odio del uno hacia el otro es su única ocupación. El odio les une. El odio es su razón de ser.

A través de esta pareja veremos toda la mezquindad a la que puede llegar el ser humano.

Es una novela con la que el malvado Simenon  quiso resarcir a todos los hombres y mujeres que viven solos. El gato (Le chat) es una radiografía de la vida en parejas de larga duración. Parejas Long Play. Una fotografía del infierno.

“(…) En cuanto la chuleta estuvo hecha y las endibias recalentadas, Bouin lo colocó todo en un plato y se instaló a un extremo de la mesa, delante de su botella, su pan, su ensalada, su queso y su mantequilla.

Con una aparente indiferencia hacia lo que él comía, ella dispuso su cena al otro extremo de la mesa: una loncha de jamón, dos patatas frías que había envuelto en papel de estaño antes de meterlas en la nevera y dos finas rebanadas de pan.

Llevaba cierto retraso con respecto a su marido. En ocasiones uno de ellos se sentaba a la mesa cuando el otro ya había terminado: Pero eso carecía de importancia, pues de todas formas se menospreciaban.

Igual que hacían en silencio todo lo demás, también comían sin dirigirse la palabra.”

Simenon habla de su novela Le Chat

Javier Cercas y un bocata de mortadela

En el año 2009 el CCCB nos obsequió con una rareza.

http://www.youtube.com/watch?v=tbjFrO6bVF0

Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle,  fue una exposición excepcional.

Ofrecía una mirada sobre el cine quinqui, que vivió su apogeo entre 1978 y 1985.

El llamado cine quinqui acarreó consigo una particular e intrincada relación de retroalimentación con la prensa sensacionalista de la época, pero, además, actuó como reflejo fiel de las transformaciones urbanísticas, sociales, políticas y económicas que azotaron el país durante aquel periodo.

Fue una exposición rigurosa, llena de imágenes de aquellas que arañan y palabras que ponen la piel de gallina. Todo un mundo desaparecido del mapa.

No salí  indiferente de aquella exposición,  Javier Cercas tampoco.

 (…)“Por primera vez en mi vida encontré en un museo una exposición que hablaba de mí mismo, de mi propia experiencia. Allí vi maquinas del millón, carteles de películas, carátulas de discos de Los Chichos o Los Chunguitos que formaban parte de mi adolescencia. Al final había una sala con grandes retratos en blanco y negro de muchachos de aquella época. Todos estaban muertos. Y me pregunté: ‘¿Cómo es que yo no soy uno de ellos?’. Esta es la verdadera pregunta que está en el origen de mi novela”.

El libro Las leyes de la frontera de Javier Cercas ha sido devorado en este fin de semana por la librera.

(El termino devorar no es un termino elegante para hablar de lectura. Lo sé, pero reconocerán que es muy gráfico y espero que el autor sepa perdonar. Algunos críticos literarios y algunos lectores también exquisitos seguro que preferirán leer libros de los que se paladean o se degustan. Lo siento por ellos. A mi suelen gustarme los libros que leo de un trago)

Cuando llegó a NyC el libro Las leyes de la frontera me acerqué a él con la distancia prudente y necesaria que guardo con todos los autores y sus criaturas. Han sido demasiadas veces las que me he lanzado con pasión hacia la lectura de alguno en particular y luego la decepción ha llegado a convertirse en desamor. Más que precavida andaba con un autor tan vitoreado y seguido como Javier Cercas pero no me gusta hacer juicios a priori. A todos los libros que entran en Negra y Criminal, les doy su oportunidad.

En su exterior (portada y contraportada) aparecían palabras que me incitaron a su lectura. La palabra frontera, las fronteras me gustan cuando son porosas y permeables; quinquis de los años 70 y primeros 80; la trama que transcurre en una Girona que todavía se escribía con E, una ciudad de provincias húmeda y gris que todavía no tenia la cara restaurada por los arquitectos plásticos; los barrios y bares de charnegos y de putas;  El Zarco, un quinqui atracador de bancos…

Bien.

Para mi el libro merecía probar suerte.

El hilo conductor de Las leyes de la frontera es un interrogador sin nombre que provoca  las confesiones de un abogado penalista de éxito, un director de prisión y un policía. El motivo: saber de la vida y la leyenda de Antonio Gamallo, alias El Zarco, al que todos ellos conocieron.

No les cuento nada más de la trama. Si son lectores de periódicos, blogs, revistas especializadas, programas televisivos de libros etc. sabrán hasta la saciedad de esta apuesta literaria para el otoño.

No obstante, sepan que esta repleta de personajes de carne y hueso que merecen ser leídos: el Gafitas del 78 convertido en Ignacio Cañas, el abogado penalista de éxito en la segunda parte del libro; el director de la cárcel; el inspector Cuenca, y sobre todo la Tere de ojos verdes, el personaje más contundente de la novela, un personaje con ribetes de heroína clásica que se come  incluso al aparente protagonista, Antonio Gamallo, alias El Zarco. Personaje inspirado en Juan José Moreno Cuenca, ‘El Vaquilla’ y otros quinquis de la época.

En la novela hay muchas fronteras, no solo la geográfica que el río Ter y la Devesa establecían para separar a los barrios de charnegos de los de también charnegos pero con categoría de funcionarios de medio pelo como la familia del Gafitas. También la frontera entre el pasado y el presente con todas sus consecuencias, y la que debería separar el bien y el mal, pero como dice el padre de Ignacio Cañas en un momento del libro “¿Está usted seguro de que el bien y el mal es lo mismo para todo el mundo?”.

Yo les aconsejo que lean este libro. Fácil de leer difícil de escribir. Creo que disfrutarán como yo lo he hecho de esta inteligente y contundente mezcla de géneros; de la nostalgia contenida que impregna sus páginas. Para amortiguarla nada más setentero que un bocata de mortadela o de chorizo ( sin señalar a nadie).

P.D.

Por cierto,  esta novela estará en todas partes, no solo en las librerías con libreros y libreras.  Recuerden no obstante que si nos la compran a nosotros les estaremos eternamente agradecidos.

