estás leyendo...
Autores, Willy Uribe

Noticias de Gordo Larsson. Capítulo octavo de sus increíbles aventuras


Capítulo octavo.

Picadillo a la veneciana.

Situada en el centro del barrio de Berlusco se alzaba la Florentino Highest Tower, más conocida a finales del siglo XXI como Torre Desgracias. Con sus sesenta pisos era el edificio más alto de la ciudad de Gil Mateos y actuaba a modo de faro invertido, no señalando peligros cercanos, sino señalándose a sí misma como peligro máximo. En su cúspide, si se afinaba la vista, era posible descubrir unos cuantos desgraciados muriendo poco a poco en jaulas de metal.

–         ¿Los ves? – preguntó Valerio Bravo -. Están ahí hasta que el esqueleto queda brillante.

–         Pone los pelos de punta – respondió Gordo Larsson.

–         Dicen que luego el cocinero de Silvio Scumbag usa el tuétano de los huesos para hacer caldo.

–         ¿Ese Scumbag tiene cocinero propio?

–         Lo que no sabría decirte es qué no tiene Silvio Scumbag.

–         Pues entonces, vamos hacia allí.

–         ¿Hacia dónde, Gordo?

–         Pues hacia esa torre, Valerio.

–         No, no, espera. Parece que no te haces una idea correcta de nuestra situación. A estas alturas Silvio Scumbag ya sabrá que hemos colaborado en el rapto de su hija y que nos comimos a su perro. ¿Cómo piensas que nos recibirá?

–         No va a recibirnos, va a contratarnos. Somos sus nuevos cocineros.

–         Te equivocas, Gordo. Lo que somos es su cena – dijo Valerio Bravo, señalando hacia el frente y hacia atrás -. Y lo mejor que puedes hacer en este momento es quedarte mudo, que esta gente no entiende de ironías.

Unos veinte individuos armados les venían de frente y otros tantos por la espalda, más los que de seguro cubrían los flancos.

–         ¿Podremos con todos? – preguntó Gordo, en un susurro.

Valerio Bravo no tuvo tiempo de mandar a Gordo Larsson al carajo. Había en el grupo atacante un hondero de mucha destreza que, en un instante, dejó a ambos fuera de combate.

Cuando despertaron, se vieron encadenados a una enorme piedra de granito situada en el centro de una sala sin paredes. La vista era espectacular. La ciudad de Gil Mateos se mostraba en su más absoluta desolación. Edificios destartalados y pabellones en ruinas iban cediendo espacio a los descampados, al abandono. Lo que en un principio fue maleza, con los años devino en bosque.

A pocos metros, un viejo encadenado a otra piedra les observaba con curiosidad.

–         A ti te he visto yo en alguna otra parte. ¿Puede ser o no? – preguntó, dirigiéndose a Gordo Larsson.

No le contestaron. Estaban aturdidos. Aún tenían que hacerse una idea cabal de su situación. El viejo pareció entenderlo y les puso al corriente.

–         Estamos en la planta cuarenta de la Torre Desgracias. Yo llevo aquí dieciséis años y sueño con acercar esta piedra hasta el borde para dejarla caer, pero la condenada pesa doscientos cincuenta kilos y no hay quien la mueva. Mirad, aquí lo pone bien claro.

En letras rojas sobre fondo blanco se marcaba la cifra. Valerio Bravo buscó una marca similar en la piedra a la que estaban encadenados él y Gordo Larsson, pero no la encontró.

–         No la ves desde tu posición, pero yo te lo digo. Esa mole pesa cuatrocientos kilos. Os consumiréis tratando de moverla una sola pulgada. ¿Me creéis o no?

Gordo Larsson, con esa mirada tan peculiar con la que analizaba su discurrir vital y que tan buenos resultados le había dado, manteniéndole con salud tantos años, entendió que la situación en la que se hallaban no era tan negativa. Ni les habían matado ni les habían encerrado en una jaula en la azotea. Tan solo estaban encadenados a una mole de granito de cuatrocientos kilos. Un pequeño inconveniente del que Valerio Bravo quiso hacer un mundo

–         ¡Dieciséis años, Gordo! ¡Estamos acabados! Adiós a tus pichones, adiós a tumbarme a la Amparo.

