“(…) El Desperate Measure era la clase de bar donde la mayoría de la gente no pondría la vista, y mucho menos los pies.
El letrero iluminado que daba a la calle, un trébol verde apenas se distinguía del sucísimo fondo blanco, y las ventanas estaban hechas de pequeños cristales biselados de colores azul y naranja. Era un local adonde los hombres iban a beber y pensar en las palizas que darían a otros hombres, y adonde las mujeres iban también a beber y pensar en las palizas que deseaban dar a algún hombre. La puerta tenía encastrado un pequeño recuadro de vidrio, protegido con barrotes como la torre de homenaje de un castillo, supuestamente para que quienes se hallaban dentro controlaran a todo aquel que solicitara acceso una vez cerrada la puerta. No estaba claro por qué tenían esa necesidad de control: fuera no podía haber nadie más amenazador que la clase de gente que ya se encontraba dentro.
Pese a que aún no eran ni las cuatro de la tarde, la mitad de los taburetes de la barra ya estaban ocupados. Los clientes eran en su mayoría hombres entre cuarenta y sesenta años, sentados solos o de dos en dos. Nadie conversaba. Había un televisor fijado a la pared en un extremo de la barra, resguardado para más seguridad tras un par de barrotes de acero que tapaban parcialmente la pantalla. Estaba sintonizado en un canal de noticias, pero tenía el volumen a cero. Daba la impresión de que en el Desperate Measure la clientela había oído ya todas las malas noticias que quería oír en su vida.”
El Desperate Measure/John Connolly, Más allá del espejo, 2011
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