 

Bares de novela negra: el Magnolia Bar de Sjöwall y Wahlöö

El Magnolia Bar era pequeño y oscuro, y estaba situado en el centro de la ciudad. La luz, de tonalidad naranja, brotaba de ocultas fuentes de luz, las paredes eran violetas, como la moqueta que cubría todo el suelo; las butacas bajas, agrupadas alrededor de las mesitas redondas de plexiglás, eran de color de rosa. El mostrador de latón pulido formaba un semicírculo; la música era suave, las chicas de la barra, rubias, de busto alto y escotado; y las bebidas caras.

Malmström y Mohrén se sentaron cada uno en una butaca rosa alrededor de la única mesa libre que había en el local, el cual estaba tan abarrotado que daba la sensación de estar a punto de estallar, aunque el número de parroquianos apenas superaba los veinte.

El elemento femenino consistía en las dos rubias del mostrador: todos los clientes eran hombres.

La camarera se acercó y se inclinó sobre la mesa hacia ellos, permitiéndoles vislumbrar sus pezones grandes y rosados, así como percibir los no muy grandes efluvios de su sudor axilar y su perfume. Cuando le trajeron su gimlet a Malmström y un Chivas a sin hielo a Mohrén, se pusieron a mirar en derredor buscando a Hauser. No tenían ni idea de qué aspecto podía tener, pero sabían que era un tipo duro.

Malmström fue el primero en avistarle.

Estaba al final de la barra, con un cigarrillo largo y estrecho en la boca y un vaso de whisky en la mano. Era alto, delgado, de hombros anchos, e iba vestido con un traje de ante beige. Llevaba unas gruesas patillas, y el oscuro cabello, que le clareaba un poco en la coronilla, se le rizaba en la nuca. Inclinado con despreocupación ante la barra, le dijo algo a la camarera, quien, tras una pausa, e acercó a hablar con él. Guardaba un asombroso parecido con Sean Connery. La rubia lo miró con admiración y soltó una risita afectada. Ella le puso la mano ahuecada bajo el cigarrillo que llevaba pegado a los labios, y le dio unos ligeros toques con el dedo, de modo que la larga columna de ceniza le cayó en la mano. Él fingió no darse cuenta del gesto. Al cabo de un rato, apuró su whisky y, de inmediato, le sirvieron otro. Tenía el rostro inmóvil, y dirigía los ojos color azul acero hacia algún punto situado arriba, más allá de los rizos decolorados de la chica. No se dignaba siquiera a rozarla con la mirada. Su apariencia se correspondía exactamente con su  fama de tipo duro. Incluso Mohrén estaba algo impresionado.

Esperaron a que mirase hacia donde ellos estaban.

Un hombrecillo rechoncho vestido con un traje gris mal cortado, una camisa de nailon blanca y una corbata color vino se sentó a su mesa en la butaca que quedaba libre. Su rostro redondo, terso y rubicundo; sus ojos grandes y de color azul porcelana se

escondían tras unas lentes sin montura; llevaba el ondulado cabello muy corto y con raya a un lado.

Malmström y Mohrén le lanzaron una mirada indiferente y siguieron contemplando al James Bond del bar.

El recién llegado dijo algo en voz baja y suave, y pasó un buen rato antes que cayeran en la cuenta de que les estaba hablando, y otro rato antes de que cayeran en la cuenta de que les estaba hablando, y otro rato más hasta que comprendieron que esa persona con aspecto de querubín era Gustav Hauser, y no el tipo duro del bar.

Poco después abandonaron el Magnolia Bar.

La habitación cerrada/ Maj Sjöwall y Per Wahlöö

Bares de novela negra: El bar Víctor de El largo adiós

(También la autora del blog les da un largo, medio, o corto adiós. Hasta pronto)

El largo adiós de Raymond Chandler. Patrimonio de la humanidad negrocriminal.

(…) El bar Víctor estaba tranquilo y silencioso. Había una mujer sentada en un taburete del mostrador; llevaba un traje sastre color negro que, por la época del año en que nos encontrábamos, no podía ser de otra cosa que de alguna tela sintética como el orlón; estaba bebiendo una bebida de color verdoso pálido y fumaba un cigarrillo en larga boquilla de jade.

Tenía una mirada sutil e intensa que a veces evidencia neurosis, a veces ansiedad sexual y otras es simplemente el resultado de una dieta drástica.

Me senté dos taburetes más allá y el barman me saludó con una inclinación de cabeza pero no sonrió.

– Un gimlet- dije-, sin bitter.

Él puso la servilleta delante de mí y siguió mirándome.

– ¿Sabe una cosa?- me dijo con voz amable-. Una noche oí lo que hablaban usted y su amigo (*), y entonces conseguí una botella de ese jugo de lima de marca. Pero ustedes no volvieron y acabo de abrirla recién  esta noche.

-Mi amigo se fue de la ciudad – contesté-. Uno doble, si está de acuerdo. Y gracias por haberse tomado la molestia.

El barman se alejó. La mujer de negro me dirigió una mirada rápida y después siguió mirando el vaso.

–         Tan poca gente los toma – murmuró tan despacio que al principio no me di cuenta de que me estaba hablando. Volvió a mirarme de nuevo. Tenía ojos oscuros y muy grandes y las uñas más rojas que había visto en mi vida. Pero no tenía el aspecto de ser un programa fácil y en su voz no había ningún indicio de que fuera una buscona.

–         Me refiero a los gimlets.

–         Un amigo me enseñó a tomarlos y a degustarlos.

–         Debe de ser inglés.

–         ¿Por qué?

–         Me refiero al jugo de lima. Es tan inglés como el pescado hervido con esa espantosa salsa de anchoas que tiene el aspecto de que el cocinero se ha cortado y ha sangrado sobre ella.

–         Yo creía que era más bien una bebida tropical, propia de regiones calurosas. De Malasia o algo por el estilo.

–         Tal vez tenga razón.- Se volvió de nuevo.

El barman me sirvió el vaso con la bebida. El jugo de lima le daba el color verde amarillento pálido y parecía como enturbiada. La probé. Era dulce y fuerte al mismo tiempo. La mujer de negro me observaba. Levantó su vaso hacia mí y bebimos juntos. Entonces supe que su bebida era igual a la mía.

El próximo paso era cosa de rutina, de modo que no lo di. Simplemente seguí sentado.»

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(*)

Marlowe en el bar Víctor con Terry Lenox en el capítulo IV

«(…) Estábamos sentados en un rincón del bar Víctor bebiendo gimlets.

– Aquí no saben prepararlo- dijo-.lo que llaman gimlet no es más que jugo de lima o de limón con gin, una pizca de azúcar y licor de raíces amargas. El verdadero gimlet esta hecho mitad de gin y mitad de jugo de lima Rose’ y nada más. Deja chiquito al Martini.»

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Nota:

Actualmente la ginebra esta de moda. Pero no en su versión marlowiana mezclada con lima, el gimlet, sino en la versión “apta para todos los públicos” que es el gintonic.

Nunca me ha gustado el gintonic.

Debí intuir que esta bebida fue creada por un militar inglés: «La ginebra ayudaba al aparato digestivo y aportaba valentía a los soldados. Además, tomada con tónica, que tiene quinina, puede combatir la malaria,  y el limón es eficaz contra el escorbuto.”

La ginebra (actualmente en el mercado español hay más 200 marcas) y la tónica (más de una docena de marcas) en su versión gintonic están de moda. A pesar de que cierres los ojos, la crisis y los papanatas no dejan de existir.

Compruébelo. Si usted es un dinosaurio como yo, vaya a un bar de moda (hay cientos en las ciudades), acérquese a la barra y pida un gintonic. El barman (que lejos quedan los barmans de las novelas de Chandler…) le mirará atónito, y se preguntará de que planeta ha salido, pero se atreverá a preguntarle: con qué ginebra y con qué tónica. Como usted es un dinosaurio (por cierto, ¿qué hace perdiendo el tiempo en este bar de memos?) de los tiempos en que la opción para tomar gintonic era tan fácil como decidir » de Gordon’s» o «de Giró», está perdido. Si no sabe que esta temporada ( estamos en verano) la opción  G-Vine, Hendrick’s o Citadelle Gin Reserve 2010 pasan por delante de la Bombay Sapphire de la temporada pasada (primavera) ; si no sabe que la copa en la que se lo servirán será de balón para que quepa bien todo el combinado, y que ha sido desterrado para siempre el “nefasto vaso de tubo” (expertos dixit); si  no sabe que los cubitos de hielo…, está realmente perdido.

Pero no se inquiete, le quedan tres opciones.

Opción A: la más grosera, rápida y  barata. Escupir al barman y largarse rápidamente (la rapidez en este caso es importante) al encuentro del primer bar de esquina, regentado evidentemente por chinos. Estos sí han sabido conservar las esencias de los antiguos dueños y los antiguos clientes. Se encontrará con sus dos ginebras preferidas, y le servirán el gintonic en un vaso de tubo (¡faltaría más!), y con los cubitos de hielo rezumando agua del grifo.

Opción B.  Mucho más cara que la anterior : apúntese a un seminario, o a una cata, con degustación de ginebras y tónicas. Saldrá hecho un experto. Podrá contarle la experiencia a otros memos y papanatas de su mismo calibre, y ya nunca más le pondrán en evidencia en un bar de moda. Esperemos que a pesar de pertenecer a la edad de los dinosaurios viva unos meses más, hasta la próxima moda, o hasta el próximo bar de moda. Al que fue cuando era usted un alcohólico ignorante, ya estará cerrado.

Opción C: la mejor. Si quiere tomarse una copa, asesórese, y  vaya a la barra de un bar más allá de las modas, donde encuentre un barman marlowiano. De aquellos que, como los libreros, aprenden de los clientes y con los clientes, saben dar sabios consejos, y recomiendan aquello que puede hacer más feliz a cada bebedor.

Arzak, al que se le escaparon las deconstrucciones y tuvo que ir a la zaga de su amigo Adriá, ahora sostiene que en San Sebastián se hacen los mejores gintonic del mundo, “ahora la bebida se ha sofisticado con los garnish o fruta de acompañamiento que va desde la lima, el limón, el kiwi, pomelo, el pepino, uva, rama de romero, albahaca, perlas de granada, canela.”

Siempre he pensado que Raymon Chandler murió en el tiempo apropiado.La novela negra no hubiese sido lo mismo sin los bares, sin “sus” bares:

“(…) – Me gustan los bares cuando acaban de abrirse. Cuando la atmósfera interior todavía está reluciente y el barman se mira por última vez en el espejo para ver si la corbata está derecha y el cabello bien peinado. Me gustan las botellas prolijamente colocadas en los estantes del bar y los vasos que brillan y la expectación. Me gusta observar cómo se prepara el primer cóctel de la noche y se coloca sobre una impecable carpeta con una servilletita doblada al lado. Me gusta saborearlo lentamente. El primer trago tranquilo de la noche, en un bar tranquilo, es maravilloso.

Estuve de acuerdo con él.”

Terry Lenox se lo cuenta a Marlowe en El largo adiós.

Aquello a lo que un hombre renuncia voluntariamente ya no le puede ser arrebatado. Charles Willeford

Miami Blues de Charles Willeford

“ (…) No es justo.

_Usas mucho esa palabra.

_¿Qué palabra?

_”Justo”. Y ya tienes veinte años.

_Dentro de un mes.

_Será mejor que te olvides de si las cosas son justas o injustas. Incluso cuando la gente dice que va con el tiempo justo, esa palabra no significa nada.

_De modo que lo justo no existe.

_No, no existe. Santa inocencia…”

No suelo hacer mucho caso a las frases elogiosos que los editores ponen en los libros, “encargadas” a autores, que probablemente, editan sus libros en el mismo sello editorial.

 “Nadie ha escrito una novela negra mejor.” Elmore Leonard

Creo que algunos autores han escrito mejores novelas,  pero Charles Willeford ha sido para mi un verdadero descubrimiento.

Después de Miami Blues espero que se editen los otros tres títulos protagonizados por  el policía Hoke Moseley, detective de homicidios de  Florida.

Willeford fue coetáneo de Jim Thompson y David Goodis, y se nota.

Tanto personajes, diálogos, la ironía y el humor de esta novela, nos hacen pensar,  que dificilmente Quentin Tarantino hubiese hecho una película como Pulp Fiction si no hubiese leído a Willeford.

Con una economía narrativa y de recursos literarios, y un ritmo magistral, Charles Willeford nos pasea por el asfalto recalentado de Miami, arrinconando la investigación policial cuando le viene en gana, para que  los protagonistas nos hablen de sus estados emocionales o de las tareas de la vida cotidiana en común mientras cocinan y comen  toda clase de platos dietéticamente delirantes.

sinopsis de Miami Blues

“ Frederick J. Frenger Jr., un simpático y peligroso psicópata que acaba de salir de una prisión de California, aterriza en el aeropuerto de Miami dispuesto a pasárselo bien en la soleada Florida. Desde su llegada, va dejando tras de sí el rastro de sus salvajes ganas de «diversión». Todo cambiará, sin embargo, cuando su camino se cruce con el del sargento de homicidios Hoke Moseley, un policía de mediana edad con una vida personal desastrosa y un aspecto físico deplorable, pero implacable en su trabajo. Puede que su dentadura postiza o su triste vida de divorciado hagan pensar lo contrario, pero jamás ceja en su empeño cuando se propone hallar y capturar a una presa. Sobre todo si ésta le ha robado la pistola, la placa y la dentadura.”

Algunas de los muchos fragmentos gastronómicos del libro.

«(…) La camarera les trajo las ensaladas Circe: grandes hojas de lechuga, gajos de naranja, judías y brotes de trigo, coco rallado, yogur de vainilla y un relleno de caña de azúcar, empapado todo en ginseng. La ensalada venía en un cuenco de porcelana en forma de concha de almeja gigante.

_Nunca había comido en un restaurante de comida sana.

_ Yo tampoco, al menos no hasta que llegué a Miami. No tienes que comértelo si no te gusta.

_No me gusta la raíz de ginseng. ¿Es que aquí se lo ponen a todo?

_ Más o menos. Se supone que te hace sentir sexy, pero lo cierto es que le echan ginseng porque no sirven carne. Esa es la razón, creo yo.

_ Prefiero la carne. Esto sería comestible de no ser por el ginseng.»

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«(…) ¿Qué es lo que huele tan bien?

_Es la cena. Voy a servir chuletas de cerdo rellenas. Las cocino con cebollas y setas, y las cubro con salsa marrón. Además, de guarnición tenemos patatas horneadas y guisantes, y ensalada de cebolla, tomate y pepino. ¿ Crees que debería hacer panecillos calientes?

_ ¿ A Junior le van los panecillos?

_ Realmente no lo sé. Tengo pan de molde, pero creo que voy a poner panecillos recién hechos. A los hombres os gustan.

_¿ Te gustaría quedarte a cenar?»

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“(…) Entró de nuevo en el centro comercial y pidió una patata rellena en el One Potato, Two, en concreto la IdahoMéxico, que se sirve con mantequilla, chili con carne, queso blanco y chips de tortilla. El chili picaba bastante, y se bebió un Tab con mucho hielo.

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«(…) Freddy sugirió que tomaran un desayuno tardío.

_ ¿ Has comido alguna vez en Manny’s?_ dijo la señora Freeman_.Tienen una tortilla de cangrejo y te dan una cesta de panecillos calientes con mantequilla y miel. Y es el único lugar en Miami Beach donde te rellenan la taza gratis.

_ Suena bien._ Freddy asintió con la cabeza_. Yo solía tomar tortilla de cangrejo hace mucho tiempo en la zona del muelle, cuando vivía en San Francisco.

Manny´s estaba escondido entre un spa kosher de cuatro pisos y un almacén cerrado de dos pisos con todas las ventanas condenadas. Freeman aparcó el coche en el aparcamiento del almacén, ahora lleno de maleza, y se fueron a Manny?s. El olor a pescado en el interior era fuerte. Freeman pidió una tortilla de cangrejo, pero Freddy negó con la cabeza.

_ He cambiado de opinión. Hazme una tortilla Denver.

_¿Qué es eso?- le preguntó el camarero paquistaní.

_ Huevos revueltos con jamón picado, pimiento verde y cebolla.

_Lo que que él quiere_ dijo Freeman_es una tortilla occidental.

_ Eso sí que lo tenemos_dijo el camarero, y se fue a la cocina.

En California la llamamos una tortilla Denver.

_Así que eres de California,¿eh?.»

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«(…) Susan se adaptó muy rápido a la rutina doméstica. Ella le cocinaba el desayuno, sorprendiéndolo con waffles belgas de nueces, huevos revueltos y tostadas francesas hechas con pan de masa fermentada. Después de llevarlo al Omni limpiaba la casa y planeaba la cena. Un día compró pez gato para hacérselo frito con patatas panadera, que sirvión con carne frita y hojas de berza. A Freddy no le gustó el pez gato porque tenía espinas, pero disfrutaba de aquellas comidas preparadas. Ella siempre terminaba las cenas con  grandes postres: tartas y pasteles de manzana Granny Smith, coronados con mantequilla burbujeante, azúcar moreno y canela. Una noche, le hizo pechuga de pavo al horno y la sirvió con su guarnición, incluyendo un pastel de carne cien por cien casero.»

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«(…) Aquella noche, mientras comían espárragos, Freddy le explicó a Susan lo que iban a ser sus deberes. Freddy nunca había comido espárragos antes, ni había probado salsa holandesa, pero le gustó mucho, sobre todo con aquel jamón al horno y esas patatas gratinadas…»

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“(…)_ Supongamos que nos siguen. Dime, ¿ por qué alguien querría seguirnos?