El viejo lo complicó aún más cuando les dijo que su falta había consistido en el robo de una docena de tomates de la despensa de Silvio Scumbag.

–         ¡Dieciséis años por unos tomates! – gritó Valerio Bravo -. ¿Y tú te querías hacer contratar por ese malnacido de Scumbag, Gordo?

–         Dieciséis y los que me quedan hasta sumar veinticinco. Esa es la condena para los que enganchan a estas piedras.

Valerio Bravo enmudeció. Cuando le soltaran tendría unos cincuenta años, una edad que no entraba en sus cálculos. Los viejos eran una excepción en la ciudad de Gil Mateos. Lo acostumbrado era morir al rayar los cuarenta años. Si algo no cambiaba, pasaría encadenado el resto de su vida. Miró a Gordo Larsson buscando consuelo, pero a este, tal vez por viejo, tal vez por sabio, quien sabe si por locura repentina, sólo se le ocurrió preguntar al viejo por el menú.

–         ¿A qué hora se come aquí, abuelo?

Entonces, como si su pregunta hubiera sido una invocación, alguien satisfizo sus deseos y por un hueco abierto en el techo les llegó una cesta con tres manzanas.

–         ¿Manzanas? – preguntó Gordo, extrañado.

–         Lo único que comeréis en la planta cuarenta de Torre Desgracias. Cuatro puñeteras manzanas al  día y olvídate de lo que es un buen mocordo – respondió el viejo.

Valerio Bravo lanzó un suspiro y dijo a su compañero de aventuras que lo matara allí mismo y en ese momento, pero Gordo Larsson le ignoró. Adelantó una mano y cogió la manzana que le tocaba.

–         Afirmo que yo a ti te he visto antes. ¿Dices que sí o que no? – insistió el viejo.

Mientras Gordo Larsson masticaba la manzana con parsimonia, su mente bullía buscando una salida.

–         ¿En 2068 en Madrid? ¿O fue en 2069 en Barcelona? ¿Sí o no?

Valerio Bravo le dijo a Gordo que le regalaba su manzana y todas las que le correspondieran, pero que por favor le matara pronto, que su alma libre no soportaba cadenas ni aquella era dieta para un cazador acostumbrado a la carne roja.

–         ¡Mátame, Gordo! ¡Mátame y hazme picadillo!

Ante esa última palabra, a Gordo Larsson se le abrieron los ojos. Picadillo, repitió en su interior, a la Veneciana, por supuesto. Sin perder un instante, preguntó al viejo por la procedencia del cocinero de Silvio Scumbag.

–         No sé de dónde llegó, pero de por aquí no es, seguro. Está delgado como un palo, viste una túnica naranja y lleva el  cráneo pelado – respondió el viejo, para continuar de seguido en un tono de voz más bajo -. Yo opino que es un brujo y que tiene a Scumbag en sus garras. ¿Me crees o no?

Por supuesto que le creía. Gordo Larsson unió cabos y llegó a la conclusión de que Silvio Scumbag había caído en las redes de una secta budista vegetariana. Hacía mucho tiempo que ese criminal no probaba la carne. Pero por mucha que fuera la influencia de aquel monje asiático, un hombre como Scumbag, de ascendencia italiana, no sería capaz de resistirse a la propuesta que Gordo Larsson le lanzó a voz en grito.

–         ¿Hace cuánto que no pruebas carne, Silvio Scumbag?

No hubo respuesta inmediata, pero Gordo Larsson sabía que aquella era su única opción.

–         ¿Te hace un picadillo de carne?

Silencio.

–          ¡Te estoy hablando de un picadillo de carne a la veneciana, Silvio Scumbag!

Entonces sí, entonces la voz de Silvio Scumbag le confirmó a Gordo Larsson que su plan había resultado.

–         ¡Traedme a ese bocazas ahora mismo!

Próximo capítulo: Albóndigas brutas a la aragonesa.

Comentarios

Los comentarios están cerrados.

Archivos

Temas

A %d blogueros les gusta esto: