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Bares, Boualem Sansal, Larbi

Bares de novela negra: El Rincón de los Amigos (Argel), Boualem Sansal

(…) Se dejó tentar por un cafetín demasiado minúsculo como para atraer al gentío, con su obsoleto encanto, su barra imitando las de entonces, sus estucos estilo Imperio, sus cromolitografías Belle Époque, sus ofrendas a Baco, sus sillas de enea,  su reluciente embaldosados, sus lagartos disecados. Un vestigio de tiempos pretéritos que logró sobrevivir a las medidas de descolonización. Sus coquetas galas contrastan con la actual leonera nacional impuesta a decretazo limpio a instancias del FMI; de peor en peor. Es algo que conforta el ánimo, pues para hacerlo tan mal era preciso estar determinado a liarla sabiendo cómo escapar de la dicotomía del azar;  no se le puede negar su migaja de talento. En aquel ambiente, su fino oído detectó entre el rumor de las piedras una cacofonía de acentos «pieds noirs»;  ni el silbido de la vieja cafetera que ha filtrado el café como para resucitar un cementerio, ni el gimoteo de la vieja vendedora de helados cuyas curvas seguían incitando al magreo, tenían nada de árabe ni de contemporáneo; para pasar de la nostalgia a la tradición sólo faltaba el pastís y el paté de caracoles preparado por algún exrecluso de Cayena. Ante la mirada soñolienta del cafetero, cuatro viejos  desaliñados y vocingleros jugaban a las cartas sorbiendo un té verde que olía como en Egipto.

(…) No se movió de allí en dos horas; hizo amistad con los cuatro supercampeones del envite, que precisamente necesitaban un quinto compinche para seguir desbarajustando la baraja. se dejó enredar para olvidar un poco la guerra y su desazón, la picota en que lo iba a poner su comisario, su investigación sobre aparecidos de tiempos remotos, las hecatómbes corrientes, su miedo al porvenir. Se sentía feliz, revigorizado, hasta con ganas de jubilarse para apuntarse a la activa pereza de la vida pasiva.

El cafetín se llama El Rincón de los Amigos;¿acaso quedan?. Se prometió hacerse socio. Pronto, de aquí a poco, cuando toque retirarse.

Boualem Sansal, El juramento de los bárbaros

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