_ No te preocupes por eso. Si nos siguen yo me encargaré del asunto, pero no sucederá. Cuando preguntas por qué, estás haciendo una pregunta que no va a ningún sitio.

_ Lo siento.

_¿ Qué hay de postre?

_ Pastel de boniato.

_ Nunca lo he probado.

_ Sabe como la tarta de calabaza. Si no te lo digo, probablemente pensarías que se trata de tarta de calabaza, pero es de boniato y es mejor.

_ Voy a probarlo. Me gusta la tarta de calabaza.

_ ¿ Lo quieres con nata montada?

_ Por supuesto.»

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(…) _ ¿ Cuáles eran las buenas cualidades de Junior?_ le preguntó Sánchez.

Susan  frunció el ceño y se pasó la lengua por los labios.

_ Bueno, nunca me faltó nada y le gustaba todo lo que cocinaba para él…»

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Charles Willeford es un autor que me hubiese gustado entrevistar para este blog gastronómico criminal. Un autor que, como verán, es capaz de acabar el libro con una receta.

Y aquí sigue el capítulo final de Miami Blues

La siguiente noticia fue publicada en el Okeechobee BiWeekly News.

PASTEL DE VINAGRE GANADOR

Ocala_ La señora de Frank Mansfield, de soltera Susan Waggoner, de Okeechobee, ganó ayer el concurso tricondados de pasteles de Ocala con su receta de pastel de vinagre. La receta siguiente

Para cuatro personas

1 taza de pasa sin semillas, picadas

¼ de taza de mantequilla diluida

2 tazas de azúcar ( granulado)

Media cucharadita de canela

¼ de cucharadita de clavo

Media cucharadita de pimienta de Jamaica

4 huevos grandes, con las claras separadas

3 cucharadas de vinagre de 5%

1 pizca de sal

Batir la mantequilla y el azúcar. Añadir las especias y mezclar bien. Batir las yemas con las varillas hasta que estén suaves y cremosas. Añadir las pasas picadas y revolver con una cuchara de madera. Batir las claras con una pizca de sal hasta que estén suaves, luego echarlas a la mezcla del azúcar. Cortar la masa y doblarla, con suavidad pero también con firmeza. Verterla en un molde de horno. Hornear durante quince minutos con el horno precalentado a 250 ºC. Bajar la temperatura a 150ºC y cocer durante veinte minutos más o menos, o hasta que la superficie se dore bien y el centro esté gelatinoso. Enfriar sobre una rejilla durante dos o tres horas antes de cortar.

Cuando la señora  Mansfiel recibió el premio (cincuenta dólares en bonos del Tesoro) de manos de los jueces dijo: “ Nunca he conocido a un hombre al que no volviese loco mi pastelito”

Montalbano y los salmonetes

Una de las ventajas de ser libreros es que, algunas veces y por gentileza de algunas editoriales, podemos leer los libros antes de que lleguen a las mesas de la librería, a ocupar, por un tiempo, un espacio privilegiado. Su espacio.

En realidad lo que nos llega para leer no son propiamente libros. Son más bien bocetos de libro, o pruebas de imprenta, al que todavía faltan algunas correcciones. No sé si estos pre-textos, son como explican los editores, material para que críticos y periodistas puedan preparar sus artículos con tiempo suficiente para que el libro, en su salida oficial, se encuentre ya arropado por la crítica, o bien los hacen,  para que no caigamos libreros, periodistas, blogeros, y críticos, miserables oficios, en la tentación de vender los libros que nos llegaran con solapas y cubiertas, a lectores ávidos, para sacar para llegar a final de mes.

La verdad es que yo, no suelo leer en este formato prenatal. No tienen todavía portada, y el papel del que están hechos no huele a libro. Huele a apuntes de clase. Un horror.

Pero esta vez he hecho una excepción. Se trataba,  del ahora recién nacido, Camilleri-Montalbano:

La edad de la duda (L’ edat del dubte)

casa que se supone la de Montalbano en la serie televisiva

Pobre Montalbano. Se nos esta haciendo mayor. Bordeando ya los sesenta, Salvo Montalbano sufre de mal de amores. Por suerte, mientras todo sucede, y suceden muchas cosas, uno de nuestros queridos personajes, el comisario siciliano no pierde el apetito.

No logro saber, si la  continua referencia a la comida en esta novela es algo que concierne al comisario, o al autor. Camilleri también se nos ha hecho mayor.

Andrea Camilleri creó a su personaje cuando ya tenía la edad en la que los médicos empiezan a prohibirle a uno muchos platos gozosos. Seguramente fue esta la causa por la que transfirió a su alter ego, a Montalbano, sus ansias y frustraciones gastronómicas. Desde el principio, Andrea Camilleri, hizo comer a su personaje los platos que a él le gustaría comer y ya no podía.

Me imagino ahora al entrañable viejo autor salivando mientras escribe.

No sé si otros seguidores de la obra del autor siciliano se han dado cuenta de la pasión que siente Montalbano-Camilleri por los salmonetes. Estos pequeños pececitos rojos tan mediterráneos.

En La edad de la duda los come todo el tiempo, en diversas versiones.

«(…) En la trattoria encontró consuelo: el pescado había vuelto al menú de Enzo y, para resarcirse de la abstinencia forzosa del día anterior, se dio un atracón. Pidió una fritura de salmonetes y calamares que habría quitado el hambre a media comisaría.»

  «(…) Montalbano fue a la cocina y abrió el horno. En una fuente había cuatro enormes salmonetes hechos con una salsa especial inventada por Adelina. Encendió el horno con el grill para que se calentara bien.»

«(…) Iba a tener que comer forzosamente en casa, y por eso quería ver qué le había preparado Adelina. Abrió el horno. Un auténtico hallazgo: pasta ‘ncasciata, con ese toque especial que le daba al plato terminar la cocción en el horno, y salmonetes a la Livornesa.»

A mí, como a Montalbano, nos gustan los salmonetes fritos.

Pero a Camilleri y a mi, nos sentarían mejor a la Livornesa. Cuestión de edad.

