Ante todo debo agradecer a Mònica que pensara que la novela de Tom Hillenbrand, Un cadáver entre plato y plato, era un libro que debía leer. Mi blog de gastronomía negrocriminal anda un poco descuidado, pero mi afición a la cocina, a la gastronomía, a la buena mesa y a los productos km 0 en cualquier lugar del mundo, cocinados y comidos in situ, siguen siendo uno de mis “leitmotiv” vitales. Del mismo modo creo que lo es de muchos buenos lectores que pasan por nuestra librería o que siguen nuestras propuestas.
Un cadáver entre plato y plato es un libro muy, muy recomendable. Un libro placentero.
Unos cuantos muertos pero poco sangre, como no sea la que emplea el cocinero y protagonista Xavier Kieffer para hacer el mejor Civet de lièvre de Luxemburgo en su restaurante Deux Églises.
Xavier Kieffer, que se hartó de la exigencia y el estrés de su etapa como chef estrella en los restaurantes más conocidos de Francia, y obviando la fama y el glamur de la haute cuisine y sus fuertes intereses económicos, ha regresado a la esencia de la cocina sin aditivos teatrales. En su pequeño restaurante en el corazón de Luxemburgo, el Deux Églises, apuesta por recuperar sabores genuinos y elaborar recetas de siempre, hechas con productos de proximidad. No tiene ninguna estrella pero su trabajo le ha hecho ganar una fiel y agradecida clientela.
Un cadáver entre plato y plato es un libro instructivo. En él he aprendido que Luxemburgo también existe. No solo eso sino que hasta me han dado ganas de ir a visitarlo porque platos como el Judd mat Gardebounen (cuello de cerdo guisado con habas), la fritura de la Mosella (pescadito frito procedente del río Mosella) o las Gromperekichelcher ( al parecer unas deliciosas tortitas de patata rallada y frita) me son mucho más desconocidos y exóticos que un Ceviche peruano o un Sashimi japonés tan de moda en mi Ciudad Condal.
He aprendido muchas cosas en este libro: que un foodscout es un buscador de nuevos alimentos que viaja a exóticos paraísos y selvas inhóspitas. Una especie de Indiana Jones de la gastronomía. Encontrar un alimento nuevo que se pueda convertir en rareza en las cartas de los restaurantes estrellados le puede reportar mucho dinero. Pero si además el fruto recién descubierto, en este caso el catvanum, resulta ser un extraordinario potenciador de sabor mucho más atractivo que el denostado glutamato, son muchas las multinacionales alimentarias interesadas en obtener la exclusiva.
También he aprendido que una de las peores cosas que le pueden pasar a un cocinero y propietario de un restaurante no es que se le queme la cebolla sino que el crítico de la más famosa guía gastronómica del mundo caiga muerto fulminado después de haber degustado su Rieslingpaschtéit (Pastel de carne al Riesling con masa quebrada)
Pero ¿qué puede hacer un cocinero inteligente, leal y obstinado cuando se le acusa de haber matado a uno de sus clientes? Xavier Kieffer no duda: investigar por su cuenta hasta las últimas consecuencias.
Una trama entretenida y mucha, mucha cocina con todos sus entresijos.
Una novela que nos habla también de los lazos ocultos entre el ferozmente competitivo mundo de la restauración y los negrocriminales intereses de la industria alimentaria (difícilmente volverán a comer una pizza congelada después de leer este libro). Nos habla de la modificación genética de los alimentos hasta límites intolerables. De la estupidez de la gastronomía elevada a arte, y por si todo esto fuese poco una pularda me ha mantenido en vilo durante muchas páginas. Les cuento: cuando el protagonista, el cocinero Xavier Kieffer, es perseguido por toda la Ciudad de Luxemburgo por dos asesinos sin escrúpulos ha dejado una pularda rellena en el horno cuya preparación me ha hecho salivar. En las páginas frenéticas donde el protagonista intenta escapar de sus perseguidores, yo, más que por él, estaba preocupada por la pularda. No me interesaba tanto saber si conseguía o no evadir a sus perseguidores, puesto que siendo el protagonista estaba cantado que iba a lograrlo, sino que necesitaba saber si al final la pularda se salvaría de la quema. Por fortuna Kieffer no me ha defraudado. Un cocinero, un buen cocinero aun en los peores momentos no deja de serlo. Tras su noche más accidentada y algunas páginas, consigue llegar a casa.
“Lo primero que percibió al entrar fue el olor de la pularda que, como comprobó, seguía cociéndose a 80º en la cocina. Apagó el horno y salió al jardín”
¡Bien! La pularda se había salvado.
Y una recomendación , si pueden acompañen la lectura de este libro del vino preferido del protagonista, un Pinot Blanc del Mosella. Bien Frío.
PD. Al final del libro encontrarán un fantástico glosario de términos y de gastronomía del ignoto país europeo llamado Luxemburgo.
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