El Magnolia Bar era pequeño y oscuro, y estaba situado en el centro de la ciudad. La luz, de tonalidad naranja, brotaba de ocultas fuentes de luz, las paredes eran violetas, como la moqueta que cubría todo el suelo; las butacas bajas, agrupadas alrededor de las mesitas redondas de plexiglás, eran de color de rosa. El mostrador de latón pulido formaba un semicírculo; la música era suave, las chicas de la barra, rubias, de busto alto y escotado; y las bebidas caras.
Malmström y Mohrén se sentaron cada uno en una butaca rosa alrededor de la única mesa libre que había en el local, el cual estaba tan abarrotado que daba la sensación de estar a punto de estallar, aunque el número de parroquianos apenas superaba los veinte.
El elemento femenino consistía en las dos rubias del mostrador: todos los clientes eran hombres.
La camarera se acercó y se inclinó sobre la mesa hacia ellos, permitiéndoles vislumbrar sus pezones grandes y rosados, así como percibir los no muy grandes efluvios de su sudor axilar y su perfume. Cuando le trajeron su gimlet a Malmström y un Chivas a sin hielo a Mohrén, se pusieron a mirar en derredor buscando a Hauser. No tenían ni idea de qué aspecto podía tener, pero sabían que era un tipo duro.
Malmström fue el primero en avistarle.
Estaba al final de la barra, con un cigarrillo largo y estrecho en la boca y un vaso de whisky en la mano. Era alto, delgado, de hombros anchos, e iba vestido con un traje de ante beige. Llevaba unas gruesas patillas, y el oscuro cabello, que le clareaba un poco en la coronilla, se le rizaba en la nuca. Inclinado con despreocupación ante la barra, le dijo algo a la camarera, quien, tras una pausa, e acercó a hablar con él. Guardaba un asombroso parecido con Sean Connery. La rubia lo miró con admiración y soltó una risita afectada. Ella le puso la mano ahuecada bajo el cigarrillo que llevaba pegado a los labios, y le dio unos ligeros toques con el dedo, de modo que la larga columna de ceniza le cayó en la mano. Él fingió no darse cuenta del gesto. Al cabo de un rato, apuró su whisky y, de inmediato, le sirvieron otro. Tenía el rostro inmóvil, y dirigía los ojos color azul acero hacia algún punto situado arriba, más allá de los rizos decolorados de la chica. No se dignaba siquiera a rozarla con la mirada. Su apariencia se correspondía exactamente con su fama de tipo duro. Incluso Mohrén estaba algo impresionado.
Esperaron a que mirase hacia donde ellos estaban.
Un hombrecillo rechoncho vestido con un traje gris mal cortado, una camisa de nailon blanca y una corbata color vino se sentó a su mesa en la butaca que quedaba libre. Su rostro redondo, terso y rubicundo; sus ojos grandes y de color azul porcelana se
escondían tras unas lentes sin montura; llevaba el ondulado cabello muy corto y con raya a un lado.
Malmström y Mohrén le lanzaron una mirada indiferente y siguieron contemplando al James Bond del bar.
El recién llegado dijo algo en voz baja y suave, y pasó un buen rato antes que cayeran en la cuenta de que les estaba hablando, y otro rato antes de que cayeran en la cuenta de que les estaba hablando, y otro rato más hasta que comprendieron que esa persona con aspecto de querubín era Gustav Hauser, y no el tipo duro del bar.
Poco después abandonaron el Magnolia Bar.
La habitación cerrada/ Maj Sjöwall y Per Wahlöö
Comentarios
Los comentarios están cerrados.