SALMONETES A LA LIVORNESA

500 g de salmonetes de tamaño mediano

1 diente de ajo, picado

unas ramitas de perejil

2 cucharadas de aceite de oliva extra virgen

300 g de tomates en trocitos pequeños

sal

pimienta

Limpiar el pescado, eliminando las vísceras, y desescamar pasando el cuchillo sobre los salmonetes, de la cola a la cabeza. Enjuagar con agua fría.

Lavar el perejil, seleccionar las hojas y eliminar las ramas. Picar y reservar.

Picar, el diente de ajo.

En una cazuela plana o sartén grande, agregar el aceite y el ajo picado, poner al fuego.

Freír a fuego lento hasta que el ajo esté dorado. Retirar del fuego unos segundos y agregar los tomates picados. Mezclar, añadir una pizca de sal y cocinar a fuego lento, durante unos 5 minutos.

Incorporar los salmonetes y cocinar unos 3 o 4 minutos de cada lado, dándoles la vuelta delicadamente para que no se rompan. Al final, unir el conjunto con un fino hilo de aceite crudo (1 cucharadita)  espolvorear, por encima, el perejil y la pimienta.

Se puede servir de inmediato, pero el plato mejora y cobra fuerza dejándolo reposar una media hora a temperatura ambiente, o todo un día en el refrigerador. Como hace Adelina.

Un pequeño y magistral bombón envenenado

«Si uno sabe qué añadir y qué quitar, se puede demostrar cualquier cosa de manera convincente».

Anthony Berkeley

El caso de los bombones envenenados y otras cosas.

Casi todos los ecritores miembros del  «Detection Club » fueron adictos a envenenar a sus víctimas literarias: Agatha Christie, Dorothy L.Sayers, G.K.Chesterton, Anthony Berkeley…

«(…) No todo el mundo podía participar en las fascinantes cenas del Círculo del Crimen. Para ser miembro de este club no bastaba con profesar adoración por el asesinato; él o ella tenían que demostrar que eran dignos de llevar con honor sus espuelas criminológicas.

No solo tenían que exhibir un gran interés por todas las ramas de la ciencia relacionadas con la investigación, como por ejemplo la psicología criminal, y conocer al dedillo todos los casos incluyendo los más insignificantes, sino que también debían poseer habilidad constructiva: el candidato debía tener cerebro y saber utilizarlo.»

Anthony Berkeley, El caso de los bombones envenenados

El caso de los bombones envenenados, la novela de Anthony Berkeley, es un juego, una especie de inteligente burla sobre, y para, sus compañeros escritores del «Detention Club», la asociación que dirigía  Chesterton, pero que en la novela dirige el personaje de Berkeley , el escritor Roger Sheringham.

El «Detention Club», o Círculo del Crimen, tenía unas rígidas normas que debían acatar todos sus miembros cuando escribían una novela criminal.

1) La solución de los misterios o enigmas debe ser necesaria para resolver el conflicto central.

2) El detective debe usar su ingenio y su habilidad para resolver el enigma en un contexto concordante con la historia.

3) La solución del problema debe ser sólo encubierta por el escritor.

4) Circunstancias improbables o inusuales, super-criminales, venenos desconocidos, entradas o pasadizos secretos, coincidencias y casualidades afortunadas no deben ser usadas en la novela policial clásica.

5) Finalmente, la justicia debe ir de la mano del detective y debe aplicarse al final de la historia sobre el verdadero criminal.

Personalmente creo, que este famoso Club lo crearon para tener una excusa para beber whisky y llegar tarde a casa. Pero, de la concupiscencia litería criminal salieron novelas corales, escritas a varias manos, tan divertidas como El almirante flotante (1932), que se intuyen escritas entre efluvios alcohólicos, mucha complicidad y risas.

Anthony Berkeley, creó a su curioso personaje Roger Sheringham, para contraponerlo al tan de moda en aquellos años (1925), el misógino, engominado y acartonado, detective  Philo Vance, protagonista de las novelas de S. S. Van Dine.

“(…) La señora Bendix le había advertido de que ese día no iría a comer, pero su cita se había cancelado y ella también almorzó en casa. Bendix le dio la caja de bombones en la sobremesa, mientras tomaban café en el salón, y le contó cómo habían llegado a su poder. La señora Bendix se burló de su tacañería por no haberle comprado él mismo una caja, pero aceptó el pago de la apuesta y demostró curiosidad por probar la nueva variedad de la fábrica. Joan Bendix no era tan seria para carecer de un saludable interés femenino por los buenos bombones.

No obstante, su aspecto no le impresionó demasiado.

_Kümmel, kirsch, marrasqino…

…y veneno.!

“(…) El informe detallado del análisis reveló asimismo que el recubrimiento de cada uno de los bombones contenía, además de la mezcla de los tres licores, exactamente seis dosis de nitrobenceno, ni más ni menos.”

Según leemos en el libro Los venenos en la novela policíaca, de Alfonso Velasco Martín, «(…) El nitrobenceno es un hidrocarburo aromático empleado ampliamente como disolvente en la industria….La intoxicación aguda se produce habitualmente por la inhalación de sus vapores y se caracteriza por una depresión no selectiva del Sistema Nervioso Central semejante a la intoxicación etílica aguda. El benceno fue el tóxico empleado por el asesino de la novela “Un Sherlock Holmes con faldas” del norteamericano Struart Palmer.”

Nota mía: en la próxima edición del libro, señor Alfonso, recuerde añadir la novela de Anthony Berkeley.

El caso de los bombones envenenados es, lo que al parecer hay que llamar, un clásico de la novela policial. Una novela que a bien seguro saldría en los exámenes si existiera una cátedra de novela negrocriminal.

Pregunta:

“Citen y desarrollen un ejemplo de novela “procedural” clásica.»

 

Respuesta:

«Los bombones envenenados de Anthony Berkeley.

 

En ella se plantea, de manera original, la retórica del género: « ¿quién lo hizo?».

Lo que hace única esta narración, y la intriga correspondiente,  es el admirable procedimiento del autor.

Se comete un crimen ante el que Scotland Yard se siente impotente y un grupo de aficionados, un Círculo del Crimen, se reúne  para encontrar la solución al enigma.

Se darán tantas soluciones como componentes hay del grupo y lo extraordinario es que todas ellas explican el enigma, mas sólo una es la verdadera. Pero al final, no se produce la acostumbrada reunión en la que el agudo detective explica al fin el misterio a sus atónitos oyentes (Hércules Poirot) ya que los oyentes no son simples personajes sino auténticos detectives aficionados, y será el lector quien tendrá que deducir igual que ellos quién es el asesino.

Nota:

notable alto

Berkeley no pretendía escribir «un clásico de la novela policial», escribió un inteligente juego literario. Un pequeño y magistral bombón envenenado.

Bares de novela negra: La cafetería Victoria, de Víctor del Árbol

«Sin prisas, María rompió en pedazos diminutos aquella fotografía de la que no se había separado en los últimos meses…»

(…) En la cafetería Víctoria hacían unas empanadillas buenísimas para desayunar. Estaba ya bastante llena pese a la hora temprana. La clientela era todo un catálogo de noctámbulos resacosos, prostitutas con el maquillaje descorrido y ganas de irse a dormir apurando la última copa con sus chulos, funcionarios de prisiones del turno entrante y trabajadores de las fábricas cercanas. Todos se multiplicaban a través de los espejos gigantes de las paredes, enmarcados en pan de oro que confundían las perspectivas reales del local. En una butaca de tapizado verde se sentaba una vieja llamada Lola que leía las manos. La vieja Lola casi no tenía clientes, y uno no notaba que estaba allí, excepto cuando el pestazo de una flatulencia suya inundaba la cafetería.

–         ¡Quieres que te lea el futuro?

María no tenía futuro, pero igualmente la dejó mirar su mano.

He seguido a Víctor del Árbol desde su primera novela, El peso de los muertos.

Ahora se trata de La tristeza del samurái, que leí recién publicada. En Francia, hace unos meses, la editó Actes Sud, en la prestigiosa colección «Actes noirs» . También se ha publicado en Holanda, en Estados Unidos,  y el Reino Unido. Muy pronto, Mondadori, lo publicará en Italia. En el pasado Festival Quais de Polar que se celebra en Lyon , recibió el premio Le Point du polar 2012. Pas mal, Víctor!.

Sinopsis de La tristeza del samurai

Extremadura 1941 / Barcelona 1981

Dos tramas se desarrollan de forma paralela; una en Extremadura en el año 1941; la otra en Barcelona en 1981. Un crimen cometido durante la posguerra española produce consecuencias en tres generaciones de la familia Alcalá y en aquellos que se han cruzado en sus vidas durante cuarenta años. 

La trama esta bien, pero sobretodo me gusta el ritmo y la lengua literaria que maneja Víctor del Árbol, impregnada de un candor, de una inocencia nada habitual, muy personal, y alejada de los estereotipos que marcan a muchos autores actuales de la novela negrocriminal.

Candor y pasión, son las palabras, que a mi juicio, mejor definirían su obra. En realidad una obra por el momento corta. Dos novelas. Las dos me han gustado.

Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) ex seminarista, mosso d’esquadra y escritor. Como todo buen escritor, ha sido antes que nada buen lector desde niño. En la biblioteca del barrio barcelonés de La Guineueta, pasaba todas las tardes acompañado de sus cinco hermanos, hasta que su madre les recogía al salir del trabajo. ¡Que importantes son las bibliotecas!

«Decidí que quería ser escritor cuando gané un concurso de redacción con catorce años en el seminario, y me regalaron el libro «Réquiem por un campesino español», de Ramón J. Sender», confiesa del Árbol, en una entrevista. Por suerte, abandonó su vida de seminarista cuatro años más tarde, cuando se enamoró.

Vean aquí a Víctor del Árbol hablando de su novela La tristeza del samurái , con el fondo de l´Estació de França, en Barcelona

Noticias de Gordo Larsson. Capítulo octavo de sus increíbles aventuras


Capítulo octavo.

Picadillo a la veneciana.

Situada en el centro del barrio de Berlusco se alzaba la Florentino Highest Tower, más conocida a finales del siglo XXI como Torre Desgracias. Con sus sesenta pisos era el edificio más alto de la ciudad de Gil Mateos y actuaba a modo de faro invertido, no señalando peligros cercanos, sino señalándose a sí misma como peligro máximo. En su cúspide, si se afinaba la vista, era posible descubrir unos cuantos desgraciados muriendo poco a poco en jaulas de metal.

–         ¿Los ves? – preguntó Valerio Bravo -. Están ahí hasta que el esqueleto queda brillante.

–         Pone los pelos de punta – respondió Gordo Larsson.

–         Dicen que luego el cocinero de Silvio Scumbag usa el tuétano de los huesos para hacer caldo.

–         ¿Ese Scumbag tiene cocinero propio?

–         Lo que no sabría decirte es qué no tiene Silvio Scumbag.

–         Pues entonces, vamos hacia allí.

–         ¿Hacia dónde, Gordo?

–         Pues hacia esa torre, Valerio.

–         No, no, espera. Parece que no te haces una idea correcta de nuestra situación. A estas alturas Silvio Scumbag ya sabrá que hemos colaborado en el rapto de su hija y que nos comimos a su perro. ¿Cómo piensas que nos recibirá?

–         No va a recibirnos, va a contratarnos. Somos sus nuevos cocineros.

–         Te equivocas, Gordo. Lo que somos es su cena – dijo Valerio Bravo, señalando hacia el frente y hacia atrás -. Y lo mejor que puedes hacer en este momento es quedarte mudo, que esta gente no entiende de ironías.

Unos veinte individuos armados les venían de frente y otros tantos por la espalda, más los que de seguro cubrían los flancos.

–         ¿Podremos con todos? – preguntó Gordo, en un susurro.

Valerio Bravo no tuvo tiempo de mandar a Gordo Larsson al carajo. Había en el grupo atacante un hondero de mucha destreza que, en un instante, dejó a ambos fuera de combate.

Cuando despertaron, se vieron encadenados a una enorme piedra de granito situada en el centro de una sala sin paredes. La vista era espectacular. La ciudad de Gil Mateos se mostraba en su más absoluta desolación. Edificios destartalados y pabellones en ruinas iban cediendo espacio a los descampados, al abandono. Lo que en un principio fue maleza, con los años devino en bosque.

A pocos metros, un viejo encadenado a otra piedra les observaba con curiosidad.

–         A ti te he visto yo en alguna otra parte. ¿Puede ser o no? – preguntó, dirigiéndose a Gordo Larsson.

No le contestaron. Estaban aturdidos. Aún tenían que hacerse una idea cabal de su situación. El viejo pareció entenderlo y les puso al corriente.

–         Estamos en la planta cuarenta de la Torre Desgracias. Yo llevo aquí dieciséis años y sueño con acercar esta piedra hasta el borde para dejarla caer, pero la condenada pesa doscientos cincuenta kilos y no hay quien la mueva. Mirad, aquí lo pone bien claro.

En letras rojas sobre fondo blanco se marcaba la cifra. Valerio Bravo buscó una marca similar en la piedra a la que estaban encadenados él y Gordo Larsson, pero no la encontró.

–         No la ves desde tu posición, pero yo te lo digo. Esa mole pesa cuatrocientos kilos. Os consumiréis tratando de moverla una sola pulgada. ¿Me creéis o no?

Gordo Larsson, con esa mirada tan peculiar con la que analizaba su discurrir vital y que tan buenos resultados le había dado, manteniéndole con salud tantos años, entendió que la situación en la que se hallaban no era tan negativa. Ni les habían matado ni les habían encerrado en una jaula en la azotea. Tan solo estaban encadenados a una mole de granito de cuatrocientos kilos. Un pequeño inconveniente del que Valerio Bravo quiso hacer un mundo

–         ¡Dieciséis años, Gordo! ¡Estamos acabados! Adiós a tus pichones, adiós a tumbarme a la Amparo.

El viejo lo complicó aún más cuando les dijo que su falta había consistido en el robo de una docena de tomates de la despensa de Silvio Scumbag.

–         ¡Dieciséis años por unos tomates! – gritó Valerio Bravo -. ¿Y tú te querías hacer contratar por ese malnacido de Scumbag, Gordo?

–         Dieciséis y los que me quedan hasta sumar veinticinco. Esa es la condena para los que enganchan a estas piedras.

Valerio Bravo enmudeció. Cuando le soltaran tendría unos cincuenta años, una edad que no entraba en sus cálculos. Los viejos eran una excepción en la ciudad de Gil Mateos. Lo acostumbrado era morir al rayar los cuarenta años. Si algo no cambiaba, pasaría encadenado el resto de su vida. Miró a Gordo Larsson buscando consuelo, pero a este, tal vez por viejo, tal vez por sabio, quien sabe si por locura repentina, sólo se le ocurrió preguntar al viejo por el menú.

–         ¿A qué hora se come aquí, abuelo?

Entonces, como si su pregunta hubiera sido una invocación, alguien satisfizo sus deseos y por un hueco abierto en el techo les llegó una cesta con tres manzanas.

–         ¿Manzanas? – preguntó Gordo, extrañado.

–         Lo único que comeréis en la planta cuarenta de Torre Desgracias. Cuatro puñeteras manzanas al  día y olvídate de lo que es un buen mocordo – respondió el viejo.

Valerio Bravo lanzó un suspiro y dijo a su compañero de aventuras que lo matara allí mismo y en ese momento, pero Gordo Larsson le ignoró. Adelantó una mano y cogió la manzana que le tocaba.

–         Afirmo que yo a ti te he visto antes. ¿Dices que sí o que no? – insistió el viejo.

Mientras Gordo Larsson masticaba la manzana con parsimonia, su mente bullía buscando una salida.

–         ¿En 2068 en Madrid? ¿O fue en 2069 en Barcelona? ¿Sí o no?

Valerio Bravo le dijo a Gordo que le regalaba su manzana y todas las que le correspondieran, pero que por favor le matara pronto, que su alma libre no soportaba cadenas ni aquella era dieta para un cazador acostumbrado a la carne roja.

–         ¡Mátame, Gordo! ¡Mátame y hazme picadillo!

Ante esa última palabra, a Gordo Larsson se le abrieron los ojos. Picadillo, repitió en su interior, a la Veneciana, por supuesto. Sin perder un instante, preguntó al viejo por la procedencia del cocinero de Silvio Scumbag.

–         No sé de dónde llegó, pero de por aquí no es, seguro. Está delgado como un palo, viste una túnica naranja y lleva el  cráneo pelado – respondió el viejo, para continuar de seguido en un tono de voz más bajo -. Yo opino que es un brujo y que tiene a Scumbag en sus garras. ¿Me crees o no?

Por supuesto que le creía. Gordo Larsson unió cabos y llegó a la conclusión de que Silvio Scumbag había caído en las redes de una secta budista vegetariana. Hacía mucho tiempo que ese criminal no probaba la carne. Pero por mucha que fuera la influencia de aquel monje asiático, un hombre como Scumbag, de ascendencia italiana, no sería capaz de resistirse a la propuesta que Gordo Larsson le lanzó a voz en grito.

–         ¿Hace cuánto que no pruebas carne, Silvio Scumbag?

No hubo respuesta inmediata, pero Gordo Larsson sabía que aquella era su única opción.

–         ¿Te hace un picadillo de carne?

Silencio.

–          ¡Te estoy hablando de un picadillo de carne a la veneciana, Silvio Scumbag!

Entonces sí, entonces la voz de Silvio Scumbag le confirmó a Gordo Larsson que su plan había resultado.

–         ¡Traedme a ese bocazas ahora mismo!

Próximo capítulo: Albóndigas brutas a la aragonesa